2/12/06

“Encuentros y desencuentros entre distintas concepciones feministas de la política - Lo personal es político - antiguos y nuevos debates" (*)

En un juego de palabras, bien podría invertirse el título de la mesa redonda, “Encuentros y desencuentros entre distintas concepciones feministas de la política” y transformarse en “Encuentros y desencuentros entre distintas concepciones políticas del feminismo”.
Pero hay una tercera opción, si nos atenemos a la política partidaria de izquierda, que es la de entender que los encuentros y desencuentros se dan entre “política y feminismo”, desde las viejas discusiones sobre la doble militancia hasta los actuales intentos de pensar los cambios políticos de nuestro país y nuestro continente desde el feminismo y desde la izquierda.
Dice la filósofa feminista Laura Klein que, las mujeres de la década del ‘70 se plantearon la separación de la sexualidad y la reproducción, ligando esta consigna a la libertad sexual y, sin embargo, no imaginaron que hoy íbamos a estar asistiendo a una separación de la sexualidad y la reproducción pero no a favor de la libertad sexual, sino a favor de una reproducción sin sexualidad, altamente tecnificada, que nos induce a ser madres a toda costa.
Esa inversión de sentido, es propicia para pensar la que sucedió con otra célebre consigna del feminismo de los ’70, que hoy nos invitan a analizar: “lo personal es político.”
Su objetivo fue poner en evidencia y discusión que lo que sucedía puertas adentro del hogar, en las relaciones interpersonales, con los cuerpos de las mujeres, con el “malestar femenino”, etc., no era otra cosa que las consecuencias de un sistema patriarcal que regía las relaciones entre hombres y mujeres, de manera tal que estas últimas se encontraban en una situación de desventaja con respecto a los primeros, es decir, que existía la opresión de un colectivo de género por otro.
Pero a la euforia inicial, a esos aires insurreccionales contra todas las instituciones –incluyendo la familia- y al cuestionamiento sospechoso de todo orden establecido, le siguió un proceso de repliegue y ensimismamiento.
La década del ’70 fue un período de auge de la lucha de clases: un pequeño pueblo campesino vencía a la potencia imperialista que contaba con el ejército más poderoso del planeta; revolución en Portugal, procesos revolucionarios en Chile, en Italia, huelga general en Francia, levantamientos en Checoslovaquia contra la opresión de la burocracia stalinista, luchas estudiantiles y de la población afroamericana, de las mujeres y de los homosexuales.
Pero a ese enorme auge de las luchas obreras y populares le esperaron dos destinos: desvío hacia la normalización, en los países centrales, obtenido a través de las enormes traiciones de las direcciones de masas (especialmente, del Partido Socialista y del Partido Comunista) y derrota a sangre y fuego en los países periféricos y semicoloniales, con dictaduras militares que impusieron el terror y la muerte.
El repliegue de los movimientos sociales tuvo, entonces, también dos destinos: en los países centrales, se obtuvieron algunos derechos, pero el costo fue la cooptación y la integración de sectores de los movimientos de lucha; en los países periféricos, las desapariciones, el exilio y la persecución cortaron de cuajo el inicio de una experiencia todavía muy incipiente –en cuanto al feminismo, nos estamos refiriendo. Y esta experiencia sólo pudo ser retomada, tortuosamente, casi una década más tarde, con la caída de las dictaduras militares.
Esta ofensiva contrarrevolucionaria del imperialismo, en toda la línea, que atacó las conquistas de las masas con la imposición de lo que ha dado en llamarse el “neoliberalismo”, impuso los modelos del individualismo, del sálvese quien pueda y del escepticismo que obliga a vivir el aquí y ahora.
Vastos sectores del feminismo trocaron “lo personal es político” por “lo político es lo personal”, dejando para el futuro la lucha política, pública, contra el Estado, las clases dominantes y las instituciones del régimen que reproducían, sostenían y legitimaban esta situación. Tranquilizando conciencias con una supuesta transformación de las vidas personales y con la creación de contra-valores feministas en las relaciones cotidianas como tareas prioritarias y excluyentes de la intervención en la arena pública, emergió un feminismo light, despolitizado y despolitizante.
Mientras se privatizaban las empresas públicas y miles de mujeres y hombres quedábamos sin trabajo, también se privatizaba el sueño de la equidad. Mientras incluso la política se transformaba, cada vez más, en una forma de hacer negocios para los empresarios privados –representados en las instituciones del régimen por funcionarios y políticos que, cada vez menos, disimulaban su carácter de agentes del capital-, desde ciertos sectores del feminismo se avanzó en un rechazo absoluto de la política de derecha y de izquierda, metiendo en la misma bolsa a partidos patronales y partidos obreros, incluso siendo más reacio al diálogo con estos últimos.
Esa situación hoy cambió. Las masas latinoamericanas emergieron, durante los últimos años en nuestro continente latinoamericano, dando por tierra con los gobiernos que representaron al “neoliberalismo”.
No derrocaron al imperialismo, no derrotaron a las burguesías nacionales, no hicieron revoluciones, ni tomaron el poder. Pero los gobiernos que asumieron después de esas batallas, esas jornadas insurreccionales, esos levantamientos populares… son el resultado sintomático y transaccionales de una relación de fuerzas diferente.
Eso no significa que estamos a favor de estos gobiernos. ¡Muy por el contrario! ¡Son estos gobiernos, justamente, los que bajo discursos encendidos y algunas pocas y tibias medidas demagógicas, intentan ir restaurando el orden, para que las cosas vuelvan a su “justo sitio” –siempre hablando en los términos de la clase dominante.
El feminismo también cambió. Durante toda la década pasada, fueron pocas las voces que como las de las compañeras de ATEM cuestionaron, por ejemplo, la oenegización del movimiento de mujeres y el feminismo: una política imperialista que fue de la mano con los planes de expoliación y ataque a las conquistas de las masas en los países semicoloniales. Hoy, surgen grupos –todavía muy pequeños- que se plantean el feminismo y la lucha por los derechos de las mujeres, desde una perspectiva política y no asistencial, desde una visión anticapitalista y de movilización y no como una práctica lobbista.
Pero también existe la política del “encantamiento” con que estos nuevos gobiernos latinoamericanos intentan cooptar a sectores de las masas y de los movimientos sociales. En Bolivia, cuatro carteras ocupadas por mujeres. En Chile, una mujer presidenta que promete la paridad en los cargos públicos. Hasta en EE.UU. el sentimiento “anti bush” que reflejaron las últimas elecciones intenta ser capitalizado por el igualmente imperialista Partido Demócrata, con la candidatura de Hillary Clinton.
En nuestro país, vastos sectores del movimiento de desocupados fueron cooptados a través de subsidios e, incluso, integrados a puestos de gobiernos. Entre los organismos de DD. HH., hasta quienes habían mantenido las posturas más radicalizadas durante los años anteriores, hoy actúan como voceras del gobierno a cambio de millonarios subsidios y prebendas. El movimiento de las asambleas barriales derivó en la consolidación de los Centros de Gestión y Participación Comunal. Y en el movimiento feminista, hay que decirlo, también actúa el discurso del “encantamiento”.
Siempre que hay cooptación, por un lado, hay ataque y represión a quienes se niegan a ser integrados. Es casi una ley inexorable de la política burguesa. Y entonces, mientras la clase media vuelve a los altos niveles de vida y consumo que había perdido durante los días del corralito, reingresa en su estado habitual de “mirar para otro lado” y hacerse la desentendida, por ejemplo, de que el 95% de los represores siguen impunes y por eso, hoy tenemos un ex desaparecido, desaparecido nuevamente.
Hoy, cuando el gobierno recrea expectativas con rimbombantes gestualidades, quien denuncia esto se convierte en enemigo. Y por eso ha reaparecido la confrontación con la izquierda, incluso en el movimiento de mujeres y en el feminismo. Es casi una regla inexorable: lo mismo sucedió cuando había expectativas –que más tarde se transformaron en una enorme desazón para vastos sectores de mujeres- en el Frente Grande, cuando se recrearon esperanzas en la Alianza de De La Rúa y hoy, cuando el discurso kirchnerista intenta embriagar con palabras, con mujeres en la Corte Suprema, con declaraciones altisonantes de ministros y con una posible candidatura de la “Hillary Clinton de las pampas”.
Y entonces, los encuentros y desencuentros que podríamos plantearnos largamente con la mesura que exige el debate teórico, se plasmaron, en el terreno político y de la decisión de acciones concretas, que evidenciaron estas “distintas concepciones” que hoy nos invitaron a exponer.
Quienes integramos la agrupación de mujeres Pan y Rosas somos militantes del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS) y compañeras independientes que acordamos en considerar que las mujeres vivimos en una situación de opresión, de discriminación, de desigualdad con respecto a los hombres.
A esa forma de relación entre los sexos, fundada en nuestra opresión, la denominamos patriarcado y consideramos que todos los sistemas basados en la explotación de una clase por otra han reproducido y legitimado el patriarcado.
Consideramos, también, que si bien no está garantizado que con la eliminación de la explotación de clase, automáticamente, se acabe con la opresión de las mujeres, lo contrario es una utopía: pretender que las mujeres pueden liberarse de la opresión, mientras se mantenga la explotación del trabajo asalariado de millones de personas, por un puñado de parásitos propietarios de los medios de producción, nos parece irrealizable.
Estas definiciones que parecen simples y abstractas, se traducen luego en opciones políticas, en decisiones prácticas y en propuestas organizativas.
La primera es que, entonces, planteamos que es necesario poner en pie un movimiento de lucha de las mujeres, activo, en las calles, independiente del Estado, el gobierno y los partidos patronales, donde tengan amplia participación las mujeres trabajadoras y de los sectores populares.
La segunda es que, en ese camino, es necesario luchar y aunar esfuerzos por arrancarle a este sistema (eso significa, en concreto, a este gobierno) todos los derechos que nos corresponden, aún en este régimen “democrático” que consideramos una falaz envoltura de la dictadura del capital contra la clase trabajadora.
Y para eso, nos movilizamos codo a codo, con aquellas mujeres que estén dispuestas a luchar por esos mismos derechos, aún cuando no crean, como nosotras, que es necesario acabar con el sistema capitalista. Nosotras creemos que debemos confiar sólo en nuestras propias fuerzas y no depositar expectativas en este gobierno ni en ningún sector del mismo, ni en los partidos patronales opositores, ni en las instituciones del régimen.
Estamos convencidas de que cualquier pequeña conquista será producto de la lucha de las mujeres y no de las dádivas de ningún gobierno, ni parlamento ni jueces progresistas. Creemos que embellecer las instituciones de este régimen reaccionario, engaña a las masas y genera falsas expectativas. Por el contrario, creemos que nuestra tarea debería ser fortalecer al movimiento de masas, en este caso a las mujeres que luchan por sus derechos confiando sólo en sus propias fuerzas y capacidad de movilización y señalando claramente a las instituciones enemigas y adversarias y a sus representantes y personeros.

(*) Intervención en la mesa redonda que con ese título compartí en las 25º JORNADAS DE ATEM

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