13/6/02

No se compare conmigo, yo soy una obrera

ENTREVISTA A KATY, OBRERA DE PEPSICO

Katy tiene 33 años. Nació en Rosario. Hasta hace poco tiempo era obrera efectiva de la multinacional Pepsico, de donde fue despedida por defender a sus compañeras contratadas y luchar por la reincorporación de su marido, un delegado que no abandonó a las trabajadoras aún en contra de las decisiones de la burocracia sindical. Le pedimos que nos cuente su historia y estas fueron sus palabras.

La cuenta que pagan los del medio

Nosotros éramos mi mamá, mi papá, mi hermana la más grande y tres más: mi hermana más chica, mi hermano y yo; soy la del medio de ese matrimonio, porque mi hermana la más grande es hija de mi mamá. Yo creo que los del medio siempre pagan todo porque el más chiquito, por ser chiquito... pobrecito y el más grande, por ser grande ya está en otra.
Yo tuve que pagar las responsabilidades. Aunque también creo que debe ser un poco por la madurez, porque mi hermana era chiquita, pero sólo tiene un año menos que yo, pero era chiquita de mentalidad, de poder ver qué pasaba a su alrededor, y el más grande era terrible y hacía lo que le daba la gana. Era el único varón. Mi papá laburaba todo el día así que podía hacer con mi vieja y con nosotras lo que se le daba la gana: o ir a la escuela o no ir, o pegarnos todo el día a las hermanas, o hacerle caso a mi mamá o no hacerle. Ahora cuando llegaba mi viejo, era el chico diez.
Mi papá era independiente. Mirá, nosotros nunca supimos bien bien de qué trabajaba mi viejo. Yo sé que en un tiempo trabajaba con los depósitos donde están los botelleros... Creo que cuando yo era más chica trabajó en una fábrica. Pero, en realidad, nosotros no sabíamos bien qué hacía. Mi mamá toda su vida trabajó, pero cuando se casó con él era la mujer de la casa. Entonces, creo que ni mi mamá sabía muchas cosas de las que él hacía, porque la mentalidad de él era que trabajar en una fábrica no era para él, ser independiente sí, que no había que tener grandes ambiciones, sino conformarse con lo que uno tenía, que donde comían dos comían diez y que él era el hombre y tenía que hacerse cargo de la familia y no tenía que rendir cuentas. Y mi vieja estaba resignada a la casa, a los hijos, a la economía... Ella había trabajado de empleada doméstica, mucho antes de que yo naciera. Después lo conoció a mi papá, se casaron y nos tuvieron a nosotros tres. Ella ya tenía a mi hermana más grande, que ahora tiene como 45 ó 46 años. Mi papá era el hombre que venía todos los mediodía, nos traía chocolatines... cada dos meses le daba plata a mi mamá y le decía “andá, comprále ropa a los chicos”, de vez en cuando nos llevaba al parque.
No teníamos amigos, teníamos dos o tres en la cuadra... pero íbamos al colegio, volvíamos y estábamos todo el día en casa. Cada uno hacía algo porque cuando yo estaba en cuarto grado, mi papá se enfermó, le agarró un ataque de presión y eso fue lo que dio vuelta toda la familia, porque pasamos de tener una familia a la antigua, donde el hombre salía, traía la plata y la mujer la administraba y cuidaba sus hijos... a que teníamos un papá hemipléjico, mi vieja tenía que salir a trabajar, mi hermana ya se había casado y los tres éramos chicos... Eso fue terrible para nosotros, porque ninguno de nosotros tres estábamos acostumbrados a que mi mamá trabaje. Después mi hermana tuvo que venir a vivir a mi casa, después de haber estado casada no sé cuánto tiempo... Entonces era un problema. A mí me fue mal, tuve que rendir para pasar a quinto grado, fue una cosa terrible porque me había afectado muchísimo. Lo que pasa es que todo lo que fue la enfermedad de mi viejo, lo pasábamos mi mamá y yo. Ya te digo, mi hermana era chiquita y mi hermano era cualquiera, era muy terrible, entonces la que iba a los hospitales, amanecía, corríamos siempre éramos mi mamá y yo. Yo he llegado a no ir al colegio para perseguirla, ver dónde iba, por qué no llegaba a casa temprano y me empezó a ir tan mal en el colegio porque me afectaba mucho. Imagínate una persona a la que le tenés que dar varias pastillas por día, porque tenía arterioesclerosis... que no le podés dar cuchillos, ni nada, que lo tenés que estar cuidando y retando... es horrible, porque aparte vos tenés nueve o diez años y lo tenés que estar cuidando como si fuera tu hermanito y de repente, vos te acordás que tu papá era el que venía en bicicleta, te traía chocolates que de repente queda así. Y eso después repercutió en la salud de mi mamá, que tenía várices y problemas de presión porque laburaba mucho y no tenía como nosotras que nos quejamos por pequeños derrames... tenía “las várices”, cañones impresionantes, y a veces no le alcanzaba la plata y se tenía que venir caminando cuarenta cuadras. Imagínate una mujer que trabaja en dos casas, desde la siete de la mañana, sale a las ocho de la noche y se tiene que venir caminando del trabajo porque no tiene plata... ¿entendés? Trabajar de empleada doméstica es terrible y, claro, eso la fue desgastando en salud, también mentalmente, porque llegás a tu casa y tenés que renegar con todo. Mi papá estuvo casi seis o siete años así enfermo. Eso te va marcando así: “yo no quiero que me pase esto”. Yo digo ¿sirve de algo reventarse toda y descuidar la salud y todo eso? Yo pienso que es horrible.

Tanta necesidad de conocer

Cuando terminé la primaria me preguntaron “¿qué querés hacer? ¿querés trabajar? Porque el estudio es caro.” Además en las provincias no todo el mundo hace el secundario y en la época de antes, menos. A mí me gustaba la peluquería así que estudié peluquería seis meses y empecé a trabajar. Así que a los catorce años ya trabajaba en una peluquería, todos los días desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche. Estuvo bueno, porque como a mí me gustaba la peluquería, me daba bastante maña y tenía facilidad para peinar. Me llegué a ganar mucha clientela. Estaba trabajando con un peluquero y eso te sirve, porque aprendés de todo, entonces yo hacía los peinados para novias. Después agrandó la peluquería y vendía bijouterie y yo también hacía balances... hacía de todo, me metía en todo. Después empecé a tener todo el equipo de peluquería que me lo regaló él y trabajaba a domicilio.
Pero también era muy cansador, porque ya mi papá había muerto, a mí me habían mandado a vivir a la casa de mi hermana y ella era una persona que se levantaba y te decía: “bueno, hay que limpiar, hay que hacer los mandados, que no salgás, que no te pongas esa pollera arriba de la rodilla, no podés ir a bailar, quedáte acá en tu casa, no te quiero ver con éste ni con el otro.” Y yo decía: “¿pero cómo? Si yo soy grande y puedo trabajar ¿cómo no puedo tener amigas, no puedo ir al parque que estaba a dos cuadras?” Mi hermana tenía todos los prejuicios, entonces te educan con tantos tabúes que después tenés que romper con todo eso.
Entonces, como en mi casa ya no podía vivir porque de adolescente me llevaba terriblemente mal con mi hermano, tenía que vivir con mi hermana. Entonces un día me vienen a pedir plata para mi hermano y yo estaba tratando de que me dejen salir, porque consideraba que me lo merecía por el simple hecho de trabajar y ni siquiera porque era una adolescente y como toda adolescente tenía derecho a tener amigas, ir al parque... Entonces, ese día había cobrado y agarré y les dije “¡ustedes lo único que quieren es plata!” y agarré la plata, rompí todo el sueldo y me fui. Habré tenido quince años, más o menos. Entonces me fui a vivir a la casa de una amiga que vivía con la madre, trabajé un tiempo, después dejé y me dediqué a la vagancia (risas). O sea, hice todo lo que cuando tenía más edad para hacerlo no lo hacía. Después trabajaba a domicilio, cuando quería, nadie me decía “necesito tanta plata”, así que no me hacía problema.
Después mi hermano murió, así que ahora somos nosotras solas, porque mi mamá y mi papá también ya se habían muerto. En parte buscó el problema... murió de sobredosis. Entonces quedamos las tres mujeres solas, mi mamá también murió de un paro cardíaco y quedamos las tres hermanas solas. Pero somos las tres distintas. Yo por ejemplo, tengo amigos desde que empieza hasta que termina Rosario y después que me fui de mi casa, me fui de viaje. La más chica vive encerrada desde siempre en la misma casa y la más grande... te voy a contar, por ejemplo, una vez mi prima que es mucho más grande se había recibido de abogada y le dice “¿por qué no venís a trabajar al estudio, atendés el teléfono?” Y mi hermana le dice “no sé, porque yo tengo vergüenza”. De todo tenía pudor. Nunca trabajó, empezó a trabajar cuando murió su marido, hace trece años más o menos. Toda su vida vivió para sus hijos, su casa... Y ahora trabaja de portera en el mismo colegio en el que le faltaba una materia para recibirse de maestra. Debe ser re feo para ella.
Después cuando me fui a vivir a lo de amiga, empecé a tener un montón de amigas y la mayoría eran independientes, hacían artesanías, trabajaban... desde chicas que estudiaban para modelo hasta hippies que vivían todo el tiempo en la plaza y la policía se la pasaba llevándolas del calabozo a la plaza (risas). ¡Esas eran mis amistades! Aprendía mucho. Después conocí a unas chicas que iban al secundario y empecé de grande. Ibamos de noche, pero en realidad nunca me lo tomé en serio y en tercer año dejé, no me interesaba. Ahora, recién, hace un tiempo atrás estaba arrepentida. Pero era tanta la necesidad de querer salir, de conocer... Estaba bueno, porque conocí un montón de gente joven, grande, trabajé en una parrilla, me la pasaba chusmeando con todo el personal. Después un día con una amiga salimos y compramos una aguja para hacer tapices y le dijimos al vendedor que nos la enseñara a usar. Estuvimos toda la tarde ahí agujereando telas y aprendimos. Pero mirá vos ¡qué loco! Porque eso, después, cuando nació mi hija Paula me dio plata, empecé a hacer tapices para mantenerme. Así aprendí todo. Ese portamacetas lo hice yo, hago montones de cosas así y vendía. Eso me hizo conocer gente. Antes el puerto de Rosario era muy activo y venía gente de todos lados y nosotros teníamos la feria cerca del puerto. ¡Todos tenían dólares! Y estaba bueno. (risas). Tuve infinidad de amigas heavys, punks, hippies, de todo... era otra época. Todo el tiempo íbamos a parar a la comisaría, porque íbamos a bailar y cuando prendían las luces estaba la policía esperando afuera del boliche y te llevaban a la comisaría y de ahí íbamos a parar al juez de menores... ¡horrible!
A veces mi mamá me iba a buscar y me decía “Volvé, Katy, ¿dónde vas a estar mejor que en tu casa?” Y mi hermano se llamaba Jesús y yo le decía: “No, mamá, porque yo con Jesús no me llevo bien.” Mi casa era muy grande y estaba llena de plantas y mi hermano ahí tenía sus propias plantaciones y yo iba y se las arrancaba... y después tenía que desaparecer durante tres meses porque donde me encontraba me mataba. (risas). Mi mamá decía: “no le rompas las plantitas a tu hermano, que después se enoja.”

Viaje hasta una misma

Cuando nació Paula me fui de viaje. Cuando quedé embarazada, mi mamá ya se había muerto y mi vida dio todo un vuelco. Porque durante un tiempo me quedé sola y estaba sola con mi hija. Cuando me quedé embarazada me tuve que hacer cargo sola porque el padre de Paula tuvo una enfermedad y quedó mal, entonces tuvimos grandes problemas... A mi casa no podía volver porque mi hermano estaba ahí, a la casa de mi hermana por supuesto que no iba a volver por una cuestión de orgullo y de principios, así que vivía en la casa de mi amiga. El papá de Paula había tenido un accidente y había quedado mal, se le abrió la cabeza de lado a lado y se le rompió el hueso de la frente, lo agarró un camión cuando él iba con la moto. Yo estaba embarazada ya y nosotros estábamos por juntarnos, ya estábamos planificando para irnos a vivir atrás de la casa de mi mamá. Y después le agarraron convulsiones y la familia de él era muy de creer que alguien le había hecho algo, entonces me alejaron de la casa, me quemaron todas las cosas. Nosotros teníamos amigos en común que los pusieron en contra mío y me buscaban para matarme. Por suerte tenía amigas que eran de fierro y me acompañaban a todos lados. Ibamos a verlo al hospital y yo tenía que esperar escondida en la plaza hasta que salía toda la familia para poder entrar a verlo. Después mi mamá murió y yo en la casa de él no pude estar más. Era horrible estar ahí adentro. Yo agarré a mi hija y me fui. Me dije tengo que salir de este círculo porque sino, no voy a avanzar más. Y justo había venido una empresa de un circo y me ofrecieron para hacer publicidad. Yo trabajaba mucho así que me dijeron si quería ir con ellos y yo no tenía nada que perder así que agarré a mi hija y un bolsito y me fui con el circo. Viajé, viajé y viajé y en el ’89 ya estaba en la frontera, íbamos a cruzar a Paraguay cuando fue todo lo de los saqueos acá y la gente se estaba cagando de hambre y me quedé a vivir en Paraguay. Ahí lo conocía al papá de mi hija más chica y nos quedamos a vivir en Paraguay. El es argentino, de Buenos Aires. En realidad, creo que no me tendría que haber juntado, pero creo que estaba tan cansada de estar sola que... a veces necesitás tener a alguien. No habíamos nacido para vivir juntos. No coincidíamos con muchas cosas, con muchos ideales... y terminó así. Porque cuando volvimos a la Argentina, a fines del ’91 yo empecé a trabajar en una fábrica y miraba todo el día por la claraboya... claro, yo no estaba acostumbrada a trabajar así, encerrada. Era una fábrica de plástico, hacíamos cartucheras, carpetas. Después mi ex suegra me había conseguido un trabajo acá en la zona, en una fábrica chiquita de armado de cableado para autos y ahí empecé mi guerra: empecé a identificarme con mi propia persona.
Yo no soportaba que tocaban un botón y todas las mujeres salían corriendo como caballos al comedor y tocaban otro botón a la media hora y salían todos los hombres y nosotras teníamos que volver a trabajar. Yo iba desayunando por la calle para llegar rápido al trabajo. No teníamos baños como la gente, no teníamos ducha, teníamos que bañarnos con un balde. Comíamos ahí entre los cables. Mi ex suegra trabajaba ahí con toda una ideología justicialista de qué bueno que es mi patrón... Y un día me dijeron “atáte al pelo” y yo ya tenía mi grupo de chicas con las que escuchábamos rock and roll, que nos peleábamos con las otras que escuchaban a Luis Miguel, que era el grupo de mi ex suegra. (risas). Y bueno, cuando me dijeron “atáte el pelo”, dije no. Y otro día nos trajeron guardapolvos para que nos pusiéramos y yo me le reí en la cara al supervisor y le dije: “¿Vos estás loco? ¿Vos pensás que vas a imponernos a nosotras usar guardapolvo? Escúchame: comemos entre los cables, no hay ducha, es un tinglado donde hace 500 grados de calor, no hay una maldita ventana ¿y vos me querés imponer guardapolvo y atáte el pelo? ¿Por qué no te dejás de joder?” Entonces no nos poníamos ninguna el guardapolvo... bueno, mi suegra sí (risas).
Después pasé a las máquinas, que eran unos balancines de la época de Colón. Yo soy muy ágil para trabajar y así todo me agarré dos dedos con los balancines. Todas mis compañeras se quejaban, porque ya a un pibe le había arrancado un dedo el balancín. A mí me propusieron que sea delegada, pero yo dije que no. Yo estaba en otra, tenía tantos problemas personales que no quería. Además tengo tan arraigado un perfil tan bajo que nunca me creo nada de lo que me dicen que soy, entonces es un problema para mí, porque siempre termino yendo atrás de alguien cuando podría ser. El gran dilema que tengo en mi vida.
Después le mandé el sindicato a la empresa para que vean las máquinas y me llamaron a la oficina y me cagaron a pedos, que cómo hice semejante cosa. Después mucha gente que decía que me iba a apoyar, cuando vino el sindicato me dejaron sola. ¡No puede ser! Había dos delegados y los delegados estaban pintados ahí en el fondo mientras yo les mostraba la maldita máquina donde trabajaba.
Entonces los patrones me dijeron por qué les hacía eso y yo les dije las cosas que me parecían, y cuando empezó la crisis en las autopartes echaron a muchas chicas que estaban conmigo. Al principio muchas pensaban por qué echan a las chicas y no me echaban a mí y pensaban que era porque yo era la nuera de la amiga del patrón. ¡Horrible! Ya me estaba quedando sola y todas las amigas de mi ex suegra ya me hacían la vida imposible, todo el día tirándome cizaña, ponzoña, unas basuras de compañeras. La empresa quería que yo me vaya. Y un día me saqué y le dí a una con un palo en la espalda, porque se reían de mí y otra me dijo: “¡qué te pensás, negra de mierda!” y le tiré un jarro de cerámica acá en la frente, le dí. Entonces me suspenden y querían que renuncie. Yo les dije: “no, yo quiero que me echen”. Yo quería irme, porque eso ya estaba repercutiendo en mi vida, pensá que yo estaba viviendo en la casa de mi ex suegra y mis hijas vivían en una situación que a mí no me gustaba. Después el papá de la nena me dejó sola viviendo ahí en la casa y él se había ido a trabajar a un parque que se la pasaba en Ezeiza, en Cañuelas y a mí la plata no me alcanzaba. Entonces salía de ahí, de la fábrica y toda la noche armaba plaquetas para nebulizadores en mi casa. Y aparte mi ex suegra, mi ex cuñada, todos se empezaron a amotinar en contra mío. Las nenas se cuidaban solas, mi suegra comía con los otros nietos acá y mis hijas estaban allá, en la pieza comiendo fideos hervidos. Yo no soportaba más.

La explotación no vale la pena

Al año de dejar de trabajar ahí ya estaba trabajando en Pepsico. A mí me gustaba trabajar en Pepsico. Pero una fábrica grande, nunca había trabajado en una fábrica tan grande. Imagínate que nosotras corríamos los cables y comíamos en la otra fábrica y en Pepsico, para ir al comedor, tenías que caminar una cuadra. Era impresionante. ¡Yo no entendía nada!
Cuando entré a trabajar en Pepsico, me dijo el supervisor: “Acá nada de uñas largas, nada de pintura, nada de perfume, nada de collares, anillos, aritos... y lo que quieran tener... de la puerta de la fábrica para afuera, porque acá se viene a trabajar.” Pero como soy tan ágil para trabajar enseguida me hago... enseguida todas las contratadas me querían, me decían “veni, trabajá acá con nosotras, vení a esta mesa”. Cuando terminé el primer día no sabía qué tenía que hacer. “¿Me tendré que ir?”, pensaba. Nadie me decía nada. Eran las dos y cinco, ya estaba entrando el otro turno y yo estaba como una pelotuda ahí esperando. Lo encuentro al supervisor y me dijo “sí, mañana tenés que venir en el mismo horario”. Y trabajaba como perra. Trabajaba dieciséis horas todos los días, dos turnos parada. En menos de cuatro, cinco meses ya tenía callos plantales que no podía caminar. Yo llegaba a mi casa y parecía esas mujeres de ochenta años que esperan la palangana con agua y sal más que a un hombre ¿entendés? (risas). Pero para mí era lo más, porque trabajaba y podía juntar plata. Podía comprarles a las nenas dos pares de zapatillas.
Mis tareas eran en la parte de empaque de papas fritas. Estaba contratada. Como trabajaba bien, todas las chicas me decían “pregúntale al supervisor si vas a quedar” y yo nada. Se me terminó el contrato y no me lo renovaron. Me fui y así como me echaron me preparé el bolso y me fui a Rosario un fin de semana con mis amistades. Cuando volví me llaman diciéndome que la agencia por la que había entrado a Pepsico me estaba consiguiendo otro trabajo, y a los diez minutos me estaban llamando de Pepsico para decirme que me presente a trabajar.
Entonces a la semana entré de nuevo a trabajar. Yo tengo como cinco años de trabajar ahí. Y ya no trabajé más tanto. De vez en cuando, cuando quería, sí. Los fines de semana me quedaba porque me lo pagaban al 100%. Entonces el supervisor me empezó a decir: “Eh, Katy, cómo puede ser... antes te quedabas más”. Yo le dije: “Mire, Hugo, yo empecé a trabajar acá por tres meses y a mí nadie me garantizaba cuando se terminaban los tres meses. Pero usted no pretenda que yo de acá a no sé cuándo, trabaje como trabajaba antes, porque no puedo.”
Pero de vez en cuando me quedaba, porque todas teníamos medio como ese terrorcito al supervisor que venía y te decía: “¿Te quedás, no?”. Ganaba bien, ahorré plata y entonces un día me senté y le dije al papá de la nena: “Mirá, yo quiero que alguna vez de por todas hagamos cosas por nosotros, que dividamos la casa, quiero vivir bien y que las nenas tengan lo que se merecen.” Se lo dije una vez, se lo dije dos, a la tercera vez le dije “no te lo digo más”. Entonces ya empecé a guardarme la plata, a ahorrar. Y también hice cosas muy locas, por el simple hecho de hacer lo que se me daba la gana, por ejemplo, irme a Slim. Le empecé a comprar ropa a mis hijas, para el dia del niño salíamos, nos íbamos al cine, le hice los cumpleaños... Después la relación empezó a empeorar cada vez más y yo dije basta de vivir así.
También porque la fábrica me llevó a tener otras relaciones, a ver un mundo que yo no conocía, porque durante diez años había vivido muy sacrificada, trabajé mucho... cuando viví en Paraguay de día limpiaba en una casa que era de un militar retirado de la época de Stroessner. Era un caserón de la puta madre. Y yo por ejemplo me iba a la primer sala y el tipo me ponía la cuarenta y cinco ahí en la mesita del teléfono, me iba a la habitación y me llevaba la cuarenta y cinco para allá. Yo me iba todo el día y a Paulita la dejaba solita, sentada en la cama, con la mamadera y las galletitas. Y a la noche trabajaba en una pizzería.
Y el tipo era muy prepotente. Me decía: “cómo se nota que usted es argentina, pero no se olvide que esto no es Argentina” y yo le decía: “pierda cuidado que cada vez que lo veo a usted, me queda totalmente claro.” (risas). Era una casa llena de rejas, trabas, contratrabas.
De tanto vivir así, de mi casa al trabajo, todo el tiempo, que no tenía amistades, no sabía lo que era ir a tomar mate a la casa de una amiga, nunca decir “me voy con mi amiga al cine”. Y después esta era una fábrica tan grande donde yo veía que las chicas decían “me quedo a hacer extras” y se iban a bailar. Y yo pensaba: “¡ay, qué bárbaro! ¡Mienten y se van a bailar!” Bueno, al final al tiempo me fui y él me dio diez pesos para el flete y yo alquilé este departamento y no tenía nada, no tenía cama, no tenía colchón para las nenas, no tenía heladera, computadora, sillón. Tenía la mesa, el lavarropas y listo. Porque nada de lo que teníamos antes era nuestro y yo, obviamente, no me iba a llevar nada. Así que yo alquilé el departamento, me metí en cuentas y me compré la heladera, camas, el mueble, sábanas, hasta tenedores, vasos, platos. Por eso yo, más allá de que tengo problemas económicos, me siento orgullosa de que mis hijas tengan por fin lo que nunca tuvieron. Porque hemos vivido en una carpa, podríamos haber vivido en una casilla, hemos tenido mucho y no hemos tenido nada y hoy tengo lo que tengo. Lo que me da bronca es que todo esto es en base a mucho sacrificio, porque todas las chicas que entran a la fábrica, para comprarse algo tienen que trabajar como perras.
Cuando empecé a trabajar ahí trabajaba tanto que me anulaba por completo. Vos sabés que la fábrica es grande, tiene como dos cuadras. Y yo trabajaba en una punta de la línea de papas y me paraba ahí y volaba... veía a mis compañeras y me quedaba... entonces yo me paraba y las miraba y pensaba: “¡qué increíble! La gente trabaja tanto tanto tanto tanto tanto tanto... tantas horas... y vos decís ¿vale la pena?”
Estábamos paradas al lado de la máquina y de la máquina salía un rollo de cinta fina que son las tiritas que ustedes ven con todas las papitas colgando... eso va junto con el envase. Vos tenías que estar ocho horas agarrada de esa tirita, contando tantos paquetes y cortando, tantos paquetes y cortando. Ponías esa perchita que tiene para colgar y lo tirabas a una caja. Así ocho o dieciséis horas. ¡Y no sabés! Si la máquina iba a full, vos tenías que apurarte y la tenés que tirar bien, porque si la tirabas mal se retorcía y a la chica que empacaba le costaba un montón enderezarla, se atrasaba y las pibas te matan.
¡El maquinista aceleraba la máquina! Pero obviamente, sí, lo mandaba el supervisor. Miles de perchitas de esas por día. No sabés cómo te quedaban los dedos, ¿viste que el papel a veces te corta? ¡Te re dolían las piernas!
No tenía sillas, estabas parada y cuando estabas cansada te apoyabas así de costado, si es que tenías donde apoyarte. Un tiempo había unas promociones de unos muñequitos y para que vayan dentro del paquete teníamos que estar turnándonos cada una hora arriba de una mesa, paradas al lado de la máquina, tirando los muñequitos a medida que la máquina descarga las papas. Es re feo, porque es re incómodo, una hora arriba de una mesa, con el calor que hace. Es horrible. A lo último, yo estaba trabajando justo al lado de una caldera. No sabés... y el día que había sabores era peor todavía.
Viste que hay papas sabor mostaza, ketchup, todos los sabores que hay. Los sabores los van cargando en un saborizador y eso vuela, es un polvo. El sabor mostaza es el peor de todo, ese vuela y vuela. Un día me fui a comer y la dejé a mi compañera en el sector que estábamos como a 50 metros del saborizador o más y cuando volví estaba toda amarilla del polvo, las pestañas, la cara, todo amarillo. Se te pega, es horrible. Hay otros sabores que a las chicas les da alergia en la piel y se empiezan a rascar y rascar, quedan en carne viva. Te hace mal en la nariz. Otros sabores te hacen estornudar todo el tiempo, te congestionan.

Organizarse y luchar por las cosas esenciales

Como yo era una de las chicas más educadas, mejor vista por todos, una vez me llamaron de Recursos Humanos, me iban a hacer un reportaje para una revista interna de la fábrica y yo no sabía. En ese tiempo habían reformado el comedor, los baños y me preguntaban qué me parecía. Le habían puesto toda cerámica nueva pero el trabajo de albañilería era de cuarta, porque yo me había arreglado el baño de mi casa y era mil veces más lindo, no en cerámica, pero en la calidad de cómo lo habían hecho. Las cañerías estaban de la época de Kellog’s que tenían como cincuenta años y no las habían cambiado... el reformismo que no sirve de nada (risas). Entonces me preguntan de los baños y yo salto ahí con lo que me parecía mal, porque en la planta somos casi el 80% mujeres, todas las mujeres somos las que nos matamos haciendo extras, todas tenemos hijos... hacemos más trabajo del que tenemos que hacer. Entonces le digo que a mí me parece que tiene que haber más gente o que tiene que estar mejor repartido el trabajo, porque había pibas que hacían el trabajo de dos o tres o hacían trabajos de hombre y a mí me parecía mal. Y me dicen “¿Por qué eso no lo hablás con el gerente de producción?” “¡Yo ya se lo dije!” Porque yo me mandaba. Por ejemplo, una vez, venían chicas nuevas a trabajar y había mucha guerra entre las chicas nuevas y las chicas viejas, que eran más antiguas. Había pibas que no tenían buena predisposición para enseñar a las compañeras y eso hacía que mañana hubiera un escepticismo por si esa piba podía quedarse o no efectiva y a mí me parecía que eso era un problema.
Todo pasaba porque las mismas pibas que empacaban hacían mil cosas y le tenían que enseñar el trabajo a una nueva. Entonces, yo soy muy abierta para dialogar con las chicas pero no todas somos iguales. No todas las efectivas tenían la predisposición de enseñarles a las chicas nuevas. Entonces yo era de las personas que creía que no es mi trabajo enseñarle a otra persona. Se los plantee a mis compañeras y todas fuimos con el mismo discurso. Considerábamos que las chicas nuevas tienen que tener asesoramiento de cómo se trabaja y no lo tenemos que hacer nosotras, porque consideramos que el trabajo que ya hacemos es demasiado. Esa fue una de las primeras cosas que se pusieron, porque al tiempo ya había una persona que les enseñaba. Pero me salió mal, porque no solamente les enseñaba sino que también les decían “tengan cuidado, no se lleven por los malos ejemplos...” (risas).
Al poco tiempo las efectivas competían con ellas y yo les decía “pero está mal que compitan”. Y les quería hacer entender que esas chicas, no sabíamos cuantas iban a quedar efectivas. Había relatos desgarradores de chicas muy jóvenes que tenían dos o tres chicos y que todo el invierno los hijos se lo habían pasado en ojotas, sin medias, sin nada qué comer y lo bueno que fue entrar a trabajar ahí, te decían “yo fui y le compré tres pares de zapatillas, le compré números de más por las dudas, para que tengan.” Y de pronto, ¿entrar en esas discusiones de por qué vos trabajás así o así...?
Y de golpe ves que hay una gran cantidad de mujeres que se preocupan por el bienestar de la empresa, por ejemplo, las que están en la brigada... la mayoría son mujeres que trabajan para la empresa.
La empresa te da cursos de asistencia, de operativos de seguridad y la mayoría de los que hacen esos cursos son mujeres, obreras de la fábrica. Las más viejas, las más antiguas son las que suelen hacer eso. Algunas vienen de derrotas grandes, por ejemplo, algunas vienen de Terrabusi. Ellas piensan que no sirve de nada organizarse, luchar, que hay que garantizar el trabajo; pero cuando empezás a preguntarles te das cuenta que el problema de ellas fue una alianza patronal – obrera. Yo les digo que eso no sirve, ¿cómo podés estar en un conflicto y relacionándote con la patronal? Eso no es la unidad. Ellas me decían que ninguna lucha sirve para nada y yo les decía que sí, pero no de la forma que ella la estaban planteando.
Yo también tengo hijas y necesitan cosas materiales, pero también pasear, estar tiempo con ellas. Y yo no creo que toda mi energía tenga que estar en trabajar dieciséis horas para darle un bienestar a mis hijas y después, con la poca energía y la fuerza que no sé de dónde te sale, dedicarte a ser la mujer, a ser la esposa y a ser la madre. Porque llega un momento en que no podés más. Tenemos reventado todo el cuerpo, porque estamos hechas mierda. Entonces yo digo: si toda esa energía que la malgastamos porque solas solitas nos sometemos a esas dieciséis horas, la usáramos para defender que nosotras tenemos que trabajar menos, que tenemos que tener una guardería, que tenemos que cuidarnos más en la salud... si la usásemos nosotras podríamos no solamente darle bienestar a nuestros hijos sino dedicarnos a expandirnos nosotras. Yo por ejemplo tengo turno fijo, alquilo, soy sola y todo depende de mí y quiero expandirme, quiero educarme, estudiar, quiero ser alguien. Las cosas esenciales y básicas de todo ser humano no pueden ser reemplazadas por el vil dinero y la explotación.

Un paquete de regalo para el 8 de marzo

A las chicas les impactaba mucho que yo fuera sola, porque acá en Buenos Aires no tengo a nadie de mi familia y no hay muchas mujeres obreras que digan “me voy, con una mano atrás y otra adelante” y no solamente eso, porque también estudio. No hay eso, entonces todas esas cosas impactan. Yo era la mujer totalmente combativa. Eso te hace ganar un terreno y un respeto de las demás. Iba al baño o al comedor y las chicas venían y me decían: “sabés que me pasa esto, me pasa lo otro” Como una chica que estaba embarazada y ya estaba con una panza así de grande y el marido no quería que faltara al trabajo. “¡Tu marido está loco! Vos mírate en el espejo y pregúntate qué es lo que querés hacer y apuntá a eso. Porque tu marido te puede querer, pero también tenés que quererte vos. Y no podés someterte porque te vas a quedar sin trabajo. Aparte vas a tener un hijo, mirá como estás...”
Era una piba re jovencita con las piernas re inflamadas. A la explotación que te lleva la producción, te desgasta. Y si encima tenés que lidiar en tu casa con un hombre que te dice: “Tratá de no faltar, que sino, vas a perder el trabajo...” ¡Es horrible! Entonces, que lleguen hacia vos y que les puedas plantear cosas por la positiva, que no son nada del otro mundo, sino ver cosas por la positiva para que ella pueda plantarse o volver a sentirse fuerte, a quererse... Porque la mayoría caemos en esa: somos las que llevamos el mango a la casa porque mi mamá o mi papá o mis hermanos no tienen un mango. O tienen que estudiar y yo tengo que mantenerlos... y muchas veces eso te limita. Eso también se vio en la carpa que hicieron las chicas contratadas despedidas; la mayoría eran mujeres y fueron solo dos o tres maridos los que acompañaron la lucha.
A mí me parecía es que todo eso que yo hacía no estaba acompañado de una herramienta. Yo seguía con la idea de organizar a mis compañeras. Las chicas de la carpa me cuidaban mucho de ponéte acá, esperá... para que no me vean. Pero de hecho, después de que lo echan a Leo, todos los que éramos activistas estábamos bastante perseguidos. A mí me dejan sola trabajando en el sector, al punto de que un día estaba indispuesta y no podía irme a cambiar, nadie me hacía relevo y adonde iba tenía encima al supervisor. Además comía sola para no exponer a mis compañeras a que digan que estos se están organizando...
Entonces hablaba en el baño, hablaba mucho de los problemas de salud. Les hablaba de Evangelina que había tenido muchos problemas de salud, con las várices. Yo les decía nosotras tenemos que hacer cosas, pero juntas, no individualmente. Una vez una piba se me puso a llorar y me dijo: “Yo creo que lo que vos querés hacer es buenísimo, pero nunca vas a lograr la unidad acá, vos.” Y yo le decía: “Sí, yo lo voy a lograr, vas a ver...” Entonces dije: “Tenemos que sacar un boletín de la mujer, que reivindique... que explique... Yo les había llevado la nota que salió de Brukman en la revista XXI. Yo pensaba qué se podía hacer y dije sería bueno hacer un boletín que explique por qué es el día de la mujer, reivindicar lo que pasó con las obreras de Brukman. ¡Fuimos como quince pibas a Brukman! Después todas salieron diciendo: “¿Y si tomamos Pepsico?” (risas). Cuesta mucho organizar a las pibas en la fábrica, está muy encarnado eso de que tienen que soportar, que bancársela y todo eso. Pero no tienen ese sentido de la organización, mejor dicho, no tienen claro ese caudal de energía que tienen para poder hacerlo si se juntan. Lo que estuvo bueno, cuando hicimos el boletín es que no salía y no salía y después mi hija me lo acercó envuelto en un paquete como un regalo y yo pensaba: “¡Mirá si los de la seguridad supiese que mi hija me está trayendo unos boletines!” (risas). En los otros turnos, a las chicas que estaban con nosotros les dejábamos cantidad para que se los repartieran entre ellas. Los repartíamos en el baño. Yo creo que son muy chiquititas las cosas que pudimos hacer. Pero antes no se hablaba de eso. Ojalá hubiésemos podido avanzar muchísimo, pero igual antes no se hablaban de esas cosas. Alguien tenía que destapar la olla. A mí me preocupa mucho la relación que tienen hoy las mujeres. ¿Cómo te podría explicar? Toda esa potencialidad que tienen para hacer un montón de cosas y lo que más me preocupa es que hay mucha energía, que yo considero que está mal desempeñada, no está bien utilizada, muchas veces por ignorancia de una misma.

Luchando por la reincorporación

¡Si me reincorporaran estaría bárbara, bárbara! Estaría durante mucho tiempo festejando, con una sonrisa de oreja a oreja (risas) y aparte sería un golpe bueno para todas mis compañeras. Hoy, hay compañeras que dicen que yo tengo que sí dar o dar una pelea. Porque aparte, después que nos echaron a nosotros quedó un golpe muy duro adentro de la fábrica.
No acepté la indemnización porque si no, no podría seguir luchando. Cuando a mí me echan, me meten en un cuartito y me dicen que estoy despedida. Yo me re cagué de la risa y cuando me dijeron por qué me echaban me dio más risa, porque me decían que era por bajo desempeño. ¿Bajo desempeño? Les digo: “Cinco años he trabajado, cinco años que vengo a trabajar en unas condiciones terribles. Me han llevado hasta a internar, tuve no sé cuantas veces problemas de taquicardia, tengo várices, tengo tendinitis, me han llegado a drogar acá para que trabaje ¿y ustedes me dicen que tengo bajo desempeño?” Se miraban el uno al otro pensando “¿Qué le contesto?” (risas). No pensaban que les iba a contestar así, porque nadie les contestó. Aparte, le dije al gerente de producción: “¿Vos me venís a hablar de bajo desempeño? ¡Vos nunca pasaste por donde yo trabajo! Ni los supervisores pasan por ahí. ¿Sabés por qué? Porque a mí me dejaron sola trabajando y así y todo, trabajo. Las únicas que pueden decir si soy una mala trabajadora son mis compañeras.” Ahí se metió el gerente de personal: “Katy, no te pongas así, nosotros te vamos a pagar todo como corresponde, como indica la ley.” “¿Usted me viene a decir a mí que una indemnización es lo mejor que me puede pasar? ¿Usted no lee los diarios? ¿No sabe cómo está el país?” Y la de Recursos Humanos me dice: “Yo te entiendo, también me puede tocar a mí mañana.” Y le dije: “¿Qué? ¡No se puede comparar conmigo! ¡Yo soy una obrera! ¡Yo peleo por mi trabajo! Usted haga lo que quiera, pero no se compare conmigo.”

Publicado en Revista Travesías N° 11, Cecym.

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