Un debate con Toni Negri en medio de las huelgas que sacuden a Buenos Aires
En menos de diez días, confluyeron en Buenos Aires distintos conflictos obreros. Los trabajadores del subterráneo paralizaron el transporte por pocas horas, pero los cortes se realizaron en los horarios claves, en que millones de personas se trasladan de su casa a su trabajo o escuela y viceversa. Por su parte, los trabajadores ferroviarios cortaron las vías impidiendo llegar a los trenes hacia la metrópoli, reclamando la reincorporación de un compañero despedido. Y a todo esto, se suma, en estos últimos días, la lucha de los telefónicos por aumento de salario, que incluye la paralización de los servicios de reparaciones, comunicaciones por operadora, información, etc.
Los trabajadores de subterráneos amenazan con nuevas medidas; los ferroviarios fueron reprimidos, encarcelados y liberados prontamente por la acción decisiva de los obreros del ferrocarril, pero también por la solidaridad inmediata de otros sectores. Los telefónicos cortaron la Av. Corrientes a pocos metros del Obelisco, pleno centro comercial, bancario y turístico de la ciudad, mientras cantaban que la empresa está contra los trabajadores (por los salarios), tanto como contra “la gente” (por las tarifas usurarias).
Sólo pocas semanas atrás, la terminal de trenes más popular de la ciudad –Constitución- fue escenario de una “extraña” alianza que provocó la ira de la patronal y del Estado: desocupados se solidarizaban con ferroviarios despedidos por el odiado empresario Taselli –el mismo responsable de la mina donde murieron 14 trabajadores- y la medida de fuerza elegida fue permitir a los pasajeros (la mayoría, también trabajadores y pueblo pobre) que viajaran sin abonar el boleto. Otra cosa que no se volvió a permitir, incluso mediante un “piquete” policial, para que no cunda el ejemplo.
¿Qué podría pasar si estas luchas se unificaran y los trabajadores acaudillaran al resto del pueblo pobre contra estas empresas de servicios, privatizadas durante la década de los ‘90?
La multitud, la metrópoli y la centralidad obrera
“Esta no era una ‘huelga por el poder’, sino una huelga difusa, abrazando la totalidad de vida social, que llegó a ser parte de realidad cotidiana. En el diccionario de huelgas inventado por el proletariado en lucha (huelgas sectoriales, huelgas generales, huelgas salvajes, sentadas, etc...) tenemos que añadir un nuevo término, la huelga metropolitana.”[1] Así señala, con una nueva categoría, el filósofo italiano Toni Negri, la lucha de los trabajadores estatales franceses de 1995 –en ocasión de que se planteara el proyecto de privatización de los transportes públicos parisinos-,que puso en escena la idea de la paralización colectiva de las actividades de la metrópoli.
Frente a aquellos acontecimientos que tuvieron una enorme relevancia, y que para el mismo Negri significaron el “fin de la contrarrevolución de la segunda mitad del siglo XX”[2], comienza a cuestionarse cómo lucha el sujeto por él denominado “obrero social”, cómo puede “destruir en el espacio metropolitano la subordinación productiva y la violencia de la explotación.”[3]
Negri señala, acertadamente, que fueron los trabajadores de los servicios públicos los protagonistas de estas luchas (trenes, subterráneos, telecomunicaciones, correos, hospitales, escuelas, energía, etc.) y se pregunta, válidamente, cuál es la novedad que estos sectores representan dentro del aparato político y productivo capitalista de nuestra época. Dice: “los huelguistas de los servicios públicos han mostrado cómo, ejerciendo un efecto sobre el nexo de circulación, son capaces de afectar la cadena entera de producción”.[4]
Pero, para este autor, la huelga metropolitana no es la generalización de la lucha de los trabajadores (en sentido clásico) a otros sectores de la población, sino justamente la “forma específica de recomposición de la multitud”[5]. Porque los trabajadores no configuran, para Negri, un sector específico por su papel en la producción y por su potencial poder para paralizar el conjunto de los servicios. Los trabajadores, disueltos en la multitud, pierden su especificidad. La multitud es el sujeto de la huelga metropolitana que, entonces, se convierte en una nueva forma de “contrapoder” y deja de ser la generalización o socialización de la huelga obrera.
Explícitamente, aclara que la potencia del movimiento, justamente, no radica en que prefigura la “toma del Palacio de Invierno”, ya que “no es el problema de las revueltas metropolitanas sustituir al gobierno”, sino simplemente expresar nuevas formas de democracia en el proyecto de “reconstruir la ciudad.”[6]
La consigna coreada por los trabajadores franceses del ejemplo anterior, Tous ensemble (todos juntos), encierra para Negri, en sí misma un proyecto de transición al comunismo.[7]
Su hipervalorización del trabajador de los servicios procede de la idea de que los obreros fabriles son “los más sensibles al chantaje del desempleo y son, por lo tanto, los más débiles.”[8] Impactado por la intervención de los trabajadores de los servicios franceses en la escena de la lucha de clases internacional, Negri agrega: “La industria de fabricación y sus trabajadores están perdiendo definitivamente el papel central que habían tenido en el lanzamiento y liderazgo de la lucha de clase, mientras la gente que trabaja en los servicios, incluso y particularmente aquellos de los sectores de servicios privados de las economías avanzadas, son poderosamente atraídos dentro del campo de la lucha revolucionaria.”[9]
En su embellecimiento del “obrero social”, en primer lugar, no establece diferencias entre los servicios públicos dirigidos exclusivamente a la comunidad (generalmente, para los sectores medios, los trabajadores y el pueblo pobre) como la educación y las prestaciones sanitarias, de aquellos otros que, aún prestando un servicio a la comunidad, son mucho más indispensables para la reproducción del sistema capitalista, como los transportes, la energía, las comunicaciones, etc.
Esto no es una diferencia menor para la burguesía. Así se demuestra en su respuesta a las luchas que se presentan en los distintos sectores: innumerables huelgas docentes se suceden en los últimos meses en distintas provincias del país, pero el paro convocado por los ferroviarios con corte de vías no duró más de pocas horas antes de ser desactivado mediante la represión policial y el encarcelamiento de sus dirigentes y activistas más destacados.
Ahora, mientras se desarrolla la huelga de los trabajadores telefónicos, los medios de comunicación y la empresa aterrorizan a la población (y, en realidad, al gobierno y a los grandes empresarios) con el colapso comunicativo que podría significar una sola hora de “bajada de palanca”. Llamadas locales e internacionales, internet, operaciones bursátiles y bancarias, y otras complicaciones con sólo bajar una palanca, por ahora bien custodiada por la burocracia sindical en el 9º piso del edificio central de Telefónica.
Si el proletariado industrial es el corazón de un sistema basado en la extracción de plusvalía, los trabajadores de los servicios públicos hacen a las venas y las arterias por donde esa masa de plusvalía circula hacia su realización.
Esto hay que decirlo, porque, aunque para Negri el trabajo inmaterial ha creado un nuevo agente –general intellect- y ha reconfigurado el espacio público metropolitano, lo cierto es que la represión policial, los alarmantes discursos de los medios de comunicación de masas y otros gestos significativos están allí, para señalarle a quien aún no lo haya advertido, que el sistema capitalista se sigue sosteniendo en la esclavitud asalariada.
En segundo lugar, Negri, por descuido o por interés, no señala que si los trabajadores de los servicios públicos no levantan una política específica para ganarse el apoyo de las masas, el Estado, las patronales y los medios de comunicación harán lo suyo para enfrentarlos a las mismas. Para él, no es necesaria porque es la multitud misma la protagonista inmediata de la huelga metropolitana.
Pero, los hacinamientos en los transportes públicos, las interrupciones en los servicios de energía eléctrica u otros junto a las tarifas usurarias, la imposibilidad de llegar al trabajo con las penurias que acarrea para el resto de los trabajadores (descuentos, pérdida de premios, etc.) son motivo suficiente para que la unidad no surja espontáneamente, sino que tenga que ser planteada con claridad por los sectores en lucha, contra toda mistificación de la clase dominante que culpa a los trabajadores de lo que es sólo la consecuencia de su voracidad capitalista.
Las más de las veces, las quejas de los usuarios no se dirigen contra las empresas sino contra los propios hermanos de clase en lucha, favoreciendo la “solución” patronal o estatal que pone en manos de gerentes, jefes, carneros y hasta las mismas fuerzas represoras el normal desenvolvimiento de los servicios, presentando a estos enemigos de la clase obrera y el pueblo como sus verdaderos aliados.
Trabajadores y usuarios unidos contra el capital y sus agentes
Las medidas de lucha de estos sectores mencionados involucran a millones de personas y convulsionan el desarrollo de las actividades cotidianas de la ciudad. Ganarse a esos millones como aliados, por lo tanto, no es tarea menor.
Pero un movimiento de estas características no puede concebirse desde una lógica corporativista: aumento de salarios y rebaja de tarifas debieran ir de la mano, en los reclamos, tanto como el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.
Mostrar las contradicciones que tienen los de arriba es imprescindible para ganar la solidaridad de las masas: dicen que quieren bajar el índice de desocupación, pero nos despiden; la factura del “ciudadano” llega cada vez más abultada, pero a los trabajadores les pagan un salario de hambre. En este camino, exigir el control de los libros de contabilidad de las empresas privatizadas por comisiones integradas por trabajadores y usuarios pobres, permitiría demostrar que más que aumentar las tarifas, podrían rebajarlas, aumentando el salario obrero e incluso los puestos de trabajo.
El control obrero, junto a comisiones de usuarios populares, sería una gran escuela de planificación en el camino de la renacionalización sin pago de las empresas privatizadas.
Para ello es menester arrancarle el control de los sindicatos a la burocracia, para abrir el camino de la unidad con los otros sectores en lucha e imponer nuevas formas de coordinación obrera y popular.
Esta es la única manera en que el proletariado de los servicios podrá acaudillar, cohesionar y hegemonizar en un sentido estratégicamente revolucionario al movimiento en su conjunto, incluyendo a los usuarios del pueblo pobre; transformando la lucha reivindicativa en lucha social y política que paralice la actividad metropolitana, poniendo en jaque a los resortes del capital y los poderes constituidos.
[1] Toni Negri, Reapropiaciones del espacio público
[2] Toni Negri, La multitud y la metrópoli
[3] íd.
[4] Toni Negri, Reapropiaciones del espacio público
[5] Toni Negri, La multitud y la metrópoli
[6] Toni Negri, Reapropiaciones del espacio público
[7] íd.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
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