Entrevista realizada en mayo de 2006
La casa de Mati queda a pocas cuadras de la de Valeria, la maestra. Claro que no lo sabíamos de antemano y nos perdimos un rato antes de encontrar el barrio donde vive con su mamá y su hijo de dos años. Es el feriado del 25 de mayo. El presidente decidió celebrar la fiesta patria con un acto en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, que no ha sido ocupada por los políticos oficialistas desde la caída del presidente De La Rúa, en medio de las movilizaciones populares de diciembre de 2001. Cuando llegamos, encontramos a Mati junto a su madre mirando el acto oficial, por televisión. Todo el país está esperando el discurso del presidente Néstor Kirchner, porque un “operativo clamor” originado en su entorno pide que anuncie su candidatura para la reelección el año próximo. ¿Lo dirá?(1)
Mientras tanto, sobre el escenario, las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos sobre cabellos también blancos, le dan un aire inusual a este acto público: por primera vez, viejas antagonistas a los poderes de turno acompañan a un presidente. Simultáneamente, debajo del escenario y buscando ocultarse de las cámaras, se encolumnan los representantes de aquella “vieja política” con la que el presidente dice haber acabado, pero que garantizaron que la plaza pareciera llena: con prebendas, clientelismo, ómnibus pagados por las intendencias y los sindicatos, se volvió a movilizar al “aparato peronista”. Desistimos de hacer la entrevista en los tiempos previstos: ahora somos cuatro las que estamos sentadas frente al televisor, ironizando sobre la ropa elegante de la primera dama y su sonrisa de “miss universo”. Tomamos unos mates, en el comedor de esta casa amplia y linda, rodeada por la pobreza de un Neuquén no apto para turistas.
Para Mati, ésta es la etapa de la “vuelta al barrio”, como dice el tango, porque cuando cumplió doce años se fue a Rosario a cuidar a su abuela y cursar la escuela secundaria en busca de mejores posibilidades. En Rosario, además, estudió teatro, y recuerda haber conocido “otras cosas, lo que ofrecen las grandes ciudades y los barrios marginales, no.” Pero la nostalgia pudo más, y con dieciocho años cumplidos volvió a Neuquén, a estudiar administración de empresas, pero cerca de la familia. Mientras tanto, trabajó como camarera para distintos bares y restaurantes. Sin embargo, no pasaba necesidades y, aunque su madre trabajaba como asistente social, ella “vivía en otras cosas. Mi mamá siempre estaba participando en las cosas del barrio, pero yo no le daba importancia.”
El primer golpe le hizo ver que, en el mundo, hay sexos y hay clases: contratada por una empresa, para servir a los invitados de un elegante banquete, fue acosada sexualmente por un ricachón que pensó que Mati estaba incluida en el menú. Ella pudo eludir el mal trago, pero la denuncia ante su patrón la hizo sentir ridícula. ¡El jefe no entendía por qué había desperdiciado semejante “oportunidad”! Recuerda que, al principio, “me daba miedo contarlo, me daba vergüenza, pensaba si no era también porque yo tenía el pantalón ajustado.” Pero después hizo una denuncia pública, habló en las radios locales y tuvo muchas dificultades para volver a conseguir empleo como camarera.
El segundo golpe fue más contundente: era 19 de diciembre de 2001 y vio cómo los vecinos de su propio barrio corrían a saquear los supermercados, presas de la desesperación que provocan la falta de trabajo y de perspectivas. “Lo primero que me impactó es que me encontré con compañeras mías de la escuela primaria y todas estaban con chicos, con dieciocho años y con nenes; la mayoría había abandonado los estudios, estaban resignadas. Eran cosas que me impactaron: niñitos que no conocían el yogur. ¡Y eran mis vecinos! Yo estaba en una burbuja, no veía, estaba como un montón de otros jóvenes que hoy también están así, que no se chocaron con esa realidad con la que me choqué yo. Me llamaba la atención que no distinguían entre el yogur y la crema de leche, y en los saqueos se tomaban la crema de leche como yogur. Fueron cosas que me marcaron.” Su comentario encierra el dolor y la sorpresa de quien jamás imaginó que el hambre pueda ser algo más profundo y desgarrador que tener ganas de comer. Entonces decidió sumarse al Movimiento de Trabajadores Desocupados de Neuquén, ése al que todos conocen como el MTD.
La experiencia en el MTD fue el tercer golpe, pero esta vez, se trataba de uno que abría un boquete desde donde se podía avistar otro futuro. “Ahí empecé a darme cuenta que era necesaria una organización. No era cuestión de salir y, al ver un camión, salir a apedrearlo así porque sí, que teníamos que ganarnos a nuestros otros vecinos. Entonces, necesitábamos una organización.” Y se convirtió en una de las más destacadas activistas juveniles del movimiento. “También pensábamos que, aunque nuestros padres eran trabajadores desocupados, como juventud necesitábamos una organización también, dentro de la misma pero otra, porque teníamos distintas necesidades. Y por eso decidimos organizarnos como Juventud del MTD.” De pronto, el barrio contaba con talleres de salud sexual y reproductiva, prevención de enfermedades, educación. “Hicimos toda una cosa así con los compañeros de universidad, con docentes. Se consiguió que se dieran clases de apoyo para que los adultos pudieran terminar sus estudios. Y también organizamos ámbitos donde poder discutir y debatir lo que nosotros necesitábamos.”
Pero una de las cosas que más la entusiasmaba era participar en las actividades con los obreros de Zanon, una fábrica gigantesca, la más moderna de Sudamérica para la producción de cerámicos. Su patrón quiso vaciarla, cerrarla, pero los obreros la tomaron, reconectaron el gas para encender el horno, pagaron las deudas que el dueño mantenía con las empresas de servicios, retomaron la relación con proveedores y clientes y, todavía hoy, sostienen la producción bajo control obrero.
Cuando Mati conoció a los trabajadores de Zanon, el MTD estaba encargado de las guardias de seguridad que, junto con los obreros ceramistas, custodiaban la fábrica. La decisión era incorporar a los desocupados al plantel de trabajadores, apenas aumentara la producción. Entonces convocaron a la juventud del MTD y les ofrecieron puestos en la fábrica, algo que para algunos era el primer empleo de su vida. “No lo podíamos creer. ¡Que pusieran esa confianza en nosotros! Yo estaba por que entraran los compañeros grandes… pero se decide, en una asamblea en el barrio, que los puestos eran para los jóvenes, que teníamos que transmitir al resto de la organización que la unidad de ocupados y desocupados realmente da sus frutos cuando se pelea por algo.”
De golpe, entonces, se convirtió en obrera de Zanon. “Primero pensé que iba a entrar en administración, pero entré en la producción, en el laboratorio ¡que en mi vida había entrado en un laboratorio! Pero los compañeros me fueron explicando lo que era un cerámico, ¡no sabía qué era un cerámico!”, exclama riéndose. “Ahora controlo la materia prima antes de que empiece la producción, para que no haya problemas cuando empieza. Pero antes hice control de proceso, desde que ingresa la arcilla a la fábrica, hasta que salen las cajitas con los cerámicos. También hice control de arcilla: me caminaba toda la fábrica, hablando con los compañeros. Era la única mujer en medio de todos los compañeros. Me gustaba más porque tenía más contacto con la gente. Ahora estoy encerrada en el laboratorio, me dicen rata.” Y vuelve a reírse.
Aunque le gustaba ser la única mujer de la planta, reconoce que este lugar excepcional no estaba exento de dificultades. “Es difícil, porque yo tenia que ir y controlar que el compañero estaba haciendo bien su trabajo. Y yo era una que entró nueva: piba, joven, mujer, y tenía que ir a decirle a un compañero de cincuenta años –que hace quince que estaba trabajando-, que estaba haciendo mal su trabajo. ¡Ni bolilla me daban! Lloraba, me hacía malasangre y venía un compañero que decía exactamente lo mismo que decía yo y le hacían caso enseguida.” Aceptaba la protección de algún compañero con “autoridad” o se ganaba el respeto, sola; era difícil someter a discusión este problema ante sus pares. “El coordinador del sector me decía ‘nadie te va a decir nada a vos’ y entonces iba y lo planteaba él. Pero yo no quería eso, porque yo estaba haciendo mi trabajo. Eso fue hasta que tomé la decisión de decirle a cada compañero ‘no, pará, yo trabajo como vos, y si te vengo a decir algo es porque es así, y está a la vista que lo que estás haciendo está mal. Primero los trataba de usted; después, ya no. Los trataba de igual a igual porque sino, no daban bolilla.”
Cuando Mati ingresó a Zanon, era una de las catorce mujeres que se repartían en tareas administrativas, recepción, selección de producto, atención del comedor y cocina. Hoy hay más mujeres; algunas trabajan en los consultorios médicos que la fábrica tiene en las localidades de Neuquén y Centenario, para sus trabajadores. Sin conocer demasiado de teorías feministas, Mati nos señala, con simpleza, “creo que con los compañeros varones somos trabajadores los dos, pero tenemos una igualdad a partir de una diferencia.” Y esta diferencia es la que la empujó a crear y participar en la comisión de mujeres de la fábrica, que no sólo está abierta a la participación de las obreras de Zanon, sino también de las esposas, novias, hijas, hermanas y madres de los trabajadores. Para Mati es necesario erradicar “muchos prejuicios que vemos todos los días en la fábrica.” Le preguntamos cuáles y nos responde “si hay una reunión después del horario de trabajo, van todos los compañeros y las compañeras no pueden ir, porque tienen que ir a buscar a sus hijos al colegio o ir a cuidarlos. También nosotras necesitamos otro trato. Somos iguales, somos trabajadores, ¡pero un manotazo en la espalda no es lo mismo para uno que para otro!”
Claro que el golpe de una mano amiga, en la espalda, que nos impulsa adelante, que nos invita a no decaer o que nos muestra su apoyo, no provoca el mismo malestar que los otros golpes. “Estamos trabajando para hacer una guardería dentro de la fábrica. También hicimos talleres de salud sexual y reproductiva y del rol que ocupan las mujeres en los movimientos sociales. Hicimos talleres sobre violencia. Tenemos que volver a hacer, porque muchas compañeras están pidiendo eso.”
Todavía, a las mujeres les cuesta más intervenir en las asambleas de la fábrica, ante la mirada de todos. Mati recuerda que, en una oportunidad, pidieron la palabra en la asamblea de Zanon, para contar de sus actividades y hubo piropos, silbidos de cortejo. “La típica: cada vez que pasa alguna a hablar, algún silbidito, alguna cosita… Entonces dijimos que no, que basta, que no era chistoso, que no nos sentíamos halagadas, y entonces pedimos que se vote que eso era una falta de respeto a las compañeras.”
Pero a pesar de las dificultades, Mati es una orgullosa obrera ceramista. “Hoy, mi trabajo es donde estoy haciendo una experiencia muy nueva, que para mí es algo histórico. Que los trabajadores estemos produciendo, manejando la fábrica, tomando decisiones de qué vamos a hacer con el dinero que se ganó, si lo vamos a invertir en la producción, en sueldos, en mantenimiento. Quiero que triunfemos para que le podamos seguir dando el ejemplo a un montón de trabajadores. Para que vean cómo los están explotando en las otras fábricas ¡Tenemos una fábrica de cerámicos al lado y trabajan terriblemente, en condiciones horribles! Para mí, Zanon es un ejemplo para el resto de los trabajadores. Hoy por hoy, es una de las empresas recuperadas que está mejor, tanto económica como políticamente, ayudando, llevando la solidaridad de clase con los trabajadores de Las Heras, que están en lucha, con estatales y privados de acá o de Buenos Aires. Es como la semillita de ir desparramando la solidaridad de clase.”
Apenas inició esta experiencia, su madre le advirtió “vos tené cuidado con lo de la lucha de clases, porque no es así.” Sin embargo, Mati siente que cuando entró a la fábrica conoció “el socialismo, de cerca.” Enseguida, aclara: “aunque Zanon no es el socialismo, pero vi el control obrero, lo vi ahí, vi que no es algo que está en los libros. Y empecé a querer conocer más y a poner mi granito de arena en esto: que la sociedad tiene que cambiar y que se puede hacer.” Nos repite para que no nos queden dudas de sus propias convicciones, “para mí, el socialismo es un mundo sin explotación, que podamos vivir en una sociedad que sea justa…”, se arrepiente, “no, no es la palabra.” Vuelve a intentar una definición que le parece más precisa “que tengamos las oportunidades por igual, que no haya algunos muy poquitos que tienen todo y haya un montón de gente que se esté muriendo de hambre.” Se explaya “el problema, para mí, es que eso no lo podemos hacer como en Zanon, que si gana Zanon, ya está… tiene que ser en todo el mundo.”
Mati vuelve a calentar el agua para la última ronda de mates. Ya está cayendo la tarde en este barrio marginal de Neuquén. Cuando nos acompaña hasta la puerta, vemos a unos pibes cantando en la esquina “golpe a golpe, ya no debo caer”. Como Zanon. Como Mati, a quien la vuelta al barrio, terminó abriéndole los ojos al universo.
(1) Recién un año después, se oficializó la candidatura de su esposa, la senadora Cristina Fernández, que competirá por la presidencia en las próximas elecciones nacionales de octubre 2007.
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