De repente, las huelgas obreras ocuparon las principales planas de los diarios y fueron motivo de debate en distintos programas de radio y televisión: Los titulares de los diarios, durante algunos días fueron: “Cada vez hay más conflictos gremiales” (La Nación, 5-12); “Volvieron con fuerza los paros y las protestas sindicales” (Clarín, 5-12); “Vuelve la puja por el ingreso” (Clarín, 5-12); “Convivir con las huelgas” (Clarín, 6-12); “Trabajadores “visibles”” (Página 12, 8-12); “El Gobierno, entre la presión salarial y el lento descenso del desempleo” (Clarín, 8-12).
En algunos medios, destacaron el carácter izquierdista de los dirigentes o de los delegados de estos gremios en lucha –ferroviarios, subtes, telefónicos-; incluso algunas revistas y diarios señalaron sus pasadas o presentes filiaciones trotskistas.
Esta “cierta preocupación” que muestran los medios, todavía enormemente prematura, señala que al abrirse una oleada de huelgas obreras, el fantasma del trotskismo sobrevuela la escena... ¿Por qué?
Porque cuando la clase trabajadora tensa sus músculos en luchas aunque sean reivindicativas o contra los despidos y no de enfrentamiento político con el gobierno; pero lo hace con sus métodos de huelga, piquetes, tomas de edificios, asambleas de base... entonces el lenguaje y las ideas de los marxistas revolucionarios dejan de sonar como discursos difíciles y extraños a los oídos de la clase obrera en lucha.
Apenas estamos a los inicios de una oleada de huelgas económicas, mayoritariamente de gremios de servicios y sectores de estatales, que aún no se han extendido a los sectores de la industria, que tienen carácter corporativo, y con un movimiento obrero que todavía mantiene, mayoritariamente, grandes expectativas en el gobierno de Kirchner.
Sin embargo, a pesar de todo esto, fueron lo suficientemente importantes como para que las corporaciones patronales, el gobierno y la burocracia sindical se pongan en alerta y para que cientos de trabajadores de todo el país las tomen como ejemplo para luchar por aumento salarial en este diciembre caliente. Clarín titulaba un reportaje a Moyano como “la CGT busca que la pelea salarial no se desborde”. ¡Está todo dicho!
Sin que el periodista de Clarín ni Moyano hayan leído nunca a Lenin, tenían en mente aquello que decía el revolucionario ruso de que “cada huelga enriquece la experiencia de toda la clase obrera”[1]. Y a lo que agregaba que “las huelgas infunden siempre tal espanto a los capitalistas porque comienzan a hacer vacilar su dominio”[2]. Es que la huelga “abre los ojos a los obreros no sólo en lo que se refiere a los capitalistas sino también en lo que se refiere al gobierno y a las leyes.”[3] Y esto lo hemos visto en estos días.
Había un ministro reaccionario alemán que decía que “Tras cada huelga asoma la hidra de la revolución.”[4] Y no se equivocaba, por eso los marxistas revolucionarios llamamos “escuelas de guerra” a las huelgas, porque en esas escuelas, los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos de clase. Aunque sólo sea una escuela de guerra y no la propia guerra, en ese despertar de la conciencia radica su importancia.
¿Cómo es ese desarrollo de la conciencia? El obrero, en primer lugar, busca de qué manera oponer resistencia al capitalista con el fin de procurarse defensa. Si está solo, es impotente, pero si se une con sus compañeros, se transforma en una verdadera fuerza, pudiendo entonces luchar contra el capitalista y ofrecer resistencia. Esta unión, decía Lenin, se expresa más que nada y con más fuerza que nunca en las huelgas. Es lo que el marxista italiano Antonio Gramsci denominaba el estadío mas elemental de la conciencia, el económico-corporativo.
Pero las huelgas resultan insuficientes, porque los patrones adoptan medidas bien pensadas contra ellas: hacen alianzas entre sí, le piden ayuda al Estado para aplastar la resistencia obrera, etc. Toda la clase capitalista junto con el gobierno que los ayuda emprende una lucha contra los trabajadores, pidiendo leyes contra ellos, trasladando las fábricas a otros lugares, etc. Entonces se hace necesaria la lucha de toda la clase obrera en su conjunto para enfrentar a semejantes enemigos. Y la conciencia de la clase obrera, avanza un paso más.
La conciencia política más elevada es aquella en la que los trabajadores, en lucha por liberarse de la explotación, hegemonizan en la lucha por una revolución socialista los intereses del resto de las clases explotadas y oprimidas en el capitalismo. Los marxistas, cuando hablamos de ayudar a formar obreros concientes, nos referimos a esta conciencia de clase mediante la construcción de un partido revolucionario.
Para los marxistas, estas luchas ayudan a desarrollar la conciencia política de los obreros. Porque la clase trabajadora, por las propias condiciones de explotación a la que es sometida, no tiene horas libres para reflexionar y estudiar sobre los asuntos públicos. Esta reflexión puede emerger, más fácilmente, al calor de la huelga.
Por eso los marxistas revolucionarios no intervenimos en las huelgas sólo solidarizándonos. Eso es algo fundamental y esencial. Pero Lenin decía que esta ayuda, debía consistir en primer lugar en “desarrollar la conciencia de clase de los obreros.”[5] Por eso, además de solidarizarnos, levantamos un programa de acción que, como señalaba Trotsky, lo llamamos programa de transición porque es “una ayuda a las masas para superar las ideas, los métodos y las formas heredadas y para adaptarse a las exigencias de la situación objetiva.”[6]
Algunas personas, incluso algunas corrientes políticas que se reclaman de la izquierda, dicen que no hay que plantear algunas cosas que no están en el estado de ánimo de los obreros. Que no da...
Pero los marxistas revolucionarios sostenemos que el programa no debe adaptarse a la mentalidad de los obreros, sino a las condiciones sociales y económicas. El programa debe expresar cuáles son las tareas que la realidad plantea, más allá de que la clase obrera aún no vea esa salida. Porque debemos decir la verdad.
Esa es la tarea de un partido revolucionario: “dar una imagen clara y honesta de la situación objetiva, de las tareas históricas que de ella se desprenden, independientemente de si los obreros están maduros para ello o no.”[7] Porque justamente, nuestra tarea consiste en ayudar a desarrollar esa conciencia, acompañando la experiencia misma de la clase obrera. Pero para ello hay que partir, justamente, de ese nivel de conciencia de las masas. Porque si no, sería hablar en el vacío.
Trotsky decía “si cierro los ojos puedo escribir un buen programa color de rosa que aceptará todo el mundo. Pero no corresponderá a la situación, y el programa debe corresponder a la situación... [porque] a conciencia no es del mismo material que las fábricas, las minas, los ferrocarriles, sino que es más variable, y bajo los golpes de la crisis objetiva, de los millones desocupados, puede cambiar rápidamente”.[8]
Pensemos en las huelgas actuales. Si bien no llegaron a convertirse en una huelga generalizada, que alcanzara al conjunto de los transportes y las comunicaciones, incluso extendiéndose a los sectores de energía, paralizando todos los servicios de la ciudad y, por consecuencia, afectando profundamente a los sectores productivos; sin embargo, esto no era inconcebible.
De hecho, los tres sectores que se movilizaron (ferroviarios, telefónicos y subte) lo hicieron contra empresas que adquirieron el control de estos servicios por medio de las fraudulentas privatizaciones de los ’90, llenándose los bolsillos a fuerza de despidos, productividad, bajos salarios y subsidios estatales. Se trataba de un enemigo común: ¿no planteaba, eso mismo, la necesidad de unificar las luchas para pegar con un solo puño?
Pero además, la parálisis de los trenes y el subte, tanto como la amenaza de un corte total de las comunicaciones, afectaba a millones de usuarios, pasajeros y clientes. Esos millones de personas son, en su mayoría, asalariados que, además, sufren la usura de estas empresas que aumentan los boletos, prestan servicios deficientes y emiten facturas que son un robo a mano armada. Tal como lo expresaron los telefónicos con sus cantitos, la empresa “caga al obrero con el salario y, con la tarifa, a la gente”.
Eso mostraba, de manera muy incipiente, que era necesario y posible plantearse un programa para ganarse el apoyo de las masas. En primer lugar del resto de los trabajadores, pero también de las capas medias, proponiendo la alianza obrero-popular en la lucha contra las odiadas privatizadas que explotan a los trabajadores y esquilman el bolsillo del pueblo.
Esa propuesta podía ser planteada con claridad por los sectores en lucha, porque los hacinamientos en los transportes públicos, las interrupciones en los servicios, la imposibilidad de llegar al trabajo con las penurias que acarrea (descuentos, pérdida de premios, etc.) son motivos suficientes como para que la unidad no surja espontáneamente. Más bien, hay que luchar enérgicamente, también en la propaganda, contra toda mistificación de la clase dominante que culpa a los trabajadores por “las molestias ocasionadas” –como decía el altavoz del subte-, ocultando quiénes son los verdaderos responsables.
Por eso hay que evitar que las quejas de los usuarios sean contra los propios trabajadores, ya que eso favorece la “solución” patronal o estatal que pone en manos de gerentes, jefes, carneros y hasta de las mismas fuerzas represoras el normal desenvolvimiento de los servicios, para terminar presentando a estos enemigos de la clase obrera y el pueblo como si fueran sus aliados contra el supuesto “caos” creado por los huelguistas.
Por todo esto que señalamos, ganarse a esos millones como aliados no es tarea de menor importancia. ¡Miles de personas defendiendo a los trabajadores del subte en cada cabecera, por ejemplo, hubieran hecho más difícil la presencia de la guardia de infantería que asomó en Constitución para amedrentar con un desalojo!
Claro que, para eso, los distintos sectores en lucha tenían que plantearse hegemonizar al conjunto del pueblo en una lucha que hubiera trascendido, hubiera ido más allá que las reivindicaciones salariales.
En este camino, exigir el control de los libros de contabilidad de las empresas privatizadas por comisiones integradas por trabajadores y usuarios pobres, permitiría demostrar que más que aumentar las tarifas, podrían rebajarse, aumentando el salario obrero e incluso los puestos de trabajo. Y, además, el control obrero, junto a comisiones de usuarios populares, sería una gran escuela de planificación en el camino de la renacionalización sin pago de las empresas privatizadas.
De esta manera, el proletariado de los servicios podría acaudillar, cohesionar y hegemonizar en un sentido estratégicamente revolucionario al movimiento en su conjunto, incluyendo a los usuarios del pueblo pobre. Entonces, estaría transformando la lucha reivindicativa en lucha social y política que paraliza la actividad urbana, poniendo en jaque a los resortes del capital y los poderes constituidos.
Como señala Trotsky: “El primer requisito del triunfo es el siguiente: una huelga política del proletariado debe convertirse en una manifestación política de la población.”[9] Porque, “en tanto [se trata de] un combate unificado del proletariado urbano contra la policía y el ejército está condenada al fracaso si el resto de la población permanece hostil o incluso indiferente.”[10]
Eso es la huelga general política. La eficacia de este método de lucha reside en que “aparte de su influencia sobre el capital, desorganiza el poder del gobierno”.[11] Cuando la clase obrera suspende el trabajo, paraliza no sólo el aparato de producción sino también el aparato centralizado del poder; las distintas regiones del país quedan aisladas, incomunicadas. Lo que se genera, en primera instancia, es una gran incertidumbre y anarquía.
Por eso, dice Trotsky, la clase que lleva adelante tamaña acción de lucha, debe estar “suficientemente organizada para no ser la primera víctima de la anarquía que ella misma ha suscitado. En la medida en que la huelga destruye la actividad del gobierno, la organización misma de la huelga se ve empujada a asumir las funciones del gobierno.”[12]
Esas “funciones de gobierno” las asumen los consejos, coordinadoras obreras o “soviets”. Su actividad significa la “organización de la anarquía”, dándole unidad a la lucha revolucionaria del proletariado.
Y, como señala Trotsky, una vez creados “esos comités de acción devendrían en un trampolín magnífico para un partido revolucionario. (...). La autoridad y la influencia de los elementos valientes, decididos y clarividentes, sería enseguida decuplicada.”[13] El “soviet” obliga a poner a todas las corrientes políticas frente al tribunal de las masas en lucha y, por lo tanto, permite desenmascarar a reformistas y centristas, ganando a los mejores elementos para una estrategia revolucionaria.
Esta perspectiva, la de la huelga general política, es desde la cual los revolucionarios analizamos las luchas actuales. Desde aquí señalamos sus logros y sus debilidades, tratando de establecer un programa que, como un puente, permita transitar del nivel de conciencia existente del proletariado al que es necesario para dar una respuesta a la altura de las circunstancias.
El mismo método de lucha de la huelga general política, muestra la potencialidad de la clase obrera y prefigura el futuro: todos los resortes de la economía en sus manos la empujan a adueñarse del poder político, para organizar la anarquía revolucionaria en beneficio del conjunto de las masas. Para hacerlo, desarrolla la verdadera democracia obrera, con una organización amplia capaz de dirigir los combates políticos y económicos de los sectores más diversos de manera centralizada. Y por eso, estos organismos, están llamados a cumplir un papel directivo en el momento de la lucha por el poder.
Esto no está planteado en lo inmediato. Pero las luchas actuales son una “escuela de guerra”, tanto para la clase obrera que empieza a tensar sus músculos, como para los revolucionarios que venimos luchando por la estrategia proletaria y que debemos probar nuestras ideas, transformarlas en programa y templarnos en la construcción de un partido revolucionario que sea capaz de jugar un rol decisivo en los momentos futuros de la lucha de clases.
Este nuevo aniversario de la rebelión popular de diciembre del 2001 tiene este rasgo distintivo: el surgimiento de luchas obreras con ocupaciones y piquetes, provocando enormes repercusiones en la vida política nacional. Estas luchas son los primeros pasos de la clase que no pudo expresarse con sus métodos y organización en aquellas jornadas de diciembre del 2001, porque fue contenida por el peronismo y la burocracia sindical.
Como ya señalamos, las huelgas están sirviendo para que la clase obrera se reconozca como clase. Es apenas un primer paso, pero los socialistas revolucionarios del PTS lo saludamos con enorme entusiasmo, porque sabemos que sin este reconocimiento es imposible imponer una salida de fondo para los padecimientos de los trabajadores, es imposible la construcción de una sociedad sin explotadores y explotados, cuestión que sólo podrá imponerse mediante una acción revolucionaria de masas encabezada por la clase obrera y su partido revolucionario.
Por eso, intervinimos en estas luchas no sólo siendo una de las organizaciones que más se jugaron en el apoyo solidario y proponiendo cuál es para nosotros el mejor camino para obtener las reivindicaciones planteadas, sino también intentando que sean un punto de apoyo en la necesaria conquista de la independencia política de los trabajadores.
Este es el nuevo desafío y el sentido por el cual el PTS marchará el 20 a Plaza de Mayo: unir a la izquierda obrera y socialista para impulsar un frente político de los trabajadores.
* Charla sobre huelgas obreras en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, con la participación de Flavio Bustillo, delegado del FFCC Roca y Carlos Artacho, delegado de FOETRA Bs. As.
[1] Lenin: Proyecto de Programa del Partido Socialdemócrata y explicación del mismo; 1895
[2] Lenin: Sobre las huelgas, 1899
[3] Lenin: Proyecto de...
[4] Citado por Lenin en “Sobre las huelgas”
[5] Lenin: Proyecto de...
[6] Trotsky: Un resumen de reivindicaciones transitorias; 1938
[7] Trotsky: El atraso político de los obreros americanos; 1938
[8] íd.
[9] Trotsky, Antes del 9 de enero; 1904
[10] íd.
[11] Trotsky, Conclusiones de 1905; circa 1909
[12] íd.
[13] Trotsky, Carta a Rous, 1935
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