“No nos pueden ganar la calle estos troscos”, dicen que gritó enfurecido Hugo Moyano entre dirigentes de la CGT, mientras analizaban el conflicto de Kraft-Terrabusi. Poco antes, había justificado que la central obrera no moviera un dedo por los trabajadores despedidos alegando que en la comisión interna “actúan sectores de ultraizquierda que politizan los reclamos.”
Mientras todos estaban expectantes por la inminente represión que auguraban los centenares de policías bonaerenses con caballos, perros, lanza-gases y escopetas que recorrían la planta de la multinacional yanqui de Gral. Pacheco, el secretario general del gremio de la alimentación, Rodolfo Daer, declaraba en los medios: “Como consecuencia del pensamiento ideológico, los conflictos producen desbordes irreparables y de profunda dificultad en la búsqueda de una solución.”
Los gordos hacían gala del más reaccionario macartismo para asegurar el aislamiento de la heroica lucha que centenares de trabajadores sostuvieron durante más de un mes, sin contar con el apoyo de su propio gremio. Pero para los burócratas sindicales, la política no es mala palabra. Sólo es mala si está en boca de los obreros, los que, para interés de la burocracia y especialmente de las patronales empresarias, conviene que no piensen en política; mientras los gordos se postulan como diputados del peronismo y, como Hugo Moyano, sueña a mediano plazo con el sillón de la gobernación bonaerense.
Cuesta pensar que más de 2500 obreros se hayan convertido en ultraizquierdistas de la noche a la mañana, máxime teniendo en cuenta que no hace más de tres meses votaron mayoritariamente por las listas encabezadas por Scioli o por De Narváez. Sin embargo, mantuvieron la fábrica alimenticia más grande del país paralizada y exigiendo la reincorporación de sus compañeros despedidos, defendiendo también a sus delegados que no responden a las órdenes de los gordos y esto, para los que están atornillados en sus sillones, es exasperante.Cuán dura tiene que ser la cara de la burocracia sindical para atreverse a demonizar a los trabajadores que luchan, mientras se arrastran por los pasillos de los tribunales teniendo que responder a juicios y acusaciones de robos, fraudes y asociaciones ilícitas. Ellos, los que están metidos en las mafias de los medicamentos, los que bajo el kirchnerismo aumentaron los ingresos de sus sindicatos en un 700%, los que están corrompidos hasta la médula y a la luz del día, se atreven a dar argumentos para convencernos de que aquellos que lucharon todo este mes pidiendo alcohol en gel para prevenir la gripe A y luego para impedir los despidos, son demonios sólo porque algunos se identifican con posiciones políticas que no son las suyas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario