En su Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky relata la participación de las mujeres trabajadoras en los acontecimientos de febrero de 1917, con los que se inició el proceso revolucionario que culminó en octubre del mismo año: "El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. (...). Al día siguiente, (...), se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento. (...). Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros.
(...). Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas. (...). Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de decaer, coba mayor incremento: el 24 de febrero huelgan cerca de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado. (...). El grito de ‘¡Pan!’ desaparece o es arrollado por los de ‘¡Abajo la autocracia!’ y ‘¡Abajo la guerra!’. (...). El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. (...). La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: ‘Desviad las bayonetas y venid con nosotros’".
En Rusia, durante la guerra, cuando fueron movilizados al frente casi 10 millones de varones –en su mayoría campesinos-, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas alcanzando a representar el 72% de los trabajadores rurales. En las fábricas, pasaron de ser el 33% de la fuerza de trabajo en 1914, al 50% en 1917. Fueron estas mujeres trabajadoras, fundamentalmente las obreras textiles, las que el 23 de febrero de 1917 manifestaron reclamando pan, paz y libertad.
Rápidamente, las mujeres rusas accedieron al derecho al voto y a ser votadas. Y meses más tarde, con la revolución proletaria triunfante de octubre, alcanzaron –antes que las mujeres de los países capitalistas más avanzados del mundo- el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de la potestad marital, la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato, etc. Pero el logro más importante de la revolución no fue el de las leyes, sino haber sentado las bases para un pleno y verdadero acceso de la mujer a los dominios culturales y económicos. De poco hubiera servido el derecho al voto si las mujeres –esclavas domésticas, según la definición de Lenin– hubieran seguido siendo las únicas que cargaran con las obligaciones del hogar familiar, las más limitadas en su acceso a la educación, las que no tenían ningún acceso a la producción.
Sin embargo, no fue posible tomar por asalto la antigua familia. Además de la imperiosa necesidad económica, que limitó el desarrollo de la socialización de los servicios, la afirmación de la burocracia stalinista en el poder del Estado desenterró el viejo culto a la familia. A partir de 1926, bajo el régimen de Stalin, se instituye nuevamente el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se abolirá el derecho al aborto, se prohibirá la homosexualidad y la prostitución se convertirá en delito. Este retroceso en las conquistas revolucionarias es acompañado por los masivos y arbitrarios fusilamientos que acabaron con la generación de viejos bolcheviques y con todos los que se atrevieron a plantear su oposición al régimen.
Pero la burocracia que usurpó la bandera de la revolución de octubre, sucumbió finalmente en el basurero de la historia. En un proceso pleno de contradicciones, se derrumbó ante la corrosión de una profunda crisis económica y la movilización de las masas, a fines de la década de los ‘80. En la historia de las mujeres soviéticas hay una fuente de experiencias de la que podemos beber los millones de mujeres de todo el mundo que, de la mano del capitalismo, sólo conocemos opresión y miseria y que, por ello le declaramos la guerra a muerte.
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