La semana pasada planteamos la posición que sostiene el marxismo frente a la religión. Hoy queremos abrir el debate con nuestros lectores sobre cuál es la posición que debemos asumir los marxistas revolucionarios frente a las creencias que sostienen millones de trabajadores.
Los marxistas somos materialistas: en vez de pedirle a los trabajadores “creéme, no hay que creer”, la tarea que tenemos es explicar por qué persiste la religión, cuáles son sus bases sociales. Tenemos que decir que la raíz se encuentra en la opresión social de las masas trabajadoras y la sensación (aparente) de impotencia frente al capitalismo, que causa sufrimientos horrorosos al proletariado y al pueblo pobre, y que invita a “soñar” con una vida mejor en el más allá –tal como lo señalamos en La Verdad Obrera, la semana pasada. Los marxistas sabemos que no alcanzan los buenos discursos sobre la inexistencia de Dios o sobre el papel reaccionario de la iglesia, para acabar con la religión. Porque ésta es un producto social que expresa las contradicciones de la sociedad de clases. Sólo acabando revolucionariamente con esta sociedad dividida en explotados y explotadores, que da origen a la religión, entonces se podrá eliminarla.
Ahora bien, supongamos que estamos en huelga y un sector de obreros son ateos y otros, todavía creen en Dios y van a la iglesia. “El marxista tiene el deber de colocar en primer plano el éxito del movimiento huelguístico, de oponerse resueltamente a la división de los obreros en esa lucha en ateos y cristianos y de combatir esa división.”, dirá Lenin. Pero, refiriéndose al mismo ejemplo de los obreros en huelga, Lenin señala que también es nuestra tarea denunciar el papel que desempeñan la Iglesia y los curas al apoyar a los gobiernos y a la burguesía contra la clase obrera, especialmente cuando los trabajadores deciden enfrentar al patrón, al gobierno o al Estado.
También están los que consideran a la religión como un asunto privado: que si hay compañeros que tienen fe en Dios, no hay que decirles nada en contra de sus ideas, porque es “su vida”. Contra esta posición, Federico Engels –compañero de Marx y uno de los más grandes teóricos del socialismo- decía que los revolucionarios consideramos a la religión un asunto privado, pero con respecto al Estado; ¡de ningún modo con respecto a sí misma, con respecto al marxismo, con respecto al partido obrero! Tomar este asunto como un problema privado y no combatir la religión, para un partido revolucionario significa nada más y nada menos que ocultar o sacrificar uno de sus principios fundamentales para no tener “conflictos” con sus simpatizantes.
Por el contrario, los revolucionarios decimos claramente que las clases dominantes siempre utilizaron la religión para mantener a las clases explotadas bajo el sometimiento, apelando a la paciencia y la mansedumbre frente a la miseria y el yugo, justificando el sufrimiento en esta tierra por la esperanza en “otra vida” compensatoria.
Por eso queremos cambiar la pregunta sobre si hay vida después de la muerte, por otra pregunta: ¿hay otra forma de vivir esta vida, antes de la muerte, mejor que la forma en la que vivimos actualmente bajo el látigo del capital? Y mientras la religión enseña a mirar el cielo, el marxismo enseña a mirar la tierra para luchar por una sociedad donde no existan las cadenas.
Para emprender esa lucha revolucionaria es necesario que los trabajadores sólo confíen en sus propias fuerzas y no en las de un supuesto “ser superior” –ni celestial ni terrestre-. La religión sólo sirve para oscurecer esta idea: que en las manos del proletariado descansa el poder de construir la realidad de este mundo y, por lo tanto, de poder parar este sistema, destruir las cadenas que lo aprisionan y ser los artífices de uno nuevo, liberado de toda explotación y opresión.
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