En la planta que Pepsico Snacks tiene en Argentina, trabajan alrededor de 400 personas. Las mujeres son el 70% del personal de fábrica, ubicadas en secciones donde cumplen todo el turno –que rota semanalmente- de pie.
La mayoría de estas mujeres son jefas de hogar. En algunos casos son madres solteras, en otros sus maridos engrosan las filas del enorme ejército de desocupados que, en nuestro país, se acrecienta a una velocidad inaudita. Son jóvenes que no pasan ocho horas de pie frente a su máquina: hacen hasta dobles turnos para alcanzar un salario que, sin embargo, nunca alcanza.
Y si hay algo que pueda ser peor que esta vida de esclavitud, Pepsico lo ha conseguido: en el mes de enero empezó despidiendo a sesenta contratadas y, en mayo, echó a la calle a las últimas catorce. Así, dejó sin trabajo, en el lapso de cuatro meses, a casi ciento treinta trabajadoras, algo que ya ha sido denunciado por algunos de los delegados, enfrentándose al sindicato y a la empresa. También denunciaron el uso abusivo de los contratos, violando incluso la legislación laboral vigente en el país.
Fábrica de torturas
Elsa trabaja en empaque. Allí, la máquina que debiera funcionar a 80 golpes por minuto, lo hace a 120. Tres mujeres arman las cajas, las trasladan hasta la tarima y vuelven para seguir armando... el mismo movimiento de sus brazos, el mismo recorrido durante ocho horas, con sólo treinta minutos para comer e ir al baño. A Elsa, esta rutina le está provocando dolores: “La máquina te hace trabajar a máxima velocidad. A veces estoy sentada en el piso, jugando con mi hijo, y no me puedo levantar de cómo me duelen las muñecas, por la velocidad con que tenés que empacar. Estás ocho horas parada, no tenés lugar para apoyarte.”
Un muchacho, delegado de fábrica, me cuenta que la principal enfermedad que sufren las trabajadoras son las várices. Y que una de ellas demandó a la empresa y la obligó a cubrir su tratamiento de flebología, tras lo cual el sindicato –cómplice de la patronal- retiró esa especialidad de la cobertura médica de la obra social.
Rosalba dice que no se soporta el calor dentro de la fábrica. Los ventiladores tiran permanentemente el mismo aire caliente y rancio de las freidoras; pero, increíblemente, los asientos para ella y sus compañeras de sección son de aluminio. Como en una de esas macabras torturas milenarias que se le adjudican a los chinos, las trabajadoras de Pepsico se cansan de estar paradas, pero se fríen si se sientan.
Julia tiene ampollas en las manos. Para ella es algo cotidiano. Las papas se fríen a más de 200 grados y, a pesar de que trabajan con aceite, a la empresa se le ocurrió que deben usar guantes de látex.
Cuando las papas fritas saben amargo
Después de despedir a las trabajadoras contratadas, Pepsico se encargó de perseguir y amedrentar a las trabajadoras efectivas y a un sector de los delegados que las acompañaron en su lucha. Hoy, dos de ellos se encuentran suspendidos, mientras adentro de la fábrica reina el miedo.
Es que una comisión interna elegida por la totalidad de la fábrica –que denunció el plan de despidos y se enfrentó al sindicato- no es conveniente para los intereses de la multinacional. No se conoce que alguna de las grandes empresas del conurbano bonaerense haya tenido, en los últimos tiempos, asambleas de fábrica con la participación igualitaria y democrática de trabajadoras y trabajadores efectivos y contratados como en Pepsico. Esto es algo que no quieren permitir los patrones y los burócratas sindicales, por eso el ataque pretende ser ejemplar.(1)
Las trabajadoras despedidas de Pepsico y los dos delegados perseguidos por la patronal cuentan con la enorme solidaridad de cientos de abogados prestigiosos(2), de las asambleas vecinales de la zona, de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación, de numerosas comisiones internas, sindicatos y delegados de fábricas (entre los que se encuentran los obreros de Zanon y las obreras de Brukman), del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos, de algunos partidos políticos de izquierda y de cientos de personas de distintas profesiones y organizaciones que firmaron una declaración en su apoyo.
Sin embargo, nada de esto fue suficiente para torcerle el brazo a la empresa norteamericana.
Mientras Anoop Singh le sopla al oído al presidente Duhalde qué medidas debe tomar y Anne Krueger se esmera por hacer votar las leyes que exige la administración Bush en Argentina, las empresas multinacionales se comportan como esclavistas sin escrúpulos contra las trabajadoras y los trabajadores que a fuerza de sudor y sacrificio les permiten embolsar sus millones.(3)
Las máscaras de la multinacional
Pepsico es la compañía de Pepsi que elabora papas fritas y otros productos alimenticios, que, en su presentación institucional en internet, señala que prioriza como proveedores a las empresas que son manejadas por mujeres o personas de minorías étnicas.
La misma que publicita sus papas fritas con el latino Chayanne o su línea de gaseosas con la étnica Shakira contorneando su arábiga cadera, la cantante que no escatimó elogios para su suegro Fernando De La Rúa, mientras el inepto presidente argentino huía en helicóptero de la casa de gobierno ante la impresionante movilización popular, no sin antes dejar a varios jóvenes muertos en las calles.
Claro que la “política correcta” de Pepsico con respecto a las mujeres y las minorías étnicas no es más que una careta sonriente para los consumidores, detrás de la cual se oculta el verdadero monstruo de dientes afilados que lleva adelante la más descarnada explotación de jóvenes trabajadoras que pueda imaginarse. Una máscara de Shakira, para ocultar cientos de Julias, Elsas y Rosalbas.
Pero en Argentina estamos cansados de la desocupación, cansados de los atropellos y la prepotencia de los patrones y el imperialismo, ocultos tras los antifaces de progresismo, anti-discriminación y ayuda internacional.
Porque mientras Pepsico sigue aumentando sus ingresos con la complacencia del sindicato, los delegados que defienden a las trabajadoras se encuentran perseguidos. Porque mientras Shakira baila con Antonito en Miami y bebe Pepsicola, a un grupo de mujeres trabajadoras de Pepsico Argentina además de causarles ampollas, várices y dolor en las articulaciones, les han robado el último y simple sueño que les quedaba en pie: trabajar para dar de comer a sus hijos.
Los nombres son ficticios para evitar persecuciones por parte de la patronal contra las trabajadoras. Sin embargo los testimonios son, lamentablemente, reales.
(1) Hace muchos años que en el movimiento obrero no se lucha por los contratados, hecho que fue naturalizado por las direcciones sindicales burocráticas.
(2) Firman, entre otros, Dr. R. Monner Sans, Dr. Mariano Recalde, Dr. Marcelo Parrilli, Dr. Manuel Gaggero, Dr. Daniel Straga, Dr. León Zimerman, Dra. Dora Coledesky.
(3) Recientemente, a nivel mundial, Pepsico ha embolsado 20.000 millones de dólares. Instalada en Argentina desde hace 8 años, ha copado el mercado de snacks, quedándose con todas las marcas que existían anteriormente en el país como Bum, Pehuamar, etc.
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