En julio de 2005, las tropas de la ONU en Haití dispararon contra la comunidad de Cité Soleil, causando un efecto devastador, dejando 22 mil agujeros de bala e impidiendo, más tarde, la entrada de la Cruz Roja en flagrante violación a las normas internacionales. El 22 de diciembre de 2006, también en Cité Soleil, las fuerzas de la ONU atacaron a la población que se movilizaba, disparando desde helicópteros contra civiles desarmados. En esa ocasión, asesinaron a 30 personas, entre las que había mujeres y niños.
Sólo dos ejemplos, pero que abundan bajo el régimen impuesto por la misión de la ONU en Haití, donde las tropas internacionales de la MINUSTAH han sido acusadas, junto a la Policía Nacional Haitiana, de cometer ejecuciones sumarias y encarcelamientos arbitrarios. ¿Cuántos serán los atropellos y crímenes que cometerán estos mismos soldados durante los próximos meses, ahora cuando Haití se encuentra más devastado que antes? El gobierno de Lula ha enviado, recientemente, machetes, bombas de gas lacrimógeno y armas con balas de goma para “colaborar” con la “misión humanitaria” que ocupa todas las portadas de los diarios del mundo, desde el terremoto.
Pero estas tropas no están sólo en Haití. Sus “misiones de paz” y su “ayuda humanitaria” se extienden por todo el planeta, donde actúan como verdaderas “fuerzas de ocupación” imperialistas. Y en todos lados, se levantan acusaciones contra las tropas que la ONU ha vestido con cascos azules, en señal de paz y amistad.
En el año 2006, el 63% de las acusaciones contra las fuerzas multinacionales de los cascos azules de la ONU estaban relacionadas con delitos sexuales, abusos, violaciones, etc. y un tercio de las mismas se referían a la prostitución. En Haití, los casos de niñas, niños y mujeres prostituidas a cambio de alimentos o dinero, violadas y abusadas por las tropas de la MINUSTAH eran corrientes, aún antes de esta terrible tragedia que sólo debe haber empeorado la trágica situación a la que están sometidas las personas desamparadas, huérfanas y que han perdido todo durante el terremoto.
En Liberia, la “misión de paz” de la ONU fue acusada de aprovechar su posición para ofrecer beneficios a cambio de sexo a los más pobres, especialmente niñas y niños. En la República del Congo, los soldados de la ONU fueron acusados de estar vinculados a una red de pederastas y se habla de 140 casos de explotación sexual. En Kosovo, el escándalo provocado por el descubrimiento de que las tropas de la ONU participaban en redes de trata de mujeres sólo duró lo que duran las noticias en las primeras planas de los diarios. En Costa de Marfil, se denunció que las tropas “humanitarias” no sólo sometían sexualmente a niños y niñas a cambio de alimento, sino que también producían “pornografía infantil con niños que están especialmente desprotegidos como refugiados, huérfanos o niños de la calle”, según denunciaron algunos funcionarios.
Son conocidas, también, acusaciones de violaciones y pedofilia en Paquistán, Uruguay, Marruecos, Túnez, Sudáfrica y Nepal.
Como sucede en la Iglesia, en los ejércitos de todo el mundo, entre los círculos de altos funcionarios, magistrados y políticos que gozan de la mayor impunidad, todos los acusados que pertenecen a los cascos azules o misiones de la ONU son repatriados a sus países de origen, donde gozan de un retiro silencioso y sin juicio. La ONU tan sólo recomienda congelar los salarios de sus miembros acusados de crímenes sexuales, mientras que promueve la “creación de un fondo para ayudar a las mujeres y niñas que pudieran haber dejado embarazadas.”
Un cinismo inaudito y repugnante. Es que, según un informe de la ONU sobre el comportamiento de los cascos azules, sus militares están llenos de “disfunciones” y “las medidas adoptadas durante los últimos años para erradicar esta cultura sexual permisiva no han sido suficientes”. Mientras tanto, miles de niñas, niños y mujeres violadas, abusadas, golpeadas y reprimidas, siguen sobreviviendo en sus pobres tierras diezmadas y expoliadas por el imperialismo, las guerras y la destrucción que imponen las clases dominantes. Y deben hacerlo bajo las peores condiciones y arrastrando en sus cuerpos y sus almas las heridas que las “misiones de paz” dejarán marcadas a fuego con sus crímenes de lesa humanidad.
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Invitamos a nuestras lectoras a sumar su adhesión al pronunciamiento de mujeres y feministas de América Latina y el Caribe en solidaridad con las mujeres y el pueblo pobre y trabajador de Haití. Puede leerse en www.panyrosas.org.ar
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