15/3/02

Revolución en la plaza y en la casa

Adelante iban las malabaristas con antorchas como un símbolo del fuego que abrasó, en marzo de 1906, a las obreras textiles neoyorquinas. Detrás, una bandera multicolor que rezaba Revolución en la plaza y en la casa abría paso a un grupo de mujeres feministas que ingresaban en Plaza de Mayo junto a las asambleas barriales. Era el viernes 8, día habitual de cacerolazo pero, esta vez, Día Internacional de la Mujer.

“Jueces de la Nación, una nueva Inquisición”

Los motivos para protestar eran muchos. Además de los que impulsan a la mayoría de los vecinos, las mujeres en particular sumaban otros: la Corte Suprema de Justicia acababa de prohibir la píldora del día después, un anticonceptivo de emergencia especialmente útil para prevenir embarazos en los casos de violación. Una pastillita recomendada por la Organización Mundial de la Salud y todos los científicos y médicos serios del planeta.
Una vez más, la justicia cargaba contra las mujeres. No era sorprendente para nosotras. Mientras nuestros derechos sexuales y reproductivos se ven limitados permanentemente, el derecho al aborto está absolutamente vedado y la violencia contra las mujeres, sin embargo, casi nunca es considerada delito.
¿Sabrán estos jueces que en Argentina hay casi 500.000 abortos por año, en situación de clandestinidad? ¿Sabrán que, por esa causa, muere casi una mujer por día? Como señalaban las mujeres en una de las pancartas vistas el jueves frente a Tribunales: “Un tercio de las muertes de adolescentes es a causa del aborto clandestino... y de la Corte Suprema”.
Lo saben, de eso no hay duda. Pero no es un problema que le ataña a una Corte enquistada en los sillones, adicta al poder y enriquecida ilícitamente. Sus esposas, sus amantes y sus hijas pueden conservar su doble moral intacta, asistiendo a clínicas truchas donde –por más de dos mil dólares- nadie corre riesgos sanitarios ni policiales y después se puede concurrir a misa, “como Dios manda”.
Mientras la Corte resolvía este asunto, otros jueces absolvían a un marido celoso que obligaba a la mujer a usar una cadena a modo de cinturón de castidad. Un vejamen que le impedía, incluso, ir al baño mientras el marido no lo consintiera.
¿Un caso aislado? No creemos. La justicia no es justicia para la gran mayoría de las mujeres. Por ejemplo, todas recordamos cuando un juez quiso sacarle la tenencia de sus hijos a una mujer pobre por el simple “delito” de no tener trabajo y vivir miserablemente; por otra parte, siempre ha dejado caer un manto de duda sobre la conducta moral de las mujeres víctimas de violación, por no hablar de los casos de asesinatos y desapariciones sin resolver de decenas de mujeres en situación de prostitución. Por eso, los gritos eran: “Miren, miren qué locura/ los jueces de la Nación/ nos prohíben la pastilla/ pero nada dicen de la violación”.
La prohibición de un simple método anticonceptivo sólo podía entenderse como un favor de los jueces hacia la Iglesia, de la que esperan apoyo, ante el terrible desprestigio que se han ganado frente a la población.
De ahí que las únicas voces de alegría frente al fallo fueron las de Chiche Duhalde y la Iglesia. Los curas sí tuvieron algo para festejar.

“Saquen sus rosarios de nuestros ovarios”

Las feministas venían de escrachar a la Corte el día anterior, entonces, en el cacerolazo del viernes le tocaba a la hipócrita Iglesia.
“¡Iglesia, basura, vos sos la dictadura!”, era lo menos que podía decírsele a una institución que no escatimó en apoyar la dictadura sangrienta de Videla, con sacerdotes repartiendo sacramentos a los torturados al borde la muerte, con sus más altas eminencias ocultando información a quienes buscaban a sus familiares desaparecidos mientras bendecían las armas genocidas.
Una Iglesia cómplice de los señores de la muerte, que hoy dice defender la vida, prohibiéndonos a las mujeres el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo.
Al día siguiente del escrache, el arzobispo se mostró sorprendido por las pintadas que cubrían el frente de la catedral de Buenos Aires, alegando desconocer el motivo de tanto ensañamiento. ¿No sabe por qué? ¡Nosotras sabemos quiénes son!
¡Sabemos que no sólo estuvieron con la dictadura, sino que ahora también son aliados de los poderosos! ¡Son parte de los poderosos! ¿Con qué autoridad moral exigen “gestos” de los demás que participan en su “Diálogo Argentino” estos curas que viven a expensas del Estado? ¿Cómo pueden hablar de caridad cristiana los dueños de tierras libres de impuestos que no dudan en mandar a la policía para desalojar a quienes legítimamente deciden tomarlas para construir sus viviendas? ¿Qué nos quieren venir a hacer creer sobre el amor a los pobres los dueños de tantas instituciones educativas que no sólo cobran cuotas carísimas a sus alumnos sino que, además, reciben subsidios del Estado mientras la educación pública se cae a pedazos?
Y como si con todo esto no fuera suficiente, permanentemente se meten con la vida, el cuerpo y la salud de las mujeres, bajo una supuesta “defensa de la vida” que no trae más que enfermedades graves para las mujeres jóvenes y pobres, cuando no la muerte en medio de las hemorragias y las infecciones.

“La cumbia del patriarcado”... música del podrido capitalismo

Al son de “la cumbia del patriarcado, la bailan los clericales...”, las mujeres feministas repartían un volante, en la Plaza de Mayo, que decía: “Luchamos por cambios económicos, sociales y políticos, culturales y sexuales, que hagan posible la justicia, la solidaridad, la igualdad y la libertad, el respeto a las diferencias, la explotación respetuosa de los recursos naturales, una distribución justa y equitativa de la riqueza. Por un mundo sin violencia, ni explotación, ni opresión.” 1
Las mujeres del PTS también luchamos por un mundo sin explotación, ni opresión; libre de la violencia del hambre y la violencia de la represión, de la violencia de los poderosos y la violencia sexista. Pero creemos que ese mundo sólo es posible de la mano de la revolución obrera y socialista.
Decimos esto porque –mientras peleamos codo a codo con las mujeres que exigen el derecho al aborto o que rechazan los atropellos de los jueces - estamos convencidas de que muchas conquistas arrancadas a esta democracia para ricos son derechos formales, ya que no todas podemos hacer uso de esos derechos en las mismas condiciones.
¿Acaso pueden participar en política con las mismas facilidades Chiche Duhalde, Graciela Fernández Meijide, María Julia Alsogaray, y las mujeres piqueteras que deben prepararse para enfrentar la represión ante cada corte de ruta? ¿Es lo mismo dirigir un sindicato para un hombre a quien lo espera su esposa con la comida hecha al final de la reunión, que una mujer que debe abandonar los plenarios para atender a su familia, “como se debe”?
Aún cuando las leyes obligan a no discriminar, ¿se puede hablar de igualdad cuando las trabajadoras ganan casi un 30% menos que los varones por el mismo trabajo? ¿No es una formalidad la igualdad de oportunidades que se postula para las mujeres cuando dos tercios de todo el trabajo de la humanidad lo realizamos nosotras y, a cambio, recibimos sólo el 5% de los ingresos?
En una sociedad donde se privilegia el ser varón y se asocia la virilidad con la fuerza, el dominio y la subordinación de las mujeres, estos crímenes e injusticias de los que hablamos más arriba son responsabilidad de sus perpetradores, de quienes los encubren y de quienes les otorgan el veredicto de “inocencia”; pero también de un sistema que a través de los medios de comunicación, la Iglesia, la educación, reproduce estos comportamientos opresivos invistiéndolos de legitimidad.
Nosotras creemos que la opresión de las mujeres tiene la “legitimidad” que le otorga un sistema basado en la explotación de la enorme mayoría por una pequeña minoría de parásitos capitalistas; un sistema donde la perpetuación de las jerarquías, las desigualdades y la opresión son parte fundamental de su funcionamiento.
El Estado pretende “eliminar”, supuestamente, las diferencias de nacimiento, de clase, de educación. Incluso, en los papeles, elimina las diferencias de género, proclamando que todos los ciudadanos son iguales frente a la ley. ¡Pero mientras escribe esto con la mano, permite la propiedad privada, que es la fuente de todas las desigualdades! Como decía Marx: “El derecho a la propiedad privada es el derecho de gozar y disponer de la propia riqueza arbitrariamente sin tener en cuenta a los otros, independientemente de la sociedad: es el derecho al egoísmo.”2
Nosotras queremos abolir ese derecho al egoísmo, para construir una nueva sociedad sin opresión ni explotación de ningún tipo.
Para ello marchamos junto a las oprimidas y oprimidos, explotadas y explotados de este mundo, en las fábricas y empresas, en los hospitales y las escuelas, en las rutas y en la calles, en las plazas y en las casas.

1 Firmado por ATEM (Asoc. de Trabajo y Estudio de la Mujer – 25 de noviembre), ADEUEM (Asoc. de Especialistas Universitarias en Estudios de la Mujer), CECyM (Centro de Encuentro Cultura y Mujer), Centro de Documentación sobre la Mujer, Puerta Abierta, Librería de Mujeres, Madres Lesbianas Feministas Autónomas, Mujeres Libres, Taller Permanente de la Mujer, Feministas Lesbianas Independientes, FEAS (Feministas Autoconvocadas), Grupo Musical de Choque Caramelitas en Calza, MUFE (Mujeres Feministas) y feministas independientes.
2 Marx, Carlos: “Sobre la cuestión judía”

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