20/7/07

Nuevas encrucijadas para el feminismo del siglo XXI

Gobiernos latinoamericanos, autonomía y luchas de las mujeres

Bajo la convicción de que las mujeres –como grupo social oprimido- deben tomar la lucha por su emancipación en sus propias manos, el feminismo reivindica como uno de sus pilares esenciales la autonomía organizativa, política e ideológica. Una exigencia que va de la mano con la reivindicación de autonomía para las mujeres, tanto en lo que se refiere a los planos económicos, sociales y políticos, como en el derecho a la autonomía del propio cuerpo.[1] Pero la autonomía –que ha generado vastas discusiones con respecto a la izquierda partidaria- se ha perdido, en diversas ocasiones, en aras de una mayor integración al Estado y las instituciones del régimen.

La ofensiva imperialista que asoló a nuestro continente en las últimas décadas, también acometió contra la pretendida autonomía del movimiento feminista, cooptando e incorporando a vastos sectores y empujando a la marginación y la automarginación a quienes se negaran a involucrarse en el proceso de institucionalización creciente. El proceso no fue inocuo. Para la feminista Francesca Gargallo, la mediatización de la lucha de liberación de las mujeres a través de la academización de los estudios de género y la mayor presencia de expertas en las instituciones públicas, provocó no sólo una mayor pérdida de autonomía sino también de radicalidad del feminismo.[2]

Hoy, nuevamente la autonomía está amenazada. Pero esta vez, el ataque no proviene del neoliberalismo sino de los discursos de encantamiento de los nuevos gobiernos surgidos en el último período. ¿Cuál será la respuesta creativa que las mujeres obreras, las mujeres campesinas y de los sectores populares, las jóvenes estudiantes y las viejas feministas darán en la lucha por su emancipación?

De “lo personal es político” a “lo político es algo personal”

Lanzando al mundo la consigna de “lo personal es político”, el movimiento feminista de la segunda ola sesentayochista puso en evidencia y discusión que lo que sucedía puertas adentro del hogar, en las relaciones intergenéricas, con los cuerpos de las mujeres, con el “malestar femenino”, etc., no era otra cosa que las consecuencias de un sistema patriarcal que regía las relaciones entre hombres y mujeres de modo tal que estas últimas se encontraban en una situación de desventaja con respecto a los primeros; es decir, que existía la opresión de un colectivo de género por otro. Fue así que, fines de la década del ’60, una nueva generación de mujeres dio origen a los movimientos feministas en las grandes metrópolis e, influenciadas por estas experiencias y por el contacto con literatura que provenía de los países centrales, otras mujeres –fundamentalmente de clase media- iniciaron la formación de grupos de concienciación y activismo por los derechos de las mujeres en nuestro continente latinoamericano.

El surgimiento de esta segunda ola feminista[3] se dio en el marco de una aguda radicalización de la lucha de clases, manifiesta en el ascenso obrero y popular que recorrió ambos hemisferios, cuyas expresiones más destacadas fueron las movilizaciones internacionales por la derrota de los Estados Unidos en Vietnam, las manifestaciones obrero-estudiantiles como el Mayo Francés y el Cordobazo en Argentina, los procesos proletarios de los cordones industriales chilenos o el Otoño Caliente italiano, la Revolución de los Claveles en Portugal y las consecuentes luchas por la liberación nacional en las colonias de Angola y Mozambique, el enfrentamiento a la burocracia stalinista de las masas checoslovacas en la Primavera de Praga, etc. Esta segunda ola del feminismo –que alcanzó a ser un movimiento activista importante en los países centrales- incluye en su desarrollo diversas tendencias políticas y teóricas que, sin embargo, mantenían un hilo conductor: por vías reformistas o revolucionarias, todas acordaban que era necesario desterrar las diferencias entre los sexos para llegar a la igualdad en derechos y en condiciones de existencia.

A mediados de los ’70, sin embargo, el desvío por la vía reformista –en los países centrales- y la derrota a sangre y fuego –en los países semicoloniales- de ese ascenso de masas, abrieron el curso a una nueva ofensiva imperialista, conocida como “neoliberalismo”. El movimiento feminista no estuvo exento del repliegue que se impuso a los movimientos sociales y los procesos de lucha protagonizados por las masas. La academización, la incorporación de figuras emblemáticas del movimiento feminista a los partidos políticos del régimen y a los distintos estamentos de gobierno, y la “oenegización”[4] son las operaciones más importantes que comienzan a reconfigurar al movimiento feminista en este período, produciendo, junto con una multiplicidad de nuevas experiencias, acciones y saberes, una acentuada fragmentación.

Los regímenes dictatoriales que se asentaron en gran parte de nuestro continente, impidieron el desarrollo del movimiento feminista en la región, no sólo por la instauración de una ideología reaccionaria basada en la defensa de la tradición y la familia, sino también por la persecución política y el terrorismo de Estado con sus secuelas de exilios forzados, desapariciones y asesinatos de activistas sociales, gremiales y políticos. Esta polarización social también se traducía en las visiones que se tenían del feminismo: la derecha consideraba a las feministas como subversivas y contestatarias; la izquierda, por el contrario las tildaba de “pequeñoburguesas”.[5] El movimiento feminista latinoamericano recupera protagonismo recién a principios de los ’80, con la caída de las dictaduras y la instauración de los nuevos regímenes democráticos burgueses en toda la región.[6] En cierto sentido, podría señalarse que los años del terror obligaron a que, después de casi una década, las feministas latinoamericanas tuvieran que “volver a empezar”. Pero esa nueva etapa surgía, inevitablemente marcada por las características que se imponían al movimiento a nivel mundial y que señalamos más arriba.

Junto con la política de Naciones Unidas, el acercamiento militante de las feministas a las mujeres que se habían organizado en el reclamo de sus familiares desparecidos, presos y torturados fueron creando el nuevo lenguaje en el que se trasvasaron las demandas específicamente feministas, viabilizadas a través de la política partidaria, los organismos internacionales y los grupos de trabajo local no gubernamentales: derechos humanos y democracia. A partir de 1981, se suceden los Encuentros Feministas de Latinoamérica y el Caribe y las diferencias no tardaron en aparecer. La escisión entre “autónomas” e “institucionalizadas” es una de las expresiones más agudas que adquirió esta crítica interna. Los encuentros que se prolongaron durante la década del ’80 estuvieron signados por estas discusiones: la doble militancia, las pertenencias a distintas corrientes dentro del feminismo que expresaban distintas herencias ideológicas y políticas; la discusión acerca de la práctica de los grupos de autoconciencia o la de “llevar” la conciencia a otros grupos de mujeres de sectores populares, etc. Bedregal señala al respecto: “Todo esto eran manifestaciones y expresiones de diferentes concepciones políticas expresadas desde el primer encuentro, era lucha política de proyectos políticos y filosóficos, pero se ocultaban en una aparente homogeneidad y tras el deseo de una especie de romántica hermandad de mujeres que ha dificultado siempre reconocernos, más allá del discurso declarativo, como diversas, pensantes y actuantes de distintos proyectos y tras una identidad de género más fácilmente centrada en tanto víctimas del sistema patriarcal que en tanto constructoras de nuevas culturas.”[7]

El feminismo se encontró sin una respuesta alternativa a la falsa dicotomía que se instauraba a través de los discursos hegemónicos que mostraban a la democracia burguesa como un régimen único e incuestionable. “Todo análisis cuestionador de las ‘democracias realmente existentes’ pretendía ser clausurado con esta apelación a sólo dos opciones aparentemente excluyentes [democracia o dictadura, N de la R], recurso antidemocrático que suele ser usado por los gobiernos de nuestros países para paralizar y desacreditar toda crítica o movilización social por ‘desestabilizadoras’ y conducentes al pasado de golpes militares y genocidios. Pareciera que estas democracias constituyen un punto de llegada y que, a lo sumo, hay que perfeccionarlas un poco e incorporar a ellas la ‘perspectiva de género’, es decir, incluir a algunas mujeres en el excluyente modelo patriarcal capitalista y neoliberal.”[8]

Lo que sucedía es que, mientras la institucionalización del feminismo daba lugar a lo que luego se llamaría la “tecnocracia de género”, vastos sectores repudiaron este fenómeno replegándose en la política de transformación de la vida personal y la búsqueda creativa de una contracultura feminista que opusiera valores propios en el enfrentamiento al patriarcado. Como si se hubiera trocado la célebre consigna setentista de “lo personal es político” por una interpretación menos escandalosa que podría traducirse como “lo político es algo personal”, muchas mujeres decidieron separarse de la lucha política pública, contra el Estado, las clases dominantes y las instituciones del régimen que reproducían, sostenían y legitimaban esta situación de opresión de las mujeres, para crear espacios y prácticas discursivas propias y, en alto grado, ensimismadas. Una nueva visión del feminismo basado en una interpretación positiva y revalorizadora de la feminidad, cuya consecuencia política fue la exaltación de la diferencia y la negativa a luchar por la igualdad en los marcos de un modelo que se consideraba esencialmente masculinista.

Pero el sistema coopta y margina, simultáneamente: ambas son operaciones tendientes a limitar el cuestionamiento del orden establecido. Mientras muchas demandas del feminismo se incorporaron a las agendas de gobiernos e instituciones multilaterales internacionales; por otro lado, mujeres justamente desencantadas con este resultado, eligieron reconcentrarse en la transformación de las relaciones cotidianas, propiciando como consecuencia –quizás inesperada- un giro despolitizante. Mientras en los países latinoamericanos se privatizaban las empresas públicas y miles de mujeres y hombres quedaban sin trabajo, también se privatizaba el sueño de la equidad que quedaba en manos de expertas o bien se cargaba en los débiles hombros de las mujeres que, individualmente, emprendían la utópica tarea de transformar sólo sus propias vidas en un mar de desolación. Y así fueron llegando los ’90.

“Onusismo”, gobernabilidad y desarrollo sustentable

Cuando se aplicaban los planes imperialistas de expoliación en nuestro continente latinoamericano, abrumado por siderales deudas externas nacionales y, al mismo tiempo, las masas asistían aterrorizadas a los pasmosos retrocesos de sus conquistas sociales, sindicales, económicas, etc., los organismos internacionales percibieron lo ineludible: el ataque despertaría probablemente la respuesta de quienes lo perdieron todo. “Gobernabilidad” fue, entonces, el nombre que los tecnócratas encontraron para el problema que se avecinaba; lo que podría traducirse como el conjunto de condiciones necesarias para sostener el proceso de reformas evitando la irrupción de los movimientos de masas. Esto incluía, inexorablemente, el establecimiento de relaciones “fructíferas” para el desarrollo sustentable con los movimientos sociales y sus organizaciones. Acompañando las privatizaciones de los servicios del Estado, la creciente desocupación y precarización del empleo, tanto el Banco Mundial como otros organismos financieros internacionales comienzan a plantearse reformas en los objetivos de financiamiento y en la relación con las organizaciones sociales –bajo los lemas de la participación y la transparencia-, anticipándose a las consecuencias negativas derivadas de la aplicación de sus propias recetas para la región.

Fue así como las organizaciones no gubernamentales se convirtieron en las ejecutoras privilegiadas de sus proyectos focales de asistencialismo.[9] “La mayoría de estas ong’s, formadas por técnicas y profesionales, trabajan con las mujeres de ‘sectores populares’, de barrios pobres. Se presentan como mediadoras entre las agencias de financiamiento y los movimientos de mujeres y formulan programas para los mismos, brindando servicios que van desde talleres y cursos de todo tipo a la distribución de comida, la organización de ollas populares, planificación familiar (control de la natalidad), etc. Esta relación, que implica diferencias de clase, de poder y de acceso al manejo de recursos, genera vínculos jerárquicos y tensiones entre las mujeres de las ong’s y las de los movimientos con que trabajan, además de las competencias entre las profesionales por los financiamientos.”[10]

Para Jules Falquet “es en este marco que hay que resituar el sistema de conferencias mundiales organizadas por la ONU”.[11] Iniciadas en 1975, cuando las ong’s realizaron acciones por fuera de las actividades previstas por la ONU, estas conferencias internacionales fueron cooptando, lentamente, a la mayoría de las organizaciones feministas que, ya en 1995, participaron de un foro integrado a la conferencia oficial. En su crítica al sistema onusino, Falquet destaca que mientras las organizaciones no gubernamentales se convierten, cada vez más, en organizaciones profesionalizadas, la vida cotidiana de las mujeres empeora a pasos agigantados de la mano de la “mundialización neoliberal”. La cooptación provocó la reacción del sector minoritario del feminismo que mantenía las banderas de la autonomía. Entre otras cosas, criticaron las luchas entre organizaciones por el financiamiento proporcionado por las agencias internacionales; la concentración de poder entre las organizaciones no gubernamentales más grandes y con capacidad de acceder a esos beneficios; señalaron que este financiamiento provocaba un proceso de expertización de las feministas, en detrimento de la militancia política voluntaria; que esa voluntad política de cambiar el sistema totalmente se troca por una larga lista de reivindicaciones parciales, propuestas legislativas y proyectos de asistencia locales, que tienden a presentarse como un camino evolutivo y gradualista en la conquista de derechos para las mujeres. “En este armado de una administración mundial global, las ong’s devienen poco a poco ‘subcontratistas’ llenas de creatividad y savoir faire, poco onerosas, que ejecutan, experimentan y renuevan sin cesar las políticas internacionales de la ONU.”[12]

Sin embargo, como señalamos, el feminismo autónomo anticapitalista fue una corriente resistente pero minoritaria durante todo el período, en el que los seductores financiamientos provenientes del exterior impulsaron la profesionalización de las activistas e, incluso, permitieron la incorporación oportunista de mujeres sin ninguna trayectoria militante.

Emergencia de las masas y protagonismo femenino

Pero las masas latinoamericanas emergieron, durante los últimos años, dando por tierra con los gobiernos que representaron al “neoliberalismo”. Grandes convulsiones sociales y crisis políticas en nuestro continente dieron paso a nuevos gobiernos que se presentaron retóricamente como iniciadores de una época de reformas para recuperar la soberanía nacional, “humanizar el capitalismo” y ampliar la democracia política. Desde los levantamientos en Ecuador y Bolivia, las jornadas de diciembre de 2001 en Argentina o la gran movilización popular que derrotó al golpe en Venezuela, en el año 2002, las masas entraron en escena y las mujeres tuvieron un protagonismo relevante. Ya lo señalaba la italiana Lidia Menapace con estas palabras: “En todos aquellos momentos en que se rompe la continuidad, cuando aparecen las formas no programables de la historia, las mujeres reaccionan bien, en muchas oportunidades, con una presencia que deja de lado los compromisos domésticos.”[13] Y así fue como las mujeres latinoamericanas rompieron sus compromisos domésticos para plantarse en la lucha de clases desatada en el continente, mostrando incipientemente una señal característica de las incipientes crisis revolucionarias en ciernes.[14]

El protagonismo que tuvieron las mujeres trabajadoras, desocupadas y de los sectores populares –en algunos países, mayoritariamente de pueblos originarios- dio impulso a una cierta reactivación del feminismo militante. La participación de las feministas en las movilizaciones mundiales contra cada una de las cumbres de gobiernos imperialistas, organizaciones multilaterales y otras reuniones donde se definen, en gran medida, los destinos de la humanidad, son un hecho novedoso de los años recientes. En Argentina, por ejemplo, durante las jornadas de diciembre del 2001 y el proceso posterior que se extendió aproximadamente hasta el 2003 –que fue una de las expresiones más agudas de la lucha de clases del período-, las feministas volvieron a aparecer con sus banderas distintivas en medio de las movilizaciones populares. Incorporadas a las asambleas barriales, solidarizándose con las obreras de las fábricas recuperadas o bien poniendo en pie una “Asamblea por el Derecho al Aborto”, los clásicos estandartes violetas reaparecieron en manifestaciones y encuentros. En Bolivia, las activistas de la agrupación Mujeres Creando participaron de las movilizaciones e intervinieron con sus propias posiciones políticas, obteniendo una gran repercusión internacional y actuando casi como corresponsales para el movimiento feminista latinoamericano, con sus reportes y artículos sobre los acontecimientos que provocaron la caída del entonces presidente Sánchez de Losada. En Venezuela, una vez derrotada la amenaza del golpe derechista, las mujeres retomaron la pelea por sus derechos, constituyendo una coalición de organizaciones femeninas, por primera vez en la historia moderna del país, para exigir la despenalización del aborto a la asamblea constituyente bolivariana. En Uruguay, una fuerte coalición de organizaciones feministas y del movimiento de mujeres consiguió que la despenalización del aborto se tratara en el parlamento, incluso antes de la asunción de Tabaré Vázquez a la presidencia.

Cantos de sirena y sirenas de alarma

Pero las clases dominantes lograron mantener, esencialmente, la continuidad institucional o bien montaron proyectos de contención y desvío de las acciones de masas, intentando recuperar el orden y restaurar los regímenes “desde arriba”.[15] Aunque las masas no tomaron el cielo por asalto, los gobiernos que asumieron tuvieron que dar cuenta de la nueva relación de fuerzas existente. Para restaurar el “orden democrático”, para recomponer los regímenes jaqueados por la acción independiente de las masas, para remontar la iniciativa, los nuevos gobiernos debieron retomar –bajo retórica encendida y, en algunos casos, con algunas tibias medidas- las demandas sentidas por las masas. Y sobre las expectativas y esperanzas de vastos sectores de la población, sobre el telón de fondo de una importante recuperación económica favorecida por el ciclo de crecimiento internacional, se montó una nueva estrategia de cooptación e integración.[16]

Por poner sólo algunos ejemplos de Argentina, a partir de la asunción de Kirchner, vastos sectores del movimiento de trabajadores desocupados fueron integrados al gobierno, poniendo a algunos de sus dirigentes en funciones del Poder Ejecutivo. Entre los organismos defensores de los Derechos Humanos –hasta quienes habían mantenido las posturas más radicalizadas durante los años anteriores- hay quienes actúan actualmente como voceros del gobierno. El movimiento de las asambleas barriales, que surgió en la capital del país al calor de diciembre de 2001, derivó en la consolidación institucional de los Centros de Gestión y Participación Comunal del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El fuerte movimiento ambientalista que surgió en la provincia de Entre Ríos, contra la instalación de una pastera contaminante en las márgenes del río Uruguay, tuvo que ver cómo el gobierno cooptaba a una de sus más conspicuas integrantes y la nombraba Secretaria de Medio Ambiente de la Nación.

El feminismo no fue ajeno a la política del “encantamiento”, lo que produjo nuevas dificultades para la continuidad o la emergencia y el fortalecimiento de un nuevo movimiento de lucha en las calles. Las expectativas en los nuevos gobiernos dieron paso a la elección prioritaria de estrategias gradualistas para la consecución de derechos. Decisión de un camino evolutivo y pacífico que, por tanto, actúa en base al lobby parlamentario, la presión a funcionarios y otras metodologías que reconducen al movimiento de la calle al palacio.

Las expectativas en un cambio proveniente del gobierno kirchnerista, en Argentina, fueron agudas. Múltiples y diversas organizaciones no gubernamentales apostaron a la estrategia de presión sobre diversos funcionarios del gobierno y parlamentarios para obtener la despenalización del aborto. El resultado fue la desmovilización de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto que había logrado reunir a centenares de organizaciones, personalidades y activistas y que, en noviembre de 2005 había encabezado una manifestación de más de 2.000 mujeres que reclamaban el derecho al aborto legal, seguro y gratuito ante el Congreso. Hoy su actividad queda reducida, en los hechos, a un pequeño núcleo que asesora al Ministerio de la Salud en distintas iniciativas vinculadas a los Derechos Sexuales y Reproductivos, mientras una de sus figuras públicas más reconocidas pasó a desempeñarse como directora del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo que depende directamente del Poder Ejecutivo.

La futura candidata oficialista para las elecciones presidenciales, esposa del actual Presidente de la Nación, anuncia que se viene el “siglo de las mujeres”, posando junto a su par francesa, Segoléne Royal, lo que se presenta generando expectativas en futuros cambios favorables para las mujeres. Pero en Argentina, durante los dos últimos años, las quinientas empresas más grandes aumentaron sus ganancias en casi un 100%, mientras el medio millón de trabajadoras y trabajadores que emplean recibieron un aumento salarial de sólo un 30%. Son 5 millones de trabajadoras y trabajadores los que carecen de seguro por accidentes laborales, cobertura médica y aportes para su futura jubilación; no cobran vacaciones ni aguinaldo, no tienen derecho a indemnizaciones por despido y sus salarios no alcanzan ni siquiera el básico. El 54% de las mujeres que trabajan, actualmente, lo hacen bajo estas condiciones. Además, Cristina Kirchner –que niega ser "feminista", aclarando que se considera "femenina"-, aclaró en numerosas oportunidades que está en contra de la despenalización del aborto debido “a profundas convicciones” y porque no está en la agenda de debate actual de la Argentina. Pero según datos del propio Ministerio de Salud de la Nación, en el país se realizan 460.000 abortos anuales. La mayoría de las veces, los abortos se realizan en condiciones precarias y sin personal idóneo, con altos riesgos de infección, perforaciones uterinas, hemorragias, etc. Se calcula que son más de 400 las mujeres que mueren anualmente en Argentina por esta causa.

En Brasil, leímos “feministas brasileñas apoyaron candidatura de Lula”, mientras los índices de participación de mujeres en las legislaturas brasileñas apenas superaban el 12%, a pesar de ser mayoría en el censo electoral.[17] La plataforma que las feministas hicieron circular por internet, previo a las elecciones, señalaba: “Brasil está viviendo un momento político extraordinario. Se trata de la organización de un nuevo tiempo en el espacio político. Tiempo para avanzar en la democracia participativa. Tiempo de negociar alternativas para el cumplimiento de los derechos. Tiempo de apoyar un proyecto político comprometido con la transformación social, a partir de la superación de desigualdades. Este es el tiempo de Luís Ignácio Lula da Silva –presidente de Brasil.”[18] Sin embargo, el gobierno de Lula muy pronto se mostró como un buen anfitrión de Bush y de las políticas imperialistas. El mismo 8 de marzo de 2007, mientras el mundo conmemoraba el Día Internacional de la Mujer, Lula recibía a Bush en San Pablo, mientras reprimía ferozmente las manifestaciones antiimperialistas que incluían a sectores anticapitalistas del movimiento feminista local. Mientras tanto, se estima que un millón de mujeres brasileñas abortan cada año y el 60% de las camas de los hospitales son ocupadas por mujeres con secuelas producidas por los abortos clandestinos. De acuerdo con el Ministerio de Salud, cada año, 250.000 mujeres son internadas en el Sistema Único de Salud de Brasil, y el aborto alcanza a la tercera parte de las muertes por “causa materna”.

En Chile, las expectativas depositadas en las elecciones fueron aún mayores, teniendo en cuenta que la candidata favorita era, por primera vez, una mujer. La reconocida feminista chilena Teresa Valdés reflexionaba sobre por qué las feministas debían votar a Michelle Bachelet: “Analicé en detalle los programas de gobierno de los 4 candidato(a)s a la presidencia y, sin duda, el único programa que pone a las mujeres donde queremos y debemos estar, es el de Bachelet: paridad (y no sólo cuota), derechos sexuales y reproductivos (nuestro proyecto de Ley-marco), modificaciones en lo público y en lo privado, apoyo a las mujeres en las distintas etapas de la vida, y mucha participación.”[19] Rocío Rosero, directora ejecutiva del Consejo Nacional de las Mujeres en Ecuador, consideró que este triunfo presidencial “es fundamental para la revitalización del movimiento feminista.” Sin embargo, ninguna voz feminista se alzó cuando, a poco de asumir el cargo, Bachelet reprimió duramente a estudiantes de escuelas medias con carabineros, tanques hidrantes, gases y balas de goma; algo que lamentablemente, se volvió a repetir en otras ocasiones. La aprobación de la anticoncepción de emergencia, a pesar de la fuerte presión de la Iglesia chilena, no alcanza para ocultar la enorme crisis en la que hoy se encuentra el gobierno de Michele Bachelet que mantiene en lo esencial las políticas del régimen de la Concertación. De hecho, no ha impedido que numerosas organizaciones y feministas en Argentina enviaran un petitorio exigiendo el cese de la represión contra la juventud, cuando una manifestación dejó el saldo de más de 800 detenidos. Una acción de las feministas de este lado de la Cordillera que hubiera sido impensada a poco tiempo de asumir aquella en la cual se pretendía depositar la esperanza de las mujeres sudamericanas.

En Bolivia, Evo Morales puso, al frente de uno de los cuatro ministerios ocupados por mujeres, a una ex empleada doméstica, que ahora ya no está en funciones. Mientras tanto, algunas organizaciones de mujeres campesinas, cocaleras y de pueblos originarios son beneficiadas con financiamientos y prebendas gubernamentales y otras ayudas provenientes de la cooperación internacional. Sin embargo, simultáneamente, suprimió el Ministerio de la Mujer por considerarlo discriminatorio. “Los indígenas y las mujeres serán ministros, por tanto, no hay por qué crear un ministerio de la mujer o un ministerio indígena”, argumentó.[20] Mientras escribimos este artículo nos sorprende la noticia de que intentaría implementar una ley que propone los azotes públicos contra los que cometieren delitos.

Uruguay, que había sido presentado por las feministas del Cono Sur como un ejemplo a seguir en la lucha por el derecho al aborto, también dio la nota. El “progresista” presidente Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, aclaró que si el parlamento aprobaba un proyecto de despenalización del aborto, él se encargaría de vetarlo. Su rápida alineación con el imperialismo norteamericano, a poco de asumir su cargo, no ha reparado en formas ni cuidado de la imagen. Hoy, también aparece cuestionado por una ley que permite indemnizar a los familiares de las víctimas del accionar guerrillero, equiparándolas con las víctimas del terrorismo de Estado.

En Venezuela, se integró a reconocidas activistas en los gabinetes ministeriales y otros estamentos gubernamentales, se redactó la nueva constitución bolivariana con un lenguaje no sexista y se incluyó el reconocimiento del trabajo doméstico.[21] Surgieron prontamente organizaciones de mujeres chavistas, con fuerte presencia en los barrios populares de Caracas. Sin embargo, a pesar de la movilización y el debate generado por los colectivos de mujeres feministas y otras activistas reconocidas, de cara a la Asamblea Constituyente, no se ha avanzado en la despenalización del aborto. Lo único verdaderamente efectivo fue la organización de las mujeres de sectores populares a través de las misiones “Madres del Barrio”. Las feministas abrieron un debate, recientemente, sobre la contradicción entre los avances efectivos y la retórica discursiva del presidente Hugo Chávez, cuando las declaraciones de la titular del INAMUJER[22], una militante del Partido Comunista Venezolano se convirtieron en la gota que colmó el vaso. En una entrevista, refiriéndose a la propuesta de Chávez de constituir un partido único –que implica la unidad, también, de sus respectivas organizaciones colaterales de mujeres-, declaró: “yo tengo una convicción, por sobre el liderazgo de nuestro Presidente en este país no hay nada. Dios solamente, y Dios está con Chávez. Y si nuestro Presidente asume la decisión de la unión de esos movimientos de mujeres, ellas tienen que unirse, dignificarse y converger en una sola organización (…), unir a las mujeres es una tarea del Presidente Hugo Chávez; como fue la tarea de unir a nuestro pueblo; como está enseñando el Lenguaje No Sexista; como está devolviendo el sentimiento patriótico a nuestro pueblo; como todo lo que nosotras estamos aprendiendo en este momento de la historia o reaprendiendo.”[23] No se trata sólo de un debate teórico: casi un 40% de la población de Venezuela es pobre, en su mayoría, mujeres y niñas. La desocupación afecta a más de un millón de personas, mientras la economía crece a ritmos acelerados apoyada en el precio internacional del petróleo. Mientras los salarios –que para el año 2002 constituían un 33% del ingreso nacional- cayeron actualmente al 25%, las ganancias empresariales pasaron, en el mismo período, del 38% al 49% del total del ingreso nacional.

Autonomía y sólo cadenas que perder


Ahora bien, las movilizaciones de masas resquebrajaron los regímenes que implementaron el denominado “neoliberalismo.” Ese quiebre obligó a los nuevos gobiernos a asumir la tarea de reorganizar las instituciones de dominio y, para hacerlo, hubo que quitar a las masas movilizadas de en medio. Las expectativas se asumieron con pasividad. Pero las primeras contradicciones que se advierten entre las esperanzas y las acciones de los de arriba, están generando un nuevo clima de reflexión y debate en el movimiento feminista. Muchas y muchos de quienes durante el período anterior se desvivían por demostrarnos que había que hacer la revolución sin tomar el poder, hoy han llegado al poder sin hacer la revolución. Y el actual feminismo autónomo anticapitalista se desgarra frente a los nuevos gobiernos latinoamericanos, mientras nuevamente, la mayoría asume posiciones abiertamente reformistas para incorporarse a las instituciones de gestión del régimen.

Cooptación o marginalidad aparecen nuevamente en el horizonte. Pero esta vez, la cooptación que antes denostaba a las “traidoras” que se incorporaban a un régimen cuestionable y cuestionado, hoy se muestra favorablemente como la participación en procesos de cambio, como razonabilidad, como lógica de lo posible. Y la marginalidad, que en épocas de neoliberalismo se teñía de heroicidad en la resistencia a ser “integrada”, hoy se quiere mostrar y explicar como sectarismo, irreductibilidad irracional y lógica de la abstención impoluta. En el neoliberalismo de ayer, estaba mal visto ser una tecnócrata de género. Ahora, cuando nuevos regímenes políticos se erigen en Latinoamérica sobre episódicas bonanzas económicas que, sin embargo, siguen fomentando una mayor polarización de la brecha entre ricos y pobres de nuestro continente, cuando nuevos gobiernos de retórica encendida pero iguales métodos de coerción contra los que luchan se presentan ante las masas como la única opción posible, quienes señalan lo que no quiere verse son vilipendiadas por no aceptar ese límite.

El feminismo se encuentra, nuevamente, ante una encrucijada. Un pensamiento, una práctica y una organización de las mujeres que pretenda plantearse la emancipación de toda opresión, necesariamente tendrá que incorporar la lucha contra el sistema capitalista, pero no para automarginarse mientras el mismo garantiza su permanencia y continuidad, sino para enfrentarlo y, sobre sus ruinas, construir una sociedad de verdadera igualdad y libertad.

Ante tamaño objetivo, las fuerzas deben ser grandes. La autonomía no puede ser sinónimo de minorías marginadas, sino la base de un amplio movimiento de las mujeres que no tienen para perder nada más que sus cadenas. Independencia del Estado, del régimen y sus instituciones, de la Iglesia y los partidos políticos patronales para que pueda expresarse la propia voz de las más amplias masas de mujeres trabajadoras y de los sectores populares. ¿Pero podrá, asimismo, caminarse el camino de la unidad y la comprensión de que no habrá emancipación de las mujeres de esta barbarie en la que vivimos si no acabamos con este sistema que explota y oprime a millones, reproduciendo en su provecho al patriarcado –pero también los prejuicios homofóbicos, el racismo, la xenofobia, y un largo etcétera- para garantizar la división entre las propias filas de los explotados? Un fuerte movimiento de las mujeres deseosas de luchar por su emancipación, sin compromisos con el Estado, ni los gobiernos ni las instituciones que sostienen cotidianamente el funcionamiento del sistema capitalista, encontrará en las organizaciones combativas de la clase trabajadora –una clase, además, altamente “feminizada” como consecuencia de su propio desarrollo- un aliado indispensable. No será más fácil, pero siempre será más realista esforzarse en convencer al movimiento obrero de que es necesario romper con las divisiones que nos impone la moral patriarcal para enfrentar al capitalismo, que convencer a los gobiernos y las instituciones de la clase dominante de que la democracia es “más democrática” si nos conceden una cuota de poder para co-gestionar las políticas que fabrican 1.300 millones de pobres en el planeta, de los cuales, el 70% son mujeres y niñas.

Que cada encrucijada de la historia, no nos haga desandar caminos, sino que nos encuentre preparadas con las lecciones del pasado, para disponernos a construir el futuro con más experiencia y no menos entusiasmo.

* Publicado en el libro Los ‘90: fin de ciclo. El retorno de la contradicción, de José Henríque (comp.); Ed. Final Abierto, Buenos Aires, 2007.

[1] Esto ha generado, en diversos momentos, fuertes discusiones alrededor de lo que se ha dado en llamar la “doble militancia” de las mujeres que –perteneciendo al movimiento- militaban en partidos políticos u otras organizaciones sindicales, civiles, etc.
[2] Gargallo, Francesca (2004): Las ideas feministas latinoamericanas, México, Ed. Desde Abajo.
[3] La primera es la de las sufragistas, de finales del siglo XIX que, en nuestro continente, se expresó mayoritariamente a principios del siglo XX, también conocida como del feminismo burgués.
[4] Bellotti, M. y Fontenla, M. (1997): “Feminismo y Neoliberalismo”, en Brujas Año XVI, Nº 24, Bs. As.
[5] Me refiero más ampliamente a este período en el artículo “Feminismo Latinoamericano: Entre la insolencia de las luchas populares y la mesura de la institucionalización”, Revista Lucha de Clases Nº 2/3, Buenos Aires, 2004.
[6] La derrota de Argentina en la guerra de Malvinas en 1982 actuaba como un disciplinador no sólo para las masas del continente sino para todo el mundo semicolonial: el imperialismo es invencible. La ofensiva imperialista fragmentó y puso a la defensiva al movimiento obrero y popular y sobre ese telón de fondo se montaron las “transiciones a la democracia”, la política privilegiada del imperialismo norteamericano hacia nuestro continente, como respuesta defensiva frente a la emergencia de la movilización independiente de las masas contra estos mismos regímenes dictatoriales, que ya se encontraban profundamente desprestigiados.
[7] Bedregal, Ximena (2002): “Los encuentros feministas, Lilith y el todo poder UNO”, en www.creatividadfeminista.org
[8] Fontenla, M. y Bellotti, M. (1997): “Los caminos del feminismo”, en Brujas Año XVI, Nº 24, Bs. As.
[9] Según la información de la OECD, en 1970, las ong’s recibieron 914 millones de dólares; en 1980, la cifra ascendió a 2.368 millones de dólares y en 1992, rondó los 5.200 millones. A estos números habría que sumarles los subsidios otorgados por los gobiernos “del norte”, que de los 270 millones que dispusieron a mediados de los ’70, elevaron su cifra a 2.500 millones a comienzos de los ’90.
[10] Fontenla, M y Bellotti, M. (1999): “ONGs, financiamiento y feminismo”, en Hojas de Warmi Nº 10, Barcelona
[11] Falquet, Jules (2003): “La ONU ¿aliada de las mujeres? Un análisis feminista del sistema de las organizaciones internacionales”, en Multitudes Nº 11, París
[12] íd.
[13] Menapace, Lidia (1987): Economia politica della differenza sessuale; s/r
[14] En su libro A dónde va Francia, León Trotsky señala: “Toda crisis revolucionaria se caracteriza por el despertar de las mejores cualidades de la mujer de las clases trabajadoras: la pasión, el heroísmo, la devoción. La influencia de la Iglesia será barrida no por el nacionalismo impotente de los “librepensadores” ni por el soso fanatismo de los masones, sino por la lucha revolucionaria por la emancipación de la humanidad, y por consecuencia, en primer lugar, de la obrera.”
[15] El análisis de este proceso excede las posibilidades de este artículo.
[16] En Argentina, los precios de las principales mercancías que componen el grueso de las exportaciones experimentaron una fuerte alza permitiendo que la economía se recuperara de la caída sufrida a principios de la década. Actualmente, las reservas superan los 30.000 millones de dólares. En Venezuela, los altos precios del petróleo son la base de sustentación de la bonanza económica que permite que el crecimiento sea sostenido en los últimos tres años, algo que no ocurre desde 1990.
[17] “Feministas brasileñas apoyaron candidatura de Lula” de Madalena Guilhon, La Jornada, 04/11/2002.
[18] Íd.
[19] “Michele Bachelet y las feministas”, Teresa Valdés, Mujeres Hoy,
[20] “Evo Morales suprime los ministerios de Mujer y Asuntos Indígenas por considerarlos discriminatorios”, 20/01/2006, Informativos Telecinco.
[21] Esto significa seguridad social y jubilación para las amas de casa, aunque no se ha avanzado efectivamente en su implementación.
[22] La institución estatal de la que dependen las políticas hacia la mujer y la familia.
[23] Entrevista a María León, presidenta del Instituto de la Mujer de Venezuela: “El Socialismo del Siglo XXI es el Comunismo”

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