Este Día Internacional de las Mujeres nos encuentra con un gobierno que ya lleva una década en la Casa Rosada. Ya no se puede seguir adjudicando a la “herencia” de gobiernos anteriores, la enorme precarización laboral de las mujeres, los altos índices de mortalidad por consecuencias de los abortos clandestinos, la impunidad con la que actúan las redes de trata en Argentina, los dramáticos índices de violencia contra las mujeres y las cifras alarmantes de embarazos adolescentes.
Las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre sienten que las asignaciones universales por hijo no alcanzan, en la carrera de la inflación, para cubrir la canasta básica. Las maestras de todo el país ven que aquellas palabras que les dedicó la presidenta, acusándolas de trabajar poco y tener muchas vacaciones, hoy se continúan en el cierre unilateral que el gobierno decretó para la paritaria docente. Las jóvenes, que son las principales víctimas de las consecuencias del aborto clandestino, saben que el verso del “progresismo” se acaba, cada vez que Cristina Kirchner da la orden de no avanzar ni un centímetro en los proyectos de legalización. Todas tienen la certeza de que sin el amparo o la participación de las fuerzas represivas del Estado, la justicia y los funcionarios políticos, no podrían funcionar las redes de trata, como la que secuestró a Marita Verón y más de 600 mujeres en todo el país, con tanta impunidad.
Esas son las miles de mujeres que hoy empiezan a mostrar su descontento con el gobierno, que a veces se transforma en bronca, como la de las madres y otros familiares de las víctimas de la Masacre de Once que dijeron que su dolor “no es sólo un momento malo de la vida, como expresó en su discurso la Presidenta, sino producto de la inacción de su propio gobierno; la masacre de inocentes no sólo es un momento triste, es producto de la corrupción...” Un descontento que, otras veces, se transforma en acciones contundentes, como el paro del 20 de noviembre pasado, donde las mujeres de las fábricas de la alimentación, de la industria gráfica y de otras empresas de la zona norte del Gran Buenos Aires, cortaron la Panamericana junto a sus compañeros. O como las docentes que salieron al paro en todo el país, exigiendo aumento de salario. Esas miles de mujeres de todo el país vienen masticando la bronca no sólo de un salario que no alcanza, sino de una vida que está enteramente precarizada, porque no se puede acceder a la vivienda, porque la policía del gatillo fácil se sigue cobrando la vida de los pibes de los barrios más pobres, porque se sigue viajando como ganado...
Con centenares de esas mujeres trabajadoras, amas de casa, inmigrantes, estudiantes de todo el país, las compañeras de Pan y Rosas nos propusimos poner en pie un movimiento de lucha por todos nuestros derechos. Cada una de nosotras se ha transformado en la organizadora de decenas de otras nuevas compañeras que forman comisiones de mujeres en sus lugares de trabajo, que impulsan agrupaciones sindicales, que desarrollan la actividad de Secretarías de Género y Diversidad en distintos centros de estudiantes, que se preparan para participar del Encuentro Nacional de Mujeres, para pelear por los derechos de las mujeres trabajadoras, contra todas las formas de violencia hacia las mujeres, por el derecho al aborto libre, seguro y gratuito.
Este 8 de marzo no tenemos nada que festejar, pero tenemos muy claro por qué luchamos. El capitalismo, sus gobiernos y este régimen de democracia para ricos nos siguen impidiendo a las mujeres disfrutar de las bellezas y bondades de la vida. Por eso te llamamos a movilizarte este 8 de marzo, en todo el país, para luchar por nuestros derechos.
Y te invitamos a organizarte con nosotras, para poner en pie un movimiento de mujeres activo, en las calles, para luchar por todos nuestros derechos, para exigir juntas nuestro derecho al pan, pero también a las rosas.
Catedral de la ignominia
Miles de casos de niños y niñas que denunciaron ser abusados por curas, obispos y cardenales, estafas bancarias, luchas intestinas por el poder llevaron a que el papa Joseph Ratzinger decidiera renunciar a su cargo “celestial”, dejando a la Iglesia en una de sus crisis más profundas. Nunca se vio tan al desnudo el verdadero “corazón” de esa reaccionaria institución, que asesinó a millones de mujeres en las hogueras de la Inquisición y bendijo la matanza de los pueblos originarios de América, que estuvo junto al nazismo y, en nuestro país, junto a los dictadores militares que torturaron, asesinaron y desaparecieron a miles de luchadoras y luchadores; esa Iglesia que ampara curas abusadores, mientras condena la homosexualidad y oprime a las mujeres.
Que el gobierno rompa relaciones con el Vaticano. ¡Basta de subsidios a la Iglesia, sus colegios y universidades! Ni un peso para mantener al clero, basta de pagarle el sueldo a los obispos y que los curas vayan a laburar. ¡Por la separación de la Iglesia del Estado!
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