16/5/11

El espectro de la revolución

A PROPÓSITO DE EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS DE LEONARDO PADURA



“Adoptando un continente grave y severo, amenazador por momentos, le dije: —Mire, Jacson: es ésta la última oportunidad que le brindo para que, en su propio beneficio, me diga toda la verdad. El asesinato de Trotsky ha producido una sensación tal en el universo entero que viene ocupando las primeras páginas de todos los periódicos y relegando a un segundo término las propias informaciones de la guerra.”[1]

Gral. Leandro Sánchez Salazar


Con una estructura similar a la de su anterior obra, La novela de mi vida, el cubano Leonardo Padura nos presenta, nuevamente, tres novelas en una con El hombre que amaba a los perros (Tusquets, Buenos Aires, 2010, 572 p.).
La novela de mi vida transitaba por tres historias: la del profesor Fernando Terry –llegado a Cuba desde el exilio con el propósito de hallar un manuscrito perdido del poeta nacional del siglo XIX, José María Heredia-, la del mismo Heredia –un verdadero prócer de las letras cubanas- y, por último, la del hijo de Heredia, convertido en masón a principios del siglo XX. En El hombre que amaba a los perros, también la Historia aparece de la mano de la ficción: el protagonista Iván Cárdenas –un escritor devenido, en cierto modo, en detective- es la excusa para abrir paso a dos personajes verdaderamente protagónicos.
Y también aquí se entretejen tres líneas narrativas. Por un lado, la protagonizada por este frustrado escritor cubano que, en los ’70, es relegado –por supuestas leves críticas al régimen- a editar artículos científicos para una revista de veterinaria. Iván Cárdenas tuvo la oportunidad de escribir “la novela de su vida” gracias a que, por casualidad, se encontró con un exiliado español en las playas de La Habana que le confió la historia –hasta entonces nunca revelada- de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. A su muerte, este “hombre que amaba a los perros” le deja un manuscrito que encierra todos los detalles de esta escabrosa historia en la que se aclara que él mismo era Ramón Mercader, algo que Padura permite sospechar al lector desde el primer momento. Pero el escritor Iván Cárdenas no se atreve a hacer nada con esa historia que le relata este desconocido que pasea sus dos borzoi en la playa, más que dejarle el manuscrito heredado a otro amigo escritor, Daniel Fonseca, quien después de leerlo también decide silenciarlo.
Ésta, siendo la historia de menor relevancia, es sin duda la que actúa como nexo entre las historias de los otros dos hombres que –al igual que Iván- amaban a los perros. Pero además, es la que permite al autor desplegar, sutilmente, sus opiniones sobre la Cuba actual (¿otra “revolución traicionada”?) y el papel que pudo haber desempeñado el régimen castrista en la protección de agentes stalinistas como Ramón Mercader.
Otra línea narrativa se desarrolla alrededor de la figura de Ramón Mercader, alias Jacques Mornard o Franck Jacson o Román Pavlovich, enterrado como Héroe de la Unión Soviética bajo una lápida con un cuarto seudónimo: Ramón Ivanovich López. Se trata del “hombre sin historia que entra en la historia con otro que en cambio es todo historia”, según las palabras de Leonardo Padura.[2] Desde sus días como combatiente de la guerra civil española –cuando, a petición de su madre Caridad del Río Hernández, acepta la misión secreta para la cual deberá entrenarse en Moscú-, hasta sus últimos años en Cuba –donde muere, enfermo de cáncer, en 1978.
Finalmente, la tercera historia es la de León Trotsky, el dirigente junto con Lenin de la Revolución Rusa de 1917, el creador y dirigente político y militar del Ejército Rojo y el fundador, en 1938, de la IV Internacional. El periodo de su vida abarcado por Padura es el de los años que transcurren entre 1929, cuando es deportado desde Alma Ata a la isla de Prinkipo –expulsado definitivamente del territorio de la Unión Soviética- y 1940, cuando es asesinado en su última morada de refugiado en Coyoacán (México).
En La novela de mi vida, el Poeta Nacional se atreve a enfrentar al tirano: “Ningún poema va a tumbar un tirano. Pero les hace una muesca, que a veces es indeleble. Porque recuerde que queda la otra Historia, la de verdad, que un día borrará su nombre de los edificios que construyó y que escupirá su tumba ya que hoy no puede escupir su figura, y con esa Historia, si es que vale en algo, estará mi poesía. Y eso, ni todo su poder lo podrá evitar.”[3] En El hombre que amaba a los perros, por el contrario, el escritor cubano desgrana su escepticismo, haciendo dudar a uno de los personajes acerca de la relevancia que pueda tener esa verdad histórica que le ha sido confiada: “¿Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos conformes con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y la utopía pervertida?”[4] En La novela de mi vida, había un manuscrito buscado por un hombre; en El hombre que amaba a los perros, tenemos a un hombre buscado fatalmente por un manuscrito. Una historia que le quema en las manos, que lo obsesiona y lo aterra, como a todos aquellos que fueron partícipes de ese secreto.
Y las tres historias entrelazadas aquí tienen como protagonistas a hombres que aman a los perros; de ahí el nombre para esta novela que, desde su título, homenajea al escritor Raymond Chandler.[5] Como en las novelas negras del norteamericano, aquí tampoco la resolución del misterio es el objetivo principal (imposible, además, tratándose de una historia sobre la cual existen abultadas biografías, obras de teatro y hasta películas) y, también como en las novelas de Chandler, a los protagonistas se los presenta como personajes decadentes (Mercader) o derrotados (Trotsky).[6]
Pero no vamos a centrarnos aquí en una valoración literaria, para la que carecemos de ilustrados criterios, sino en la visión de Trotsky que presenta Leonardo Padura y, por consecuencia, del trotskismo, en momentos en que se plantea, con mayor urgencia, el futuro de Cuba. El autor nos autoriza al decir que “la novela va a tener muchas lecturas políticas”, así que sumamos la nuestra.[7]

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