“Mi abuela se llamaba Flora Tristán. Proudhon decía que era un genio. No sabiendo nada de ella, me fío de Proudhon. (…). Lo que puedo asegurar es que era una bellísima y noble dama. (…). Sé también que dedicó toda su fortuna a la clase obrera, viajando sin cesar.”
Paul Gauguin
“Tengo a casi todo el mundo contra mí. A los hombres porque demando la emancipación de la mujer, a los patrones porque demando la emancipación de los asalariados.”
Flora Tristán
Paul Gauguin
“Tengo a casi todo el mundo contra mí. A los hombres porque demando la emancipación de la mujer, a los patrones porque demando la emancipación de los asalariados.”
Flora Tristán
Creciendo bajo la contradictoria influencia del romanticismo, Flora Tristán se inclinó por la lectura de Bernardino de Saint Pierre, Víctor Hugo, Lamartine y convirtió a su vida en digna de la de una heroína romántica: escenarios sórdidos y oscuros, aventuras extravagantes en paisajes exóticos, belleza, amor, tristeza, melancolía, soledad. Y aunque sus ideas sobre la mujer y el socialismo, el feminismo y la clase obrera fueron realmente innovadoras, fue su vida singular la que más ha cautivado la atención de escritores e historiadores.
Su existencia, signada por múltiples avatares y adversidades, pero también su propio relato de esa vida, hacen de Flora Tristán un personaje notable: la Paria, la Mujer-Mesías. Y a pesar de ser “una mujer sola contra el mundo”[1], fue venerada por los trabajadores, a quienes dedicó fervorosamente sus últimos días y quienes le ofrendaron las palabras que rezan sobre su tumba: “A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de ‘La Unión Obrera’, los trabajadores agradecidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad.”
Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso nació el 7 de abril de 1803. Su padre fue un coronel criollo de la armada española en el virreinato del Perú y su madre, una francesa que, escapando de la Revolución de 1789, emigra a Bilbao. Allí, sus padres contraen matrimonio ante un sacerdote; trámite que no tendrá validez para las autoridades y las leyes francesas, lo que acarreará una crucial consecuencia en la vida de Flora. En 1804, un nuevo Código Civil reemplaza a las leyes de la Revolución: mientras preserva algunos aspectos del espíritu igualitarista de 1789, insiste sobre el derecho a la propiedad y la autoridad patriarcal del hombre sobre su esposa e hijos. El pater familiae del Derecho Romano recobraba así su potestad, de la mano de Napoleón, que intervino personalmente en la redacción de estas cláusulas: se restringe el divorcio, no se reconoce a los hijos ilegítimos, la autoridad paterna recupera la fuerza que tenía en el Ancien Régime.
Instalada la familia en la calle Vaugirard de París, el hogar es frecuentado por Simón Bolívar, el naturalista Aimé Bonpland y por aquel escritor y filósofo apodado Samuel Robinson, que no era otro que Simón Rodríguez, el mentor del Libertador. Esos son los nombres que invoca Flora, ya adulta, para demostrar a su tío Pío de Tristán que, a pesar de la ilegalidad en la que estaba inscripto el matrimonio de sus padres –y, por lo tanto, su propio nacimiento-, es la hija de su querido hermano Mariano. En Peregrinaciones de una Paria reproduce la esquela enviada a su tío en ocasión de su viaje a Perú: “Adjunto mi partida de bautismo. Si le quedan algunas dudas, el célebre Bolívar, amigo íntimo de los autores de mis días, podrá esclarecerlas. Me ha visto educar por mi padre, cuya casa frecuentaba continuamente. Puede usted también ver a su amigo, conocido por nosotros con el nombre de Robinson, así como a M. Bonpland…”[2]
Sangre de santos españoles, papas italianos, militares criollos y emperadores incas corría por las venas de Flora. Su corta vida no impidió que conociera la comodidad en Vaugirard y las dificultades en Burdeos, el honor en París y el desprecio en Arequipa, la esclavitud en Praia y aquella otra moderna esclavitud asalariada en Londres. Y cada una de estas experiencias fue delineando su propio pensamiento, transformando a esta mujer autodidacta en “La Paria”, empujándola a convertirse en una profeta pagana del socialismo y la emancipación femenina.
La vida de Flora Tristán transcurrió en el tiempo que mediaba entre dos revoluciones: catorce años separan a su nacimiento de la gran Revolución Francesa de 1789 y muere apenas cuatro años antes de la Primavera de los Pueblos de 1848, la rebelión que recorrió Europa pero que tuvo como epicentro a Francia y, como protagonista, al mismo proletariado al que le dedicó sus últimos años de vida. En cierto modo, su existencia estuvo signada por estos acontecimientos: una revolución burguesa que ya no es, una revolución proletaria que todavía no puede llegar a ser. Contrapunto que, además, es una metáfora de la contradicción que la atravesaba personalmente: por un lado, el denodado esfuerzo por recuperar el lugar perdido en la aristocracia, después de la muerte de su padre; por otro, el afanoso anhelo de conquistar colectivamente la emancipación del proletariado, de aquellos parias de los cuales también se sentía parte.
Y si las premisas objetivas para la revolución obrera eran aún inmaduras, su obra será, en todo, un producto de esa época, de ese período de transición entre el “ya no más” de la revolución burguesa y el “todavía no” de la revolución proletaria. Por eso puede señalarse que Flora Tristán se sitúa a mitad de camino entre el socialismo utópico y el socialismo científico: sus artículos y folletos no pueden encuadrarse, sin esfuerzo de conciliación, con sus maestros e inspiradores; pero tampoco puede incluírsela entre los segundos, fundamentalmente por su desconocimiento de la economía política y su consecuentemente insuficiente análisis de clase, aun cuando adelante alguna de las ideas fundamentales que, pocos años más tarde, Marx y Engels darán a conocer al mundo a través del Manifiesto Comunista.
Ni francesa ni peruana; ni burguesa ni proletaria. ¿Cuál era su lugar de pertenencia? Su búsqueda de un lugar en el mundo la conduce al reconocimiento de que no tiene lugar en él: “… resolví ir al Perú y refugiarme en el seno de mi familia paterna, con la esperanza de encontrar allí una posición que me hiciese entrar de nuevo en la sociedad.”[3] El desgarramiento que atraviesa su existencia se resuelve sólo a través de este viaje a las lejanas y desconocidas tierras americanas que es, en realidad, una travesía al interior de sí misma, su auto-reconocimiento como paria, pero también su conversión en una luchadora social, en una exquisita polemista, en una publicista innovadora. Allí, en Perú, advierte la posibilidad de trascendencia para su vida miserable a través de la obra literaria; pero se tratará de una escritura rebelde que denunciará la opresiva situación que recae sobre las mujeres, parias del mundo, sometidas violentamente a las cadenas del matrimonio que compara con las de la esclavitud, también descubierta durante este itinerario. “¿Existe acción más odiosa que la de esos hombres que en las selvas de América, van a la caza de negros fugitivos para traerlos de nuevo bajo el látigo del amo? La esclavitud está abolida, se dirá, en la Europa civilizada. Ya no hay, es cierto, mercados de esclavos en las plazas públicas; pero entre los países más avanzados no hay uno en el cual clases numerosas de individuos no tengan mucho que sufrir de una opresión legal: los campesinos en Rusia, los judíos en Roma, los marineros en Inglaterra, las mujeres en todas partes. Sí, en todas partes en donde la cesación del consentimiento mutuo y necesario a la formación del vínculo matrimonial no es suficiente para romperlo, la mujer está en servidumbre.”[4]
Hasta ese viaje ¿quién había sido Flora Tristán? Sólo una mujer que, con tan sólo dieciocho años, aspiraba a convertirse en “una mujer perfecta”, que pretendía “ser buena con todo el mundo, ser filósofa, pero en una forma tan dulce, tan amable, que todos los hombres desearán una mujer filósofa.”[5] Una niña que había visto nacer a su hermano al mismo tiempo que moría su padre; que de tener un hogar frecuentado por célebres escritores, militares y políticos, pasará a vivir sola con su madre en un sórdido barrio de París. Una joven que a los quince años es rechazada por el padre de su pretendiente, por considerarla bastarda. Una mujer condenada por esta situación de ilegalidad del matrimonio parental, estigmatizada como hija ilegítima por las leyes francesas que le reservaban un destino de miseria, y cuya situación es resuelta con un matrimonio arreglado con el litógrafo André Chazal. Flora era, entonces, una obrera en el taller de este artista algo mayor, donde se incorporó como aprendiza. “El 3 de febrero de 1821 comparecen los novios ante el Ayuntamiento del distrito XI de París, y se casan civilmente. Ninguno de los dos ha hablado de unirse ante la Iglesia.”[6]
No había opciones para las mujeres de aquella época: el convento o la prostitución eran las únicas alternativas para escapar a un matrimonio de conveniencia. El Código napoleónico rezaba que la esposa “sólo puede interponer demanda de divorcio en el caso de que el esposo introduzca una amante permanente en el hogar.” Flora era, entonces, una mujer a la que la unión matrimonial sólo sumó nuevas desgracias: ante la violencia de André Chazal, descubre raudamente que ni siquiera contaba con el derecho a abandonarlo, a divorciarse, a romper ese supuesto “mutuo consentimiento” en el que se había establecido el vínculo. Así y todo, se atreve a abandonarlo, con dos pequeños hijos a cuestas y pocos meses de un tercer embarazo, en cuya convalecencia descubre el feminismo a través de las páginas de Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft.
¿Cómo sobrevivir en una sociedad donde las mujeres dependían económicamente de sus padres o de sus maridos? ¿Cómo buscar un empleo, con dos hijos y otro en camino, estando separada, en una nación cuyas leyes no permitían el divorcio? Flora trabaja en una confitería haciéndose pasar por viuda. Luego deja a sus hijos al cuidado de otras personas, pero ya no regresa al hogar conyugal y acepta un trabajo como ama de llaves de una familia inglesa, con quienes recorre Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, entre 1826 y 1828. Entretanto, no sólo ha leído las novedosas ideas de Mary Wollstonecraft, sino también a Saint Simon, a Charles Fourier y a George Sand… ese atrevido “escritor” detrás de cuyo seudónimo se escondía una mujer que también ansiaba la libertad.
Flora va acumulando, en su memoria, las experiencias de una vida desgraciada que la convertirán luego en la escritora que denuncia los flagelos de una sociedad basada en profundas inequidades. “Sin madre, sin hijos, sin nombre, sin marido: paria auténtica ya, antesala de su propio destino.”[7] Sin embargo, todavía estas vivencias sólo atormentan a su espíritu, antes de convertirse en folletos y libros encendidos que provocarán las más variadas reacciones en los círculos progresistas de la época.
Después de su vida como ama de llaves de una familia burguesa londinense, Flora Tristán regresa a París y demanda a su marido ante los tribunales. Reclama la separación de bienes del matrimonio; pero la justicia que le niega el derecho al divorcio también falla en su contra ante este pedido: André Chazal, según la sentencia, carece de bienes y medios de subsistencia. A ella le corresponde, entonces, afrontar sola la manutención de sus hijos.
Al poco tiempo, muere su primer hijo. Sin embargo, como si la providencia no quisiera abandonarla completamente, conoce a un oficial de la marina mercante que en sus viajes a Perú ha trabado relación con Don Pío de Tristán, nada menos que su propio tío. El padre de Flora le había dicho en su lecho de muerte: “Hija mía, te queda Pío.” Y la búsqueda de contacto con ese tío allende el mar, había sido infructuosa durante años: decenas de cartas, enviadas por su madre a aquel encumbrado cuñado criollo, no habían obtenido respuesta. Ahora se presentaba una oportunidad única, la de enviarle una carta, a través del marino Zacarías Chabrié, de esta sobrina que había sido encomendada a él por su padre en el lecho de muerte.
Flora Tristán ya había entrado en contacto con los discípulos de Saint Simon, quienes habían constituido una asociación de fraternidad y vida en común. Sus ideas sobre el amor y la familia, la fidelidad y las mujeres eran enormemente revolucionarias; pero estaban bastante encontradas con la propia práctica del grupo. Ingenieros, médicos, poetas que declamaban sobre el progreso y el socialismo habían conformado una asociación en la que no participaban las mujeres, a excepción de Clara, la esposa de Saint Amand Bazard, uno de los dirigentes junto con Prosper Enfantin. Estos “Padres Supremos” –como eran denominados en la secta- mantenían divergencias entre sí: Bazard abogó por las reformas políticas, mientras Enfantin se inclinó por la predicación y el cambio moral, criticando especialmente la “tiranía del matrimonio” y abogando por el amor libre. Finalmente, éste condujo a sus seguidores hacia el misticismo, en la búsqueda de una Mujer-Mesías que esperaba encontrar en Oriente. Que no tendrían ningún papel en la construcción del futuro socialismo o que eran reveladoras del nuevo orden moral, tales eran las divergentes concepciones sobre las mujeres que dividían a estos “padres”, perseguidos por las autoridades francesas. “La mujer es la igual al hombre, será su igual: hoy en día es su esclava, es su amo quien debe liberarla. No es por protestar ni por negación que se podrá llamar a la mujer; no se puede apelar a ella más que afirmándola, expresando qué es lo que se quiere para ella, cómo se concibe, cómo se espera el porvenir para ella.”[8]
¿Flora podría convertirse en esta Mujer-Mesías que anhelaba Enfantin? Quizás. Por lo pronto, no comparte las opiniones de los discípulos de la escuela societaria, aunque esta idea mesiánica de la mujer predestinada a convertirse en profeta del mundo nuevo, la seduce enormemente. Como lo señalan diversas biógrafas de Flora Tristán, el misticismo es la forma en que se va configurando su propio proceso de individuación, en el que asume la tarea que se encomienda de modo casi profético.[9]
En 1832, dos obreras socialistas –desplazadas de la participación en la asociación creada por los discípulos de Saint Simon- lanzan el periódico La femme libre, que luego se titulará La Femme Nouvelle y La Tribune des Femmes. Desde esas páginas, Suzane Voilquin peticionará por el derecho al divorcio, cuando se involucra amorosamente con otra sansimoniana. Al año siguiente, Eugenie Niboyet funda, en Lyon, Conseiller des Femmes, el primer periódico feminista publicado fuera de París. Eugenie, que había integrado las filas del sansimonismo, rompía con la organización y se adhería a los fourieristas. A diferencia de los discípulos de Saint Simon que se debatían entre la libertad sexual y la defensa de la fidelidad, que derivaban de los principios socialistas de su maestro un cierto misticismo religioso, los fourieristas se concentraban en los cambios económicos para el desarrollo de los “falansterios”, donde el trabajo –incluso el doméstico- sería realizado por todos los miembros de la comunidad en igualdad.
Charles Fourier había señalado que la situación de las mujeres era la medida del progreso social y esta idea encarna en Flora, que mantiene distancia de los sansimonianos y se inclina más por las ideas de Victor Considérant, un discípulo de Fourier que abogaba por la constitución de los “falansterios” que su maestro había proyectado, esas comunidades que se organizarían cooperativamente para reformar pacíficamente el orden socio-económico que era fuente de todas las injusticias. “Se observa que el nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas está en proporción a la independencia de que gozan las mujeres.”, escribirá Flora, parafraseando a Fourier, en las primeras páginas de Peregrinaciones de una Paria.[10] Lo mismo harán Marx y Engels, Lenin, Trotsky… desde el corazón mismo del socialismo utópico se traza un camino que, como un fino hilo, llega hasta la actualidad del marxismo revolucionario: “Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.[11]
Mientras tanto, Flora recibe la respuesta de su tío desde Perú. Una respuesta parca y distante que desmorona sus esperanzas de encontrar ayuda en su familia criolla. “Cuando recibí esta respuesta, a pesar de la buena opinión que tenía de los hombres, comprendí que no debía esperar nada de mi tío.”[12] Pero las esperanzas reaparecen de la mano de la revuelta popular. Flora participa activamente en las jornadas conocidas como Las Tres Gloriosas, cuando Carlos X de Borbón decreta la suspensión de la libertad de prensa y disuelve la cámara de diputados recientemente electa y el pueblo de París –que venía de soportar las consecuencias de una importante crisis económica y la suba de los precios de los alimentos- se precipita a las calles, derrotando al ejército y reabriendo los periódicos liberales cerrados por ordenanza real. Obreros y artesanos, reunidos frente al Palacio Real, constituyeron el primer núcleo de la insurrección; en el Ayuntamiento, la Bastilla y los suburbios se levantaron barricadas; las estrofas de La Marsellesa resonaban en las calles de París y eran interrumpidas sólo por el grito de “¡Abajo los Borbones!” La movilización involucró a los estudiantes y clases medias; comerciantes y patrones daban asueto a sus empleados para participar de la revuelta. Finalmente, el 30 de julio de 1830, el rey abdica y la Cámara de Diputados eleva al trono a Luis Felipe de Orleáns, a quien se lo bautiza popularmente como “el rey de las barricadas”.
Profundamente impresionada por las movilizaciones populares, Flora Tristán pronto verá sucumbir nuevamente sus esperanzas: la ley de divorcio se discute en la Cámara, pero no será aprobada hasta 1884. El vínculo que la mantenía esclavizada al odiado André Chazal, no puede disolverse aún. La clase obrera había impulsado el movimiento revolucionario, consiguiendo el triunfo del pueblo; pero la gran burguesía, nuevamente, iba a apoderarse de él.
En tanto, el marido reclama la tenencia de su hijo Ernesto, mientras Flora exige, a cambio, la firma de un acuerdo de separación que confía en que podrá transformarse en divorcio, llegado el momento en que las leyes lo habiliten. Finalmente, agotados todos los recursos para sobrevivir ante tantas desventuras, recurre a Mariano de Goyeneche, un primo arequipeño de su padre, que vive en Burdeos y colabora en la preparación de su definitorio viaje a Perú.
El 7 de abril de 1833, Flora emprende su peregrinación a Perú a bordo del buque “El Mexicano”, comandado por el mismo oficial Zacarías Chabrié que había conocido unos años antes. Serán cuatro meses y medio de travesía, en un barco tripulado por veinte hombres y una sola mujer: ella. En los meses que siguen, la clase obrera francesa conoce los más altos niveles de explotación desde la restauración. Mientras Flora navega hacia su destino, los tejedores de seda de Lyon se levantan contra los miserables salarios y las agotadoras jornadas de dieciocho horas de trabajo. Bajo el lema “Vivir trabajando o morir combatiendo”, los obreros se lanzan a la lucha, soportando la feroz represión de las tropas gubernamentales. La derrota, sin embargo, no pasa en vano. Fortalecidos en su conciencia de clase, los trabajadores avanzan en la construcción de sus organizaciones.
Flora está lejos de estos acontecimientos, encontrándose con el misterioso Perú, la tierra de su padre, recientemente liberado del yugo español y sumido en una lucha entre caudillos militares que pugnan por alzarse con la presidencia de la nueva república. En 1834, la ciudad de Arequipa –de donde es oriunda su familia paterna- se convulsiona ante el derrocamiento del presidente constitucional, general José Luis Obregoso, por la acción de otros generales independentistas, Agustín Gamarra y Pedro Bermudes. El ejército de Arequipa es vencido y la ciudad cae en poder de los usurpadores, aunque después, tras un levantamiento popular, se pone fin a la ocupación. Flora Tristán asiste a estas revueltas en tierras americanas, desde una mirada inédita: si en Francia se había transformado en una trabajadora asalariada, condenada a vivir en la ilegalidad por la prohibición del divorcio impuesta por Napoleón, aquí pertenecía a una de las familias más acomodadas de Arequipa, referente de la reaccionaria oligarquía.
Recién en enero de 1834 conoce a su tío Pío de Tristán. Nada consigue de lo que se había propuesto resolver en este largo viaje a través del océano. Su familia le concede una escasa pensión, pero no le reconoce el derecho a la herencia que ansiaba Flora; la abraza entre los suyos, pero sigue estando condenada por el fallido matrimonio no legalizado de sus padres a ser la hija bastarda sin derechos.
Su travesía, sin embargo, como ya señalamos, la convierte en la Flora Tristán que trascendió en la historia de las ideas socialistas y feministas, la convirtió en aquella mujer que expresó sus memorias de ese itinerario en las célebres páginas de Peregrinaciones de una Paria, en cuya última página escribe: “Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades: el agua y el cielo.”[13]
De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras
No nos vamos a detener en este viaje iniciático, relatado en Peregrinaciones de una Paria, cuya redacción inicia en 1835, ya de regreso en París. Lo que empieza a escribir durante su viaje de retorno a Europa es su primer ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras. ¿Cuánto hay aquí de la influencia de Anna Wheeler, quien, según la misma Flora Tristán, es “la única mujer socialista que conoció en Londres”?
Anna, junto con William Thompson había publicado, en 1825, una obra feminista de largo título y gran repercusión: La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política y, en consecuencia, civil y doméstica. Como Flora, Anna Wheeler también había sido víctima de la violencia de su esposo, lo que la obligó a abandonar el hogar conyugal con sus hijos; también era autodidacta, también se vinculó a los utópicos y, especialmente, a Charles Fourier, cuyas obras tradujo al inglés. La diatriba contra el matrimonio, escrita por Wheeler y Thompson, incluye un incisivo análisis crítico del contrato sexual por el cual los hombres se convierten en propietarios del cuerpo de las mujeres.
Flora Tristán señala, en el inicio de éste, su primer ensayo, la necesidad de la unidad de las masas para luchar contra las viejas instituciones: “Por todas partes se oye resonar una voz unánime, que reclama instituciones nuevas que se adapten a las nuevas necesidades, una voz que pide asociarse, unirse para trabajar de común acuerdo en aliviar a las masas que sufren y languidecen sin poder reponerse, ya que, divididas, son débiles, incluso incapaces de poder luchar contra los últimos esfuerzos de una civilización decrépita que se extingue.”[14] Analoga la lucha por los derechos de las mujeres con aquella otra gran revolución que empujó al pueblo contra las vetustas instituciones medievales, en una formidable alianza de toda la sociedad contra el trono. Llama a las mujeres, pero también a los hombres, a aquellos que “sienten que hay que mejorar la suerte de las mujeres”; lo hace bajo el argumento de que no pueden seguir viviendo en el dolor aquellas cuya misión es la de “llevar la paz y el amor en el seno de las sociedades.”
Pero ya en De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras se advierte la diferencia que la distancia de los socialistas utópicos: Flora cuestiona la división entre la teoría y la praxis de los fourieristas; señala que los “falansterios”, y otras formas de vida comunitaria ideadas por los utópicos, son meros sueños que no logran resolver los problemas de las masas, condenadas a la miseria. “Nuestro propósito aquí no es crear también una brillante utopía, describiendo el mundo cómo debería ser sin señalar el camino que nos ha de llevar a cumplir el gran sueño de un Edén universal.”[15]
Para Flora, la utopía es una abstracción, la teoría esbozada por los grandes pensadores del socialismo de la época es meramente discursiva, no permite trazar las perspectivas prácticas para alcanzar el progreso humano. Ella no quiere ser confundida “con aquellos metafísicos que sueñan más de lo debido”.[16] Ni tampoco “salvar” a unos pocos elegidos, predestinados a la vida comunitaria en un mar de penurias: “Los límites de nuestro amor no deben ser los zarzales que rodean nuestro jardín, los muros que cercan nuestra ciudad, las montañas o los mares que bordean nuestro país. Desde ahora, nuestra patria debe ser el universo.”[17] Flora Tristán anticipa aquí una idea acerca del internacionalismo, que la ubica más del lado del socialismo científico que del socialismo de sus propios maestros. Sus viajes le han servido para comprobar, en los hechos, que las parias viven bajo el yugo de la misma a opresión en todas partes.
Más tarde, estas mismas conclusiones le servirán para forjar su idea central de la Unión Obrera, un esbozo de internacional proletaria concebida más de veinte años antes que se fundara la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como la Iº Internacional.
En De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, Flora Tristán busca un lenguaje que le permita acercarse a las masas, argumentos que consigan convencer de las ventajas, para el conjunto de la sociedad, de aquello que propone respecto de las mujeres. Flora empieza a convertirse, en este texto iniciático, en una publicista del feminismo socialista. No se dirige a las mujeres, sino a toda la sociedad; no propone una utopía, ni quiere exponer una mera descripción de las miserables condiciones de existencia de las más desdichadas: intenta trazar argumentos convincentes que conduzcan a sus lectores a emprender la tarea práctica que expone. Como dijera Vargas Llosa, “esta mujer poderosa tiene el talento exquisito de hablar a cada cual en su lenguaje.”
¿Por qué no pensar que los viajes, en sí mismos, son fuente de progreso y de unión entre los pueblos, “apresurando el momento en que tantas naciones rivales lleguen a ser una sola familia”? Para eso es necesario implementar reformas a las leyes e instituciones vigentes que rigen el destino de las parias, con el fin de alcanzar “mejoras progresivas”. Por eso, el folleto no incluye sólo una descripción detallada de los males que aquejan a las mujeres inmigrantes, sino también la propuesta de crear una Sociedad a favor de las Mujeres Extranjeras, mostrando la importancia que tenía, para Flora, la dimensión política práctica. Hacia el final del texto propone un estatuto para dicha sociedad, cuyo lema será “Virtud – Prudencia – Publicidad”.
Sus viajes por distintas ciudades europeas y su reciente travesía por el Perú le permitieron conocer los obstáculos y dificultades que se interponen a una mujer cuando se encuentra en un país que no es el suyo. En búsqueda de trabajo o de una herencia que le fue, finalmente, negada, Flora conoce las peripecias de ser una mujer extranjera, cuya identidad depende del padre o del marido, en el caso de estar casada.
¿Qué sucede con las mujeres que viajan solas a París? “Seguramente, lo primero que se le dirá es: ‘¿Está sola Señora?’ (enfatizando la palabra sola), y cuando conteste afirmativamente, se le dirá al mozo o a la moza que la lleve en la peor habitación de la casa. (…). Sin embargo, se le cobrará por su mala habitación 10 F más de lo que se cobraría a un hombre.”[18] Pero estos “disgustos” no son nada comparados con las habladurías que despertará la extranjera sola, a quien se le endilgan todo tipo de bajas intenciones en su visita a la Ciudad Luz. Pero si estos males son comunes a todas, hay otros que son específicos y tienen que ver con la condición de clase de la mujer viajera. Ya en este trabajo, impresiona su intento de conjugar la clase y el género. Aquí señala tres sectores de mujeres, al momento de describir de qué maneras tan diversas se manifiesta la opresión.
Flora Tristán establece una división entre las mujeres “que emprenden viajes con fines de instrucción o diversión”, entre las que se encuentran las “más distinguidas e interesantes”; después están las que son atraídas a la ciudad “por especulaciones comerciales, juicios u otros negocios de esta índole” y, finalmente, la tercera y más numerosa de las clases, la de las mujeres que parecen “reunir todos los dolores” y ser dignas “de la más profunda compasión”. Las primeras sufrirán las dificultades de recorrer París a solas, bajo la mirada prejuiciosa de los hombres; las segundas, correrán el riesgo de ser engañadas en la búsqueda de sus propósitos y las terceras, acudirán a la gran ciudad para buscar perderse en el anonimato, víctimas de una deshonra, de la desigualdad e injusticia de las leyes que la atan a un destino matrimonial que deploran. Estas últimas son mujeres pobres, ya que “muy pocas mujeres ricas se encuentran en la cruel necesidad de separarse de su marido”, según la autora. Y es el rechazo de la sociedad lo que las condena al “sendero del vicio cubierto con los colores más brillantes”. Para ellas, Flora reclama el principio cristiano de hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. No son extranjeras sólo por su patria de origen, éstas son extranjeras de las normas que impone la sociedad injusta, que establece la brutal desigualdad para las mujeres.
Sólo hay un lugar peor que París, para la recepción de las mujeres extranjeras, y es Londres. Pero sobre este asunto, Flora promete detenerse en un próximo trabajo que tiene en mente publicar más adelante: Paseos en Londres. La verdad es que las mujeres extranjeras tampoco son bien recibidas en el nuevo continente, que ella también conoce: “Y en cuanto a América, veremos, cuando publiquemos la pequeña relación de nuestro viaje por esas comarcas, que mientras más avanzan en la civilización europea, más pierden su antigua hospitalidad.”[19] ¿No era, acaso, el progreso el que traería la salvación para las plagas que aquejan a la humanidad? Contradictoriamente, en este texto que se inicia invocando la lucha contra el atraso de las vetustas instituciones de antaño, se señala que el progreso que impone la “civilización”, añade más penurias, bajo sus formas capitalistas: “barbarie de las civilizaciones modernas.”
Para Flora, la tarea de los “visionarios” –los hombres y mujeres que, antes que el resto de la sociedad, avizoran el camino de la emancipación- consiste en unirse, en asociarse en pos de un objetivo común. Describiendo las sociedades que constituyeron los primeros cristianos perseguidos, los judíos durante la Edad Media, los cruzados y los protestantes, pretende demostrar que su fuerza radicó en su espíritu de cuerpo, en su unidad y su propósito de socorrer a los desdichados. Todos sus ejemplos son extraídos de la historia religiosa europea, aunque menciona que lo mismo podría encontrarse en la historia de las revoluciones políticas, si bien no lo desarrolla.
Su sociedad de acogida a las extranjeras, que podrá ser presidida por un hombre o una mujer, nativos o inmigrantes, se propondrá “recibir a las Extranjeras, escuchar sus demandas, satisfacerlas, si ha lugar, presentarlas a la Sociedad, e incluso introducirlas en el mundo; proporcionar a aquellas que vengan a realizar investigaciones eruditas toda la información que puedan necesitar; a las que sean artistas, ponerlas en contacto con artistas; a las que sean extrañas a Francia, ponerlas en contacto con sus compatriotas, si así lo desean; a las que vengan a buscar una ocupación, intentar conseguirles una que sea conveniente a su posición, y también ayudar en todo a aquellas que vengan por negocio, juicio, enfermedad, etc., etc.”[20]
Flora no ahorra en detalles: los miembros cotizarán una cuota para el mantenimiento de la asociación que será del doble de la que deberán abonar las mujeres que integren la sociedad; las quejas que pueda suscitar cualquiera de las extranjeras socorridas por la asociación sólo pueden elevarse en la misma entidad, estando totalmente prohibido hacerlo “fuera de ese recinto”.
Sin embargo, el lenguaje con el que está escrito De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras sigue inflamado por el misticismo que los socialistas utópicos dejaban trascender en sus artículos y discursos: para Flora su propósito es santo y se encomienda a Dios para que inspire, en ella, palabras que encuentren eco en los corazones sensibles dispuestos a escuchar su mensaje.
Petición para el restablecimiento del divorcio
Tres años tumultuosos le siguen a la publicación de su primer ensayo. Con André Chazal se suceden interminables peleas por la tenencia de su hija Aline –quien, más tarde, será la madre del pintor Paul Gauguin-. La pequeña es raptada por el padre y recuperada por su madre en un episodio que culmina con persecución policial y arresto. Nuevamente comparece ante los tribunales, que ordenan que Aline viva en una pensión y que ambos progenitores puedan visitarla. Pero Chazal no se detiene: su venganza contra Flora por el abandono, lo lleva nuevamente a raptar a Aline para impedirle el contacto con su madre. Pero esta vez, la niña escapa del hogar paterno y busca refugio en casa de Flora.
La alegría dura poco: inmediatamente, Chazal envía a la policía a buscarla. Al poco tiempo, una carta de Aline estremece a su madre: la pequeña le escribe de su miedo al padre y deja entrever que éste ha intentado abusar de ella. No hizo falta ir a buscarla por la fuerza, porque Aline vuelve a escapar de la casa de André Chazal, contra el que Flora presenta una denuncia por intento de violación de la menor. Esta vez, los tribunales acudieron al socorro de la madre desesperada, condenando al acusado a sesenta días de prisión; mientras, éste denuncia a Flora Tristán por adúltera e intrigante. Sin embargo, tendrá que esperar hasta febrero de 1838 para que la justicia se pronuncie sobre la separación de cuerpos del matrimonio.
En tanto, moría Charles Fourier, el gran maestro a quien Flora le había obsequiado un ejemplar de su ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, y visita París el tercer pilar del socialismo utópico, el galés Robert Owen con quien también se entrevista. Envuelta en esta atmósfera de violencia conyugal e ingresando al círculo de los pensadores progresistas más reconocidos de la época, Flora envía a varios diputados liberales su Petición para el restablecimiento del divorcio.
Allí, Flora avanza en sus invectivas contra el matrimonio, al que denomina una “institución contra natura”. Pero si esto es así, es porque se basa en la unión de dos seres que no gozan de los mismos derechos ni la misma igualdad social. Por eso, afirma que “es superfluo demostrar que la concordia entre esposos como en toda especie de asociación no puede resultar sino de relaciones de igualdad; que la unión repugnante del despotismo y de la servidumbre pervierte al amo y al esclavo y que tal es nuestra naturaleza, que no hay afección a la que la dependencia no destruya.”[21] No hay posibilidad de matrimonio basado en el amor, mientras perdure la opresión de las mujeres bajo el yugo masculino. Más tarde, dirá en Unión Obrera: “Entre el dueño y el esclavo, no puede haber más que la fatiga del peso de la cadena que los une el uno al otro. Allá donde la ausencia de libertad se hace sentir, la felicidad no puede existir.”[22]
Descarga también sus críticas al Código napoleónico, denunciando que las reformas a la legislación heredada de la Revolución de 1789, prohibieron el divorcio, “el único remedio a las desgracias extremas”. Si el matrimonio entre seres desiguales en derechos conlleva la desgracia, ésta se ve reforzada más aún con su indisolubilidad. Flora denuncia que ella misma lo ha experimentado, aunque intenta dejar en claro que “el interés personal no es el móvil de la petición que les dirijo a ustedes: he sido llevada por el amor a mis semejantes, convencida por mi propia experiencia, que no puede existir la felicidad en las familias más que bajo un régimen de libertad.”[23]
A diferencia del saintsimonismo, el pensamiento tristaniano se esfuerza por hacer una crítica de la institución matrimonial que espera, en las reformas legales, una solución a las amarguras que genera la imposibilidad de la convivencia bajo el yugo de la opresión. Ella no propugna el amor libre, aunque es conciente del dominio que el marido ejerce sobre la esposa. Reclama el divorcio y que las mujeres puedan elegir libremente a su cónyuge sin la intervención de intereses parentales.
¿Pero qué opina del amor? Según su biógrafa Yolanda Marco, amor y matrimonio son antagónicos en Flora Tristán, que no concibe que el primero pueda asimilarse a los contratos que impone la institución marital y que subordinan a la mujer como objeto de propiedad del consorte. También señala que, en su propia vida, las pasiones fueron sublimadas en un amor genérico a la humanidad, en una pasión social que envuelve a las mujeres y al proletariado, los más oprimidos de la sociedad.
Marco plantea hipotéticamente, una inhibición sexual que demudó en frigidez a raíz de las experiencias sexuales violentas vividas con André Chazal y que llevaron a Flora a no volver a mantener relaciones físicas con ninguna otra persona. Más bien, sus amores –que nunca pasaron de ser relaciones puramente espirituales- sufrieron, en distintas oportunidades, una suerte de “revanchismo” de género, obligados a sufrir decepciones, incertidumbre y falsas expectativas creadas por la inestable Flora.[24] En 1840 escribe una carta a una mujer llamada Olimpia: “desde hace mucho tiempo he sentido el deseo de ser amada apasionadamente por una mujer… quisiera ser hombre para ser amado por una mujer… La mujer tiene tanto poder en su corazón, en la imaginación, tantos recursos en su espíritu. Pero tú me dirás que no puede existir la atracción de los sentidos entre dos personas del mismo sexo… Sí y no, se llega a una edad en que los sentidos cambian de lugar, es decir, en que el cerebro lo engloba todo… Mi alma, por así decirlo, se ha desprendido de su apariencia: vivo con las almas… Desde hace mucho tiempo te poseo, sí, Olimpia, respiro por tu pecho y por todos los latidos de tu corazón… Ves, querida, que para mí, el amor, me refiero al amor auténtico, no puede existir más que de alma a alma.”[25]
Más allá de estas conjeturas sobre la vida amorosa y sexual de Flora, está claro que su experiencia conyugal, y la de sus padres, es la que la incita a reflexionar sobre la institución del matrimonio y a “solicitar a la Cámara el restablecimiento del divorcio y de instituirlo sobre el principio de reciprocidad y a la voluntad de uno de los cónyuges así como lo habían hecho las leyes anteriores al Código Napoleónico”[26], convirtiéndola en una de las más ardientes defensoras de los derechos femeninos del período.
Mientras tanto, publica Peregrinaciones de una Paria y sufre un atentado contra su vida: André Chazal, le dispara un tiro por la espalda en plena calle y es detenido, mientras a Flora la internan gravemente herida. Sin embargo, haciendo gala de un altruismo inigualable, apenas se recupera, eleva otro pedido a la Cámara de Diputados para la abolición de la pena de muerte. A este escrito le suceden otros artículos que publica en las revistas socialistas más importantes de la época, como aquel en el que traza una semblanza de Simón Bolívar en base a las correspondencia que el Libertador mantenía con sus padres, añadiendo sus propios recuerdos infantiles. Muy pronto, se reedita Peregrinaciones de una Paria, algunos de cuyos pasajes se leen durante las audiencias del proceso contra Chazal, y aparece su “novela filosófica y social”, Mephis o el proletario.
Por cuarta vez en Londres, asiste a la Cámara de los Comunes disfrazada de hombre y a las sesiones del movimiento cartista de los obreros ingleses. Sus impresiones de la cuna de la revolución industrial, aparecerán plasmadas en Paseos en Londres, que es muy bien recibido por la crítica, logrando no sólo que la prensa publique algunos fragmentos de la obra, sino también, que la misma sea reeditada en dos oportunidades.
Siendo aún jóvenes, su hijo se enrola como mecánico en la Marina y su hija ingresa al taller de una modista, como aprendiza. Por primera vez se libra definitivamente de la persecución y las agresiones de André Chazal; hubo que llegar al extremo de correr el riesgo de perder la vida en manos de este violento hombre para que la justicia lo condenara a veinte años de trabajos forzados. Ahora, sus hijos llevarán el apellido de la madre: aquella mujer que convivió con la aristocracia criolla, en el seno de su familia peruana, paría dos jóvenes proletarios, Ernesto y Aline Tristán.
Unión Obrera
Flora inicia, entonces, la redacción de Unión Obrera, que el fourierista Víctor Considérant adelanta en su periódico La Falange y será definitivamente publicado en junio de 1843. En setiembre del mismo año, un joven judío alemán de tan sólo veinticinco años le escribe a un amigo: “… a final de mes estaré en París, porque el aire que respiramos en Alemania nos esclaviza y me resulta completamente imposible desarrollar una actividad libre.”[27] Era Karl Marx, el jefe de redacción de la Gazeta Renana, publicación que fue intervenida por la censura y por la cual muy pronto, su editor tuvo que marchar al exilio. El amigo en París era Arnold Ruge, con quien fundará la revista Anales Franco-Alemanes y el que, a su vez, le presentará a Flora Tristán.
Con el inicio de la amistad entre Marx y Friedrich Engels, también en París, se estaba gestando el socialismo científico. Pronto, aunarían sus esfuerzos para resolver sus dudas filosóficas por escrito, en una polémica aguda y punzante con la revista que publicaban los hermanos Bruno, Edgar y Egbert Bauer. En esa polémica, dedican un apartado del tercer capítulo a la Unión Obrera de Flora Tristán. Burlándose de Edgar Bauer y en defensa de Flora, escriben: “La propia afirmación de la crítica –si tomamos esta afirmación en el único sentido que ella puede tener-, reclama, pues, la organización del trabajo. Flora Tristán –en la discusión de las ideas de Flora Tristán es donde encontramos por primera vez esta afirmación-, pide la misma cosa, y esta insolencia de haberse atrevido a adelantarse a la crítica crítica le vale el ser tratada en canaille.”[28]
Profundamente impresionada por las experiencias londinenses, Flora se propone colaborar en la organización del movimiento obrero francés. En la ciudad de la miseria y el hacinamiento, de la máquina a vapor y las brumas sobre el Támesis, Flora se había encontrado también con un movimiento obrero organizado, que realizaba mitines públicos y reuniones clandestinas, que luchaba no sólo por reformas sociales, sino también políticas. En 1838, este pujante proletariado británico había elevado sus peticiones en una Carta al Pueblo, reclamando el sufragio universal masculino para los mayores de edad, circunscripciones de igual tamaño, voto secreto, que no fuese imprescindible ser propietario para obtener un cargo en el parlamento, dieta parlamentaria y parlamentos anuales.
De ahí, Flora concluye que, para aunar esfuerzos y experiencias, para avanzar en la emancipación del proletariado, era necesario unirse internacionalmente; pero también, que era necesario contar con un representante parlamentario, como habían tenido los cartistas ingleses, un Defensor del Pueblo que luche en los estrados por las medidas que benefician a la clase trabajadora: el derecho al trabajo y al salario y el derecho a la organización. Para la necesaria transformación social, el proletariado contaba con un instrumento, la Unión internacional de los obreros y las obreras, que pacíficamente, mediante la persuasión y la presión política en las instituciones del régimen, podría combatir la desigualdad y la miseria.
Eso es lo que pensó Flora Tristán y con este propósito redactó, en seis semanas, la Unión Obrera y planificó su tour por Francia, en el que aspiraba a llevar la buena nueva a los obreros galos. “He comprendido que, después de publicado mi libro, tenía otra misión que cumplir: ir yo misma, con mi proyecto de unión en la mano, de ciudad en ciudad, de un extremo a otro de Francia, a hablar a los obreros que no saben leer y a los que no tienen tiempo de leer. Me he dicho a mí misma que ha llegado la hora de actuar…”[29]
A diferencia de los sindicatos franceses, de la herencia del compagnonnage y los gremios por oficio, la Unión Obrera de Flora Tristán aspira a reunir en su seno al conjunto de la clase obrera, sin distinción. La clase que para Saint Simon era la más numerosa y pobre de la sociedad, adquiere una nueva definición en Flora que, parafraseando al maestro, la sindica como la más numerosa y útil. Su unidad haría su fuerza y esta fuerza social es la que permitiría a su representante parlamentario imponer las demandas del proletariado a la burguesía. Los gremios y el compagnonnage permiten socorrer a los trabajadores ante la enfermedad o los períodos de desocupación, pero advierte que “aliviar la miseria no significa destruirla; suavizar el mal no es extirparlo.”[30] Y la única forma de atacar de raíz el problema es superando las asociaciones particulares en una unión universal que comprenda a toda la clase. ¿Acaso no ha sido la disolución de las fronteras mezquinas que dividían al territorio en pequeños feudos, lo que permitió la constitución de los grandes imperios?
Flora argumenta, ante los obreros, de qué modo conquistó el poder la burguesía, constituyéndose como clase: “Obreros, durante doscientos años o más, los burgueses han luchado valerosa y descarnadamente contra los privilegios de la nobleza y por el triunfo de sus derechos. Pero llegado el día de la victoria, aunque reconocieron la igualdad de derechos para todos, de hecho acapararon para ellos solos todos los beneficios y las ventajas de esta conquista. Después del 89 SE HA CONSTITUIDO la clase burguesa. Observad qué fuerza puede tener un cuerpo unido por los mismos intereses.”[31] Su tesis es contundente: a pie de página aclara que si la burguesía fue la cabeza de aquella revolución, había sabido servirse hábilmente de los brazos constituidos por el pueblo; pero que la clase obrera no tiene a nadie más que vaya en su ayuda, que sea sus “brazos”, lo que la obliga a ser la cabeza y los brazos a la vez. Más tarde, Marx y Engels dirán que el proletariado no tiene más que cadenas que perder, estaba emergiendo en la historia, la clase llamada a convertirse en el sepulturero, no sólo de la burguesía, sino de todas las sociedades de clase existentes.
Como puede observarse, la preocupación de Flora, como la de los fundadores del socialismo científico, no es economicista. Está empeñada en contribuir a la constitución de la clase obrera como un sujeto político y para eso, opina que es necesario empezar por lograr su más amplia unidad. Por eso, su edición de Unión Obrera comienza con una frase del obrero tipógrafo Adolphe Boyer: “Hoy en día, el trabajador lo crea todo, lo produce todo y, sin embargo, no tiene ningún derecho, no posee nada, absolutamente nada.” Que es acompañada con un proverbio salido de su pluma: “Obreros, sois débiles y desgraciados porque estáis divididos. Uníos. La UNIÓN hace la fuerza.”[32] Poco tiempo después de su muerte, serían Karl Marx y Friedrich Engels los que también proclamarían “¡Proletarios del mundo, uníos!”, desde las páginas del Manifiesto Comunista.
El internacionalismo proletario que propone Flora Tristán es profundamente político y traza los lineamientos de una nueva praxis. Por eso, nuevamente comienza con un distanciamiento de los socialistas utópicos: ellos ya lo han dicho todo sobre la causa obrera, sobre su desgraciada situación; es imperioso actuar; “no queda más que una cosa por hacer: actuar conforme a los derechos escritos en la Carta.”[33], dice Flora en alusión a la Carta al Pueblo de los obreros británicos. Contra toda construcción utópica al margen de la sociedad, contra toda forma de unidad gremial, Flora Tristán está propugnando la unión del proletariado para su incursión, por la vía pacífica, en la esfera política. Los demás han hablado de los obreros; “pero todavía nadie ha intentado hablar a los obreros.”[34]
Hay otro aspecto sobresaliente del pensamiento de Flora plasmado en Unión Obrera: además del internacionalismo y la prefiguración del partido proletario, Tristán señala que la emancipación de los obreros será obra de ellos mismos, pero que para alcanzarla deberá establecer una suerte de alianza con otras clases y capas oprimidas socialmente.
Esa opresión es la que se sufre por la existencia de los “privilegios de la propiedad” que pesan sobre los desposeídos y expropiados: artistas, profesores, empleados, pequeños comerciantes “y una multitud de gente diversa, incluso los pequeños rentistas, que no poseen ninguna propiedad como tierras, casas, capitales, sufren fatalmente las leyes hechas por los propietarios que se sientan en la Cámara.”[35] Así enumera, en una nota al pie de página, a los aliados del proletariado en su lucha por la emancipación.
Lejos está su concepción de la de Saint Simon, que consideraba entre las clases productoras, llamadas a conducir el destino de la humanidad, tanto a trabajadores como a industriales. Más cerca, en realidad, del marxismo revolucionario del siglo XX, que propone a la clase obrera acaudillar a la nación oprimida, cobrando hegemonía sobre el conjunto de los explotados, en una alianza con el campesinado y los pobres urbanos, en su lucha denodada contra el sanguinario capital.
Quizás pueda decirse que todo su pensamiento acerca de la emancipación proletaria, plasmado en Unión Obrera, fue ampliado y superado científicamente, por el materialismo histórico y dialéctico de Marx y Engels. Sin embargo, Unión Obrera encierra el descubrimiento de una ligazón inédita que aún encuentra eco en las reflexiones de las feministas socialistas contemporáneas: Flora plantea que la mujer es la proletaria del proletario y que no conseguirá su emancipación si no es de la mano de la clase trabajadora, pero los trabajadores mismos no podrán aspirar a su liberación del yugo de la esclavitud asalariada si no es convocando a las mujeres a luchar junto a ellos bajo la consigna de su propia libertad y la lucha por sus derechos.
El feminismo de Flora Tristán, trazado ya desde su primer ensayo, De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, evoluciona desde el socialismo utópico al científico en los cortos años de producción literaria y política que median entre su viaje a Perú y su temprana desaparición. Este análisis que vincula las categorías de clase y género (“raza”, dirá Flora Tristán) en una única estrategia para la liberación, la convierte en la pionera más ilustre del feminismo socialista de todos los tiempos.
En el tercer capítulo de Unión Obrera, titulado “Por qué menciono a las mujeres”, Flora traza un brillante análisis de la unión entre feminismo y socialismo, entre mujeres y proletarios. Como nadie lo había hecho antes, describe con particular crudeza la inequidad de las relaciones en el hogar, entre el obrero y su esposa. La marginación de las mujeres del progreso y las riquezas sociales la han condenado a ser tratada como una paria por “el sacerdote, el legislador, el filósofo”.[36] Unos la condenaron a representar el pecado de la carne, el mal; otros, la condenaron a la heteronomía, pertenecientes a padres o esposos, las mujeres no podrían acceder a los plenos derechos que otorga la civilización; finalmente, para las ciencias, las mujeres han sido siempre seres inferiores, carentes de inteligencia, lógica y raciocinio. Para ellas no ha llegado aún “su 89”, dice Flora, retomando la analogía con la Revolución Francesa, que le es tan preciada.
La autora deduce que, de mantener estos prejuicios como principios válidos, se refuerza tautológicamente el resultado a todas vistas: se sostiene que las mujeres son ignorantes e incapaces de acceder a los niveles más altos de la educación y la cultura, por eso tienen vedado ese derecho, situación que las convierte en seres ignorantes, sin duda. Pero esa condena de siglos que pesa sobre la consideración que se tiene de las mujeres, puede llegar a su fin, nada tiene de “natural”. ¿Acaso no se consideraba al proletario como una bestia de carga, mientras los príncipes y nobles se presentaban como seres superiores ungidos por Dios? Y, sin embargo, llegó “el 89”, demostrando que “la plebe se llama pueblo, que los villanos y los patanes se llaman ciudadanos.”[37] ¿Qué ocurrirá, entonces, cuando a las mujeres “les llegue su 89”?
Por eso es vital, para Flora, el derecho a la educación. Aunque reconoce magistralmente, que la negativa a enviar a las mujeres a la escuela obedece a la ventaja de contar con el trabajo gratuito de éstas en el ámbito del hogar. También advierte, nuevamente en una nota a pie de página, que la construcción de las mujeres como grupo social subordinado apareja una ventaja para los capitalistas que pueden pagarle hasta la mitad del salario de un obrero, por la misma jornada de trabajo. Y, sin embargo, el rol central de las mujeres en la constitución de la familia proletaria, hace de ellas un factor fundamental en la instrucción de los trabajadores y las nuevas generaciones. Una contradicción insalvable que Flora aspira a resolver mediante la persuasión de los obreros a quienes se dirige. Educadas, las mujeres podrán actuar como “agentes moralizadores” de los hombres sobre los que tienen influencia: hijos y maridos. “¿Empezáis a comprender, vosotros, hombres, que ponéis el grito en el cielo antes de querer analizar la cuestión, por qué reclamo yo derechos para la mujer? ¿comprendéis por qué quisiera que se la situase en la sociedad en un pie de igualdad absoluta con el hombre, y que gozase de ello en virtud del derecho legal que todo ser tiene al nacer?”[38]
Todas las desgracias se originan en este olvido primario de los derechos femeninos. Todas las esperanzas de un futuro diferente se sostienen en la constatación de que las mujeres no han aceptado esta imposición sin rebelarse permanentemente. Una rebelión que, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano no ha hecho más que exasperarse. Pero los obreros deben ser concientes de la situación de las mujeres, para luchar por el cambio que las transformará en sus compañeras, amantes, amigas. A ellos les insiste: “tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios.”[39] Porque mientras las mujeres permanezcan en un estado tal de embrutecimiento, serán presas del conservadurismo, contrarias a cualquier progreso, sometidas a las necesidades más básicas y mundanas, imposibilitadas de tener aspiraciones mayores que las que impone la rutina de la vida cotidiana. En esa situación, las mujeres frecuentemente enfrentarán a sus maridos en cuanto ellos quieran organizarse, abrazar la causa de la emancipación proletaria, luchar con abnegación por los ideales de su clase. Flora Tristán llega incluso a comentar de qué manera ha sido atacada por estas mujeres embrutecidas, que alcanzaron a injuriarla y pegarle en alguna ocasión “porque yo cometo el gran crimen, dicen, de meter en la cabeza de sus hombres ideas que les obligan a leer, a escribir, a hablar entre ellos, todas ellas cosas inútiles que hacen perder tiempo.”[40]
Lejos de romantizar a la familia obrera, Flora describe con precisión las miserias humanas que acarrea la desigualdad al interior del hogar, el malestar que generan los avances en la conciencia de los obreros cuando no son comprendidos y acompañados por las mujeres. Sin escrúpulos, Flora Tristán describe un cuadro de situación que penetra en el corazón de la clase, dejando al desnudo las consecuencias funestas que tiene, para los miembros de la familia, que las mujeres sean “las proletarias del proletario”.
Ella no idealiza al proletariado; sabe que incluso sus propias ideas les resultan extrañas e incomprensibles; en más de una ocasión se lamentará que los trabajadores no entiendan dos palabras fundamentales de su mensaje apostólico: “actuar” y “unión”. Más tarde, en su relato sobre los preparativos que culminaron en este libro y el tour por Francia, se enfrenta a obreros que no quieren que se publique el capítulo “Por qué menciono a las mujeres”; aducen que las miserias allí narradas sobre la vida proletaria no tienen por qué ventilarse ante los ojos atentos de la burguesía. Flora, mística y arrobada por un sentimiento de trascendencia espiritual, no acepta, sin embargo, mentir sobre la realidad que quiere transformar.
La doble alianza queda establecida de este modo: por un lado, no habrá emancipación para los obreros del yugo capitalista si no procuran que las mujeres de la clase trabajadora se sumen a esta lucha y, para eso, es necesario, ante todo, que tengan acceso a la educación; por otro lado, no habrá posibilidad de emancipación para las mujeres si no abrazan la causa de la unión obrera, porque las leyes de la burguesía están hechas a su medida y hay que transformar la sociedad –tarea que le cabe a la clase más numerosa y la única útil- para que todas y todos los parias alcancen la felicidad y la plenitud. “Estáis oprimidas por las leyes, los prejuicios; UNIOS a los oprimidos, y por esta legítima y santa alianza podremos luchar legalmente, lealmente, contra las leyes y los prejuicios que nos oprimen.”[41] Los burgueses y los proletarios son dos clases sociales diferenciables en el pensamiento de Flora, pero es aguda al señalar que mientras las mujeres obreras sufren la explotación, tanto ellas como las mujeres de la burguesía están unidas por un sufrimiento común que es el de estar esclavizadas por las leyes que la convierten en un objeto de propiedad de sus padres y maridos. Anticipándose en más de un siglo a las elaboraciones de la teoría de género de las feministas contemporáneas, Flora pareciera advertirnos remotamente, desde la historia: el género nos une, la clase nos separa.
Flora Tristán no pudo penetrar mucho más allá en la comprensión de esta compleja sociedad que crecía ante sus ojos. Su desconocimiento de la economía política le impidió alcanzar las definiciones que Marx elaborará más tarde. Para Flora, la clase obrera o el proletariado no significan lo mismo que para el autor de El Capital: su concepto engloba a todos los pobres, miserables y marginados, aquellos empobrecidos por la creación de riqueza. Aunque incluye sólo a aquellos que no poseen propiedad (y en esto, se diferencia notablemente del socialismo utópico), su mirada no logra discernir el vínculo que existe entre ambos términos de una ecuación que hunde a las masas en mayores calamidades, no alcanza a desentrañar el nudo de la esclavitud asalariada, la explotación de la fuerza de trabajo, la extracción de plusvalía.
Su mirada, detenida en la “sociedad civil”, separa de manera maniquea la producción y la distribución de las riquezas, confunde causas y efectos en sus diatribas contra la injusticia. En el llamamiento que hace a los amos de fábricas en Unión Obrera, declara: “Amasáis riquezas más o menos considerables. Nosotros, trabajando para vosotros, apenas tenemos para vivir y alimentar a nuestra pobre familia. Esto está en el orden de lo legal.”[42], para culminar haciendo un llamado a los patrones comprensivos a que hagan donativos a la Unión.
Rosa Luxemburgo, en discusión contra el revisionismo dentro de la socialdemocracia alemana, escribirá más de medio siglo después: “¿Qué es lo que distingue a la sociedad burguesa de las demás sociedades de clase, de la sociedad antigua y del orden social imperante en la Edad Media? Precisamente el hecho de que la dominación de clase no se basa en ‘derechos adquiridos’ sino en relaciones económicas reales: el hecho de que el trabajo asalariado no es una relación jurídica, sino exclusivamente económica. En nuestro sistema jurídico no existe una sola fórmula legal para la actual dominación de clases. Los pocos restos de semejantes fórmulas de dominación de clase (por ejemplo, la de los sirvientes) son vestigios de la sociedad feudal. ¿Cómo se puede suprimir la esclavitud asalariada ‘legislativamente’, si la esclavitud asalariada no está expresada en las leyes?”[43] Pero Flora Tristán, imbuida de un profundo pacifismo, apuesta al camino de las reformas legales precisamente para evitar las revoluciones que han traído sólo sangre y muerte para el proletariado lyonés. “Mi misión es sublime; es la de poner a los hombres en la vía de la legalidad, del derecho. Es necesario que llegue a hacerles comprender que la fuerza bruta no puede organizar nada, que sólo puede destruir, y que nosotros hemos llegado a una época en la que debemos soñar en organizar.”[44]
Sin embargo, Flora tiene el mérito de haber pergeñado la idea de que el proletariado es una clase universal y como tal debe organizarse internacionalmente; que su existencia y su fuerza radical se define por su falta de propiedades, por su presencia mayoritaria en la sociedad y, fundamentalmente, porque es la única clase verdaderamente productiva. Que sin embargo, no podrá alcanzar sus metas emancipadoras si no establece una alianza, conduciendo tras sus ideales, a las capas sociales también oprimidas por el capital; pero especialmente, si no llama a su lado a las mujeres de todas las clases, para liberarlas del yugo de la esclavitud que imponen el matrimonio y los prejuicios que la mantienen sometida al poder patriarcal desde su más tierna infancia. Flora Tristán merece, sólo por esto, un lugar destacado entre las grandes dirigentes y pensadoras del socialismo y el feminismo. Como señalara Karl Marx, Flora era una “precursora de altos ideales nobles.”
Unión Obrera, cuyas dos primeras ediciones de 1843 y 1844 fueron pagadas por las suscripciones de amigos y allegados a la autora, es reeditada en Lyon en 1845, con el adelanto provisto por grupos de obreros a través de suscripciones anónimas y colectivas. Un testimonio, quizás, de la adhesión que sus ideas iban ganando en su amado proletariado.
El tour de Francia
La última obra que se presenta en esta antología es una especie de diario que Flora escribe a medida que realiza su gira por distintas ciudades de Francia, para promocionar la Unión Obrera, con el propósito de organizar a los trabajadores y trabajadoras como clase.
Remedando las prácticas iniciáticas del compagnonnage, Flora Tristán inicia esta vuelta en Auxerre, donde estuvo a mediados de abril de 1844, desde donde se dirigió a Lyon, de allí a Marsella y desde aquí a Burdeos, lugar en el que finalmente murió. Pero el diario se inicia en París y consigna, además, un viaje previo a Burdeos realizado en setiembre de 1843. Sin que ella pudiera saberlo, el diario se transforma en un testimonio valiosísimo de los últimos días de la vida de Flora Tristán, que muere, víctima de la fiebre tifoidea, el 14 de noviembre de 1844.
Desde la Edad Media, los artesanos y obreros franceses guardaban la tradición de estas giras en las que se calificaban para ejercer un oficio, aprendiendo en diversas ciudades cuyo recorrido se trazaba en el sentido de las agujas del reloj. Flora también estaba realizando una obra majestuosa e imponente como las catedrales que obreros y artesanos habían sabido elevar hasta los cielos: estaba construyendo la Unión Obrera. Por eso fueron meses de una extenuante actividad: reuniones interminables, citas y encuentros en discusiones acaloradas, conferencias, enérgicos discursos… Flora pretendía continuar su gira por Francia con un recorrido por otros países europeos. Atacada por la fiebre tifoidea y por las autoridades policiales, finalmente no llegará a cumplir su cometido.
Sin embargo, el tour es intenso, como toda su vida. Le permite conocer a obreros de todas las profesiones y oficios, de las más diversas ciudades de Francia, de las más variadas ideologías y sin ellas. Poco tiempo antes de morir, premonitoriamente escribía en su diario: “¡Oh! Qué desdichado es el que nace, vive y muere en la misma situación y posición. Desde esta perspectiva yo soy muy privilegiada. ¡Qué vida fue jamás tan variada como la mía! Además, en estos 40 años, ¡cuántos siglos he vivido!”[45] Y así de gratificante tiene que haber sido para Flora Tristán este tour que le demandó enormes sacrificios, crisis, temores y hasta persecuciones policiales, pero que, sin embargo, no quiso abandonar a pesar de la fiebre, los dolores.
En la gira tuvo que soportar a los provocadores policiales, enterarse de que estaban siguiéndola las autoridades, enfrentar a los sacerdotes que la consideraban una profeta del mal entre las masas proletarias y, peor aún, tener que sobrellevar la desesperanza que le provocaban los obreros y obreras que no entendían o no querían comprender su “Idea”, pergeñada en su provecho. Pero guardaba expectativas por el proletariado lyonés: era una clase obrera culta, que había leído de filosofía y socialismo, sólo había que librarla de esa violenta tradición revolucionaria que, para Flora, era sanguinaria e improcedente.
El tour de Francia es una obra notable que conjuga las confesiones íntimas del diario personal, las impresiones vívidas del diario de viajes, las descripciones detalladas y el análisis de un estudio sociológico y las transcripciones noveladas de las experiencias más insólitas vividas durante el itinerario. Pero, además, entremezcladas entre sus páginas más coloridas, reaparecen aquí algunas ideas siempre presentes en el pensamiento de Flora, expuestas magistralmente: la iglesia, la propiedad y el amor se encuentran entre otros tantos temas desarrollados en estas páginas.
Flora Tristán acusa a la iglesia y los sacerdotes de mantener al pueblo embrutecido para beneficio de las clases dominantes: “¡Hay un pacto infame entre los sacerdotes y los burgueses!”[46], se exalta. El Estado, órgano de dominación de la burguesía también recibe sus improperios; pero el clero le resulta más execrable: “Mientras haya sacerdotes y tengan algún poder sobre el pueblo, es imposible soñar en la liberación de los obreros.”[47] ¿Y el culto a la propiedad, no es también execrable? A partir de un extraño episodio en que, en su habitación del hotel, encuentra un pequeño reloj de oro que duda en quedárselo, reflexiona sobre la propiedad privada. Repite las palabras que Proudhon escribiera cuatro años antes: la propiedad es un robo. “Es necesario que la divisa de la primera revolución sea: ‘No más propiedades de ninguna especie…”[48] Flora tiene en claro que, después de este tour en el que convivió con los seres más explotados y oprimidos de Francia, no podrá soportar ya más estar frente a un burgués, esos seres de una “raza nauseabunda”.
¿Y el amor? La Paria reflexiona largamente sobre el tema del amor: el que ella siente es puramente espiritual, prescinde de la carne; es altruista y social, está destinado a la humanidad toda y no a individuos particulares. En Lyon entabla una relación de cooperación y amistad con la obrera Eléonore Blanc, que la acompañará en sus últimos días de convalecencia en Burdeos. Al dejar Lyon, Flora escribe que ésta será su ciudad sagrada, la del proletariado más avanzado de Francia; pero también habrá que decir que es la ciudad de su última gran pasión: Eléonore, a quien también llama cariñosamente “St. Jean”, porque compara su relación con la que mantenían Jesús y su discípulo Juan. Un profundo amor sublimado destilan las líneas dedicadas a esta joven a la que ama más que a su hija. “¿Qué nombre se dará a este amor? No sé todavía.”[49], escribe Flora después de describir con preciosismo un cruce de miradas entre ella y su discípula que la hunde en un insondable arrobamiento. “Mi alma está tomando posesión de otra alma sin tener en cuenta la envoltura.”[50] Pero ese amor es sublime porque “no tendrá sexo”. Compartir el amor a la humanidad es lo que las hermana y permite esa comunión exquisita de alma a alma, de pensamiento a pensamiento. Y para acceder a esta gracia es necesario estar dispuesta a rechazar los lazos familiares y sociales, “para consagrarse enteramente al servicio de la humanidad.”[51] Olvidarse de la humanidad para dedicar la vida exclusivamente a la crianza de hijas e hijos, a la vida familiar, le parece atroz, inmoral. En los últimos párrafos de El Tour de Francia, antes de caer gravemente enferma, reflexiona nuevamente sobre esto cuando recibe carta de su hija Aline, a quien dice querer y admirar. Pero agrega: “quiero más a mi hija en el espíritu. Es otro amor. (…). Me daría una pena mayor perder a St. Jean que a Aline.”[52]
Esta pequeña “San Juan” estuvo al pie de su cruz secular y mundana, hasta las últimas horas de su existencia. Para ella, hubo una trenza del cabello de Flora como única herencia de aquella enemiga de la propiedad. Su hijo conservó los manuscritos de El tour de Francia, que fueron publicados por primera vez, recién en 1973.
Transcurrieron más de doscientos años de su nacimiento y, sin embargo, la obra de Flora Tristán no pierde vigencia: siguen siendo fuente de inspiración para las jóvenes generaciones de mujeres que hoy continúan la lucha por la liberación de todas las formas de opresión. Flora sostiene debates fundamentales del feminismo y del socialismo que, dos siglos más tarde, mantienen todo su vigor en un recorrido henchido de controversias. La relación entre el matrimonio burgués y la opresión de las mujeres –luego estudiada por Friedrich Engels en profundidad-; la inequidad entre hombres y mujeres ante las leyes y los derechos; las dificultades adicionales que una mujer debe atravesar si está lejos de su patria; la necesaria relación entre la emancipación de las mujeres y la lucha por el socialismo, para acceder a una sociedad liberada de toda forma de opresión y explotación… todos son temas del pensamiento tristaniano que aún se debaten tanto en la academia como en los círculos militantes.
Biblioteca Ayacucho acerca hoy, a las lectoras y lectores, algunas de las obras fundamentales de Flora Tristán, de aquella que dedicara a “los peruanos” su obra fundamental, Peregrinaciones de una Paria, firmando “vuestra compatriota y amiga”. Sin embargo, fueron muchos los años que tuvieron que pasar para que Flora fuera considerada en el acervo de la literatura latinoamericana. Es cierto que Peregrinaciones… fue escrito en francés y dirigido, quizás principalmente, a un público europeo ávido por la lectura de aventuras románticas. Sin embargo, si Flora es Tristán lo debe no sólo a la herencia de sangre de su familia criolla, sino también, y fundamentalmente, a este viaje y este encuentro con las tierras de sus ancestros que le permitieron reconocerse “paria”. Por eso, en estas páginas en las que describe los paisajes, la vida y las costumbres del Perú de mediados del siglo XIX, Flora toca tan íntimamente la fibra de la sociedad peruana que su libro fue quemado públicamente en Arequipa apenas vio la luz.
Más tarde, historiadores peruanos debieron recurrir a esta obra, sin embargo, cuando quisieron trazar la biografía de la Mariscala, Francisca Zubiaga. Recién en las primeras décadas del siglo XX, Flora Tristán es rescatada por los estudios peruanos como una de los suyos. En 1933, Luis Alberto Sánchez –autor, también, de una biografía novelada de Flora Tristán, titulada Una mujer sola contra el mundo- incluye a la Paria en su obra sobre la literatura peruana. En 1945, el municipio de Arequipa le impone su nombre a un barrio populoso de la ciudad. Y en 2003, el premiado escritor peruano Mario Vargas Llosa, la hizo nuevamente célebre, al publicar su novela El paraíso en la otra esquina, donde Paul Gauguin y Flora Tristán son los personajes más destacados. Un reconocimiento tardío, pero absolutamente merecido, para la autora de Méphis, la novela donde la heroína que ansía la libertad y la felicidad, sueña con un viaje a América.
Aquí presentamos, en orden cronológico, dos de sus folletos relacionados con los derechos de las mujeres, De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras (1835) y la Petición para el restablecimiento del divorcio (1837), en traducciones hechas especialmente para esta edición de los originales en francés. Estos opúsculos, poco conocidos en Latinoamérica, son una muestra de gran interés de la evolución del pensamiento feminista de Flora. Las otras dos obras de mayor envergadura, que incluye esta antología –Unión Obrera (1843) y El tour de Francia (1844)-, revelan ya una ideología más elaborada, un mayor conocimiento de la filosofía y las corrientes socialistas de la época, y nos muestran a Flora Tristán en la madurez de su pensamiento innovador que vincula la cuestión de las mujeres a la causa proletaria, en una dialéctica absolutamente inédita y penetrante.
Flora Tristán decía que tenía a los hombres y a los burgueses en su contra porque pedía la emancipación de las mujeres y del proletariado. Quizás, el mejor homenaje que pueda recibir, más de un siglo y medio después de su muerte, es saber que sus palabras aún guardan la vitalidad necesaria para provocar pasiones e iras en su contra, de todos aquellos que pretenden aún mantener sus privilegios obtenidos en base a la opresión y la explotación de la mayoría de la humanidad.
[1] Así titula el peruano Luis Alberto Sánchez, su biografía de Flora Tristán.
[2] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, Terra Incognita, Barcelona, 2003, p. 124
[3] íd., p.16
[4] Ibíd., p.8
[5] Carta a André Chazal de 1821, citada en Lettres, de Stéphane Michaud, Ed. du Seuil, París, 1980.
[6] Luis A. Sánchez, Una mujer sola contra el mundo, UNMSM, Lima, 2004, p.53
[7] íd., p.60
[8] Discurso de Prosper Enfantin a la reunión general de la familia, del 19 de noviembre de 1931, citado por Neus Campillo en “Las sansimonianas: un grupo feminista paradigmático”, Actas del Seminario Permanente “Feminismo e Ilustración” (1988-1992), Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense y Dirección General de la Mujer de la CAM, Madrid.
[9] Flora Tristán, El tour de Francia, UNMSM, Lima 2006, p.27
[10] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, op.cit., p.9
[11] León Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Antídoto, Bs. As., 2005, p.56
[12] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, op.cit., p.130
[13] íd., p.444
[14] Flora Tristán, De la necesidad de dar buna acogida a las mujeres extranjeras, p.XX
[15] íd., p.XX
[16] Ibíd., p.XX
[17] Ibíd., p.XX
[18] Ibíd., p.XX
[19] Ibíd., p.XX
[20] Ibíd., p.XX
[21] Flora Tristán, Petición para el restablecimiento del divorcio, p.XX
[22] Flora Tristán, Unión Obrera, p. 126
[23] Flora Tristán, Petición para el restablecimiento del divorcio, p.XX
[24] Yolanda Marco, Feminismo y Utopía, Fontamara, México, 1993, p.19
[25] íd., p.20
[26] Flora Tristán, Petición… op.cit. p.XX
[27] Carta de Marx a Ruge, setiembre de 1843, publicada en los Anales Franco-Alemanes, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1970, p.66
[28] Marx y Engels, La Sagrada Familia, Akal, Madrid, 1981, p.32
[29] Flora Tristán, Unión Obrera, p.77
[30] íd., p.83
[31] Ibíd., p.94
[32] Ibíd., p.51
[33] Ibíd., p.XX
[34] Ibíd., p.78
[35] Ibíd., p.87
[36] Ibíd., p.110
[37] Ibíd., p.112
[38] Ibíd., p.125
[39] Ibíd., p.129
[40] Ibíd., p.131
[41] Ibíd..p.150
[42] Ibíd., p.148
[43] Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución,
[44] Flora Tristán, Tour de Francia, UNMSM, Lima, 2007, p.79
[45] íd., p.332
[46] Ibíd., p.135
[47] Ibíd., p.137
[48] Ibíd., p.387
[49] Ibíd., p.192
[50] Ibíd., p.193
[51] Ibíd., p.192
[52] Ibíd., p.403
Su existencia, signada por múltiples avatares y adversidades, pero también su propio relato de esa vida, hacen de Flora Tristán un personaje notable: la Paria, la Mujer-Mesías. Y a pesar de ser “una mujer sola contra el mundo”[1], fue venerada por los trabajadores, a quienes dedicó fervorosamente sus últimos días y quienes le ofrendaron las palabras que rezan sobre su tumba: “A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de ‘La Unión Obrera’, los trabajadores agradecidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad.”
Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso nació el 7 de abril de 1803. Su padre fue un coronel criollo de la armada española en el virreinato del Perú y su madre, una francesa que, escapando de la Revolución de 1789, emigra a Bilbao. Allí, sus padres contraen matrimonio ante un sacerdote; trámite que no tendrá validez para las autoridades y las leyes francesas, lo que acarreará una crucial consecuencia en la vida de Flora. En 1804, un nuevo Código Civil reemplaza a las leyes de la Revolución: mientras preserva algunos aspectos del espíritu igualitarista de 1789, insiste sobre el derecho a la propiedad y la autoridad patriarcal del hombre sobre su esposa e hijos. El pater familiae del Derecho Romano recobraba así su potestad, de la mano de Napoleón, que intervino personalmente en la redacción de estas cláusulas: se restringe el divorcio, no se reconoce a los hijos ilegítimos, la autoridad paterna recupera la fuerza que tenía en el Ancien Régime.
Instalada la familia en la calle Vaugirard de París, el hogar es frecuentado por Simón Bolívar, el naturalista Aimé Bonpland y por aquel escritor y filósofo apodado Samuel Robinson, que no era otro que Simón Rodríguez, el mentor del Libertador. Esos son los nombres que invoca Flora, ya adulta, para demostrar a su tío Pío de Tristán que, a pesar de la ilegalidad en la que estaba inscripto el matrimonio de sus padres –y, por lo tanto, su propio nacimiento-, es la hija de su querido hermano Mariano. En Peregrinaciones de una Paria reproduce la esquela enviada a su tío en ocasión de su viaje a Perú: “Adjunto mi partida de bautismo. Si le quedan algunas dudas, el célebre Bolívar, amigo íntimo de los autores de mis días, podrá esclarecerlas. Me ha visto educar por mi padre, cuya casa frecuentaba continuamente. Puede usted también ver a su amigo, conocido por nosotros con el nombre de Robinson, así como a M. Bonpland…”[2]
Sangre de santos españoles, papas italianos, militares criollos y emperadores incas corría por las venas de Flora. Su corta vida no impidió que conociera la comodidad en Vaugirard y las dificultades en Burdeos, el honor en París y el desprecio en Arequipa, la esclavitud en Praia y aquella otra moderna esclavitud asalariada en Londres. Y cada una de estas experiencias fue delineando su propio pensamiento, transformando a esta mujer autodidacta en “La Paria”, empujándola a convertirse en una profeta pagana del socialismo y la emancipación femenina.
La vida de Flora Tristán transcurrió en el tiempo que mediaba entre dos revoluciones: catorce años separan a su nacimiento de la gran Revolución Francesa de 1789 y muere apenas cuatro años antes de la Primavera de los Pueblos de 1848, la rebelión que recorrió Europa pero que tuvo como epicentro a Francia y, como protagonista, al mismo proletariado al que le dedicó sus últimos años de vida. En cierto modo, su existencia estuvo signada por estos acontecimientos: una revolución burguesa que ya no es, una revolución proletaria que todavía no puede llegar a ser. Contrapunto que, además, es una metáfora de la contradicción que la atravesaba personalmente: por un lado, el denodado esfuerzo por recuperar el lugar perdido en la aristocracia, después de la muerte de su padre; por otro, el afanoso anhelo de conquistar colectivamente la emancipación del proletariado, de aquellos parias de los cuales también se sentía parte.
Y si las premisas objetivas para la revolución obrera eran aún inmaduras, su obra será, en todo, un producto de esa época, de ese período de transición entre el “ya no más” de la revolución burguesa y el “todavía no” de la revolución proletaria. Por eso puede señalarse que Flora Tristán se sitúa a mitad de camino entre el socialismo utópico y el socialismo científico: sus artículos y folletos no pueden encuadrarse, sin esfuerzo de conciliación, con sus maestros e inspiradores; pero tampoco puede incluírsela entre los segundos, fundamentalmente por su desconocimiento de la economía política y su consecuentemente insuficiente análisis de clase, aun cuando adelante alguna de las ideas fundamentales que, pocos años más tarde, Marx y Engels darán a conocer al mundo a través del Manifiesto Comunista.
Ni francesa ni peruana; ni burguesa ni proletaria. ¿Cuál era su lugar de pertenencia? Su búsqueda de un lugar en el mundo la conduce al reconocimiento de que no tiene lugar en él: “… resolví ir al Perú y refugiarme en el seno de mi familia paterna, con la esperanza de encontrar allí una posición que me hiciese entrar de nuevo en la sociedad.”[3] El desgarramiento que atraviesa su existencia se resuelve sólo a través de este viaje a las lejanas y desconocidas tierras americanas que es, en realidad, una travesía al interior de sí misma, su auto-reconocimiento como paria, pero también su conversión en una luchadora social, en una exquisita polemista, en una publicista innovadora. Allí, en Perú, advierte la posibilidad de trascendencia para su vida miserable a través de la obra literaria; pero se tratará de una escritura rebelde que denunciará la opresiva situación que recae sobre las mujeres, parias del mundo, sometidas violentamente a las cadenas del matrimonio que compara con las de la esclavitud, también descubierta durante este itinerario. “¿Existe acción más odiosa que la de esos hombres que en las selvas de América, van a la caza de negros fugitivos para traerlos de nuevo bajo el látigo del amo? La esclavitud está abolida, se dirá, en la Europa civilizada. Ya no hay, es cierto, mercados de esclavos en las plazas públicas; pero entre los países más avanzados no hay uno en el cual clases numerosas de individuos no tengan mucho que sufrir de una opresión legal: los campesinos en Rusia, los judíos en Roma, los marineros en Inglaterra, las mujeres en todas partes. Sí, en todas partes en donde la cesación del consentimiento mutuo y necesario a la formación del vínculo matrimonial no es suficiente para romperlo, la mujer está en servidumbre.”[4]
Hasta ese viaje ¿quién había sido Flora Tristán? Sólo una mujer que, con tan sólo dieciocho años, aspiraba a convertirse en “una mujer perfecta”, que pretendía “ser buena con todo el mundo, ser filósofa, pero en una forma tan dulce, tan amable, que todos los hombres desearán una mujer filósofa.”[5] Una niña que había visto nacer a su hermano al mismo tiempo que moría su padre; que de tener un hogar frecuentado por célebres escritores, militares y políticos, pasará a vivir sola con su madre en un sórdido barrio de París. Una joven que a los quince años es rechazada por el padre de su pretendiente, por considerarla bastarda. Una mujer condenada por esta situación de ilegalidad del matrimonio parental, estigmatizada como hija ilegítima por las leyes francesas que le reservaban un destino de miseria, y cuya situación es resuelta con un matrimonio arreglado con el litógrafo André Chazal. Flora era, entonces, una obrera en el taller de este artista algo mayor, donde se incorporó como aprendiza. “El 3 de febrero de 1821 comparecen los novios ante el Ayuntamiento del distrito XI de París, y se casan civilmente. Ninguno de los dos ha hablado de unirse ante la Iglesia.”[6]
No había opciones para las mujeres de aquella época: el convento o la prostitución eran las únicas alternativas para escapar a un matrimonio de conveniencia. El Código napoleónico rezaba que la esposa “sólo puede interponer demanda de divorcio en el caso de que el esposo introduzca una amante permanente en el hogar.” Flora era, entonces, una mujer a la que la unión matrimonial sólo sumó nuevas desgracias: ante la violencia de André Chazal, descubre raudamente que ni siquiera contaba con el derecho a abandonarlo, a divorciarse, a romper ese supuesto “mutuo consentimiento” en el que se había establecido el vínculo. Así y todo, se atreve a abandonarlo, con dos pequeños hijos a cuestas y pocos meses de un tercer embarazo, en cuya convalecencia descubre el feminismo a través de las páginas de Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft.
¿Cómo sobrevivir en una sociedad donde las mujeres dependían económicamente de sus padres o de sus maridos? ¿Cómo buscar un empleo, con dos hijos y otro en camino, estando separada, en una nación cuyas leyes no permitían el divorcio? Flora trabaja en una confitería haciéndose pasar por viuda. Luego deja a sus hijos al cuidado de otras personas, pero ya no regresa al hogar conyugal y acepta un trabajo como ama de llaves de una familia inglesa, con quienes recorre Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, entre 1826 y 1828. Entretanto, no sólo ha leído las novedosas ideas de Mary Wollstonecraft, sino también a Saint Simon, a Charles Fourier y a George Sand… ese atrevido “escritor” detrás de cuyo seudónimo se escondía una mujer que también ansiaba la libertad.
Flora va acumulando, en su memoria, las experiencias de una vida desgraciada que la convertirán luego en la escritora que denuncia los flagelos de una sociedad basada en profundas inequidades. “Sin madre, sin hijos, sin nombre, sin marido: paria auténtica ya, antesala de su propio destino.”[7] Sin embargo, todavía estas vivencias sólo atormentan a su espíritu, antes de convertirse en folletos y libros encendidos que provocarán las más variadas reacciones en los círculos progresistas de la época.
Después de su vida como ama de llaves de una familia burguesa londinense, Flora Tristán regresa a París y demanda a su marido ante los tribunales. Reclama la separación de bienes del matrimonio; pero la justicia que le niega el derecho al divorcio también falla en su contra ante este pedido: André Chazal, según la sentencia, carece de bienes y medios de subsistencia. A ella le corresponde, entonces, afrontar sola la manutención de sus hijos.
Al poco tiempo, muere su primer hijo. Sin embargo, como si la providencia no quisiera abandonarla completamente, conoce a un oficial de la marina mercante que en sus viajes a Perú ha trabado relación con Don Pío de Tristán, nada menos que su propio tío. El padre de Flora le había dicho en su lecho de muerte: “Hija mía, te queda Pío.” Y la búsqueda de contacto con ese tío allende el mar, había sido infructuosa durante años: decenas de cartas, enviadas por su madre a aquel encumbrado cuñado criollo, no habían obtenido respuesta. Ahora se presentaba una oportunidad única, la de enviarle una carta, a través del marino Zacarías Chabrié, de esta sobrina que había sido encomendada a él por su padre en el lecho de muerte.
Flora Tristán ya había entrado en contacto con los discípulos de Saint Simon, quienes habían constituido una asociación de fraternidad y vida en común. Sus ideas sobre el amor y la familia, la fidelidad y las mujeres eran enormemente revolucionarias; pero estaban bastante encontradas con la propia práctica del grupo. Ingenieros, médicos, poetas que declamaban sobre el progreso y el socialismo habían conformado una asociación en la que no participaban las mujeres, a excepción de Clara, la esposa de Saint Amand Bazard, uno de los dirigentes junto con Prosper Enfantin. Estos “Padres Supremos” –como eran denominados en la secta- mantenían divergencias entre sí: Bazard abogó por las reformas políticas, mientras Enfantin se inclinó por la predicación y el cambio moral, criticando especialmente la “tiranía del matrimonio” y abogando por el amor libre. Finalmente, éste condujo a sus seguidores hacia el misticismo, en la búsqueda de una Mujer-Mesías que esperaba encontrar en Oriente. Que no tendrían ningún papel en la construcción del futuro socialismo o que eran reveladoras del nuevo orden moral, tales eran las divergentes concepciones sobre las mujeres que dividían a estos “padres”, perseguidos por las autoridades francesas. “La mujer es la igual al hombre, será su igual: hoy en día es su esclava, es su amo quien debe liberarla. No es por protestar ni por negación que se podrá llamar a la mujer; no se puede apelar a ella más que afirmándola, expresando qué es lo que se quiere para ella, cómo se concibe, cómo se espera el porvenir para ella.”[8]
¿Flora podría convertirse en esta Mujer-Mesías que anhelaba Enfantin? Quizás. Por lo pronto, no comparte las opiniones de los discípulos de la escuela societaria, aunque esta idea mesiánica de la mujer predestinada a convertirse en profeta del mundo nuevo, la seduce enormemente. Como lo señalan diversas biógrafas de Flora Tristán, el misticismo es la forma en que se va configurando su propio proceso de individuación, en el que asume la tarea que se encomienda de modo casi profético.[9]
En 1832, dos obreras socialistas –desplazadas de la participación en la asociación creada por los discípulos de Saint Simon- lanzan el periódico La femme libre, que luego se titulará La Femme Nouvelle y La Tribune des Femmes. Desde esas páginas, Suzane Voilquin peticionará por el derecho al divorcio, cuando se involucra amorosamente con otra sansimoniana. Al año siguiente, Eugenie Niboyet funda, en Lyon, Conseiller des Femmes, el primer periódico feminista publicado fuera de París. Eugenie, que había integrado las filas del sansimonismo, rompía con la organización y se adhería a los fourieristas. A diferencia de los discípulos de Saint Simon que se debatían entre la libertad sexual y la defensa de la fidelidad, que derivaban de los principios socialistas de su maestro un cierto misticismo religioso, los fourieristas se concentraban en los cambios económicos para el desarrollo de los “falansterios”, donde el trabajo –incluso el doméstico- sería realizado por todos los miembros de la comunidad en igualdad.
Charles Fourier había señalado que la situación de las mujeres era la medida del progreso social y esta idea encarna en Flora, que mantiene distancia de los sansimonianos y se inclina más por las ideas de Victor Considérant, un discípulo de Fourier que abogaba por la constitución de los “falansterios” que su maestro había proyectado, esas comunidades que se organizarían cooperativamente para reformar pacíficamente el orden socio-económico que era fuente de todas las injusticias. “Se observa que el nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas está en proporción a la independencia de que gozan las mujeres.”, escribirá Flora, parafraseando a Fourier, en las primeras páginas de Peregrinaciones de una Paria.[10] Lo mismo harán Marx y Engels, Lenin, Trotsky… desde el corazón mismo del socialismo utópico se traza un camino que, como un fino hilo, llega hasta la actualidad del marxismo revolucionario: “Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.[11]
Mientras tanto, Flora recibe la respuesta de su tío desde Perú. Una respuesta parca y distante que desmorona sus esperanzas de encontrar ayuda en su familia criolla. “Cuando recibí esta respuesta, a pesar de la buena opinión que tenía de los hombres, comprendí que no debía esperar nada de mi tío.”[12] Pero las esperanzas reaparecen de la mano de la revuelta popular. Flora participa activamente en las jornadas conocidas como Las Tres Gloriosas, cuando Carlos X de Borbón decreta la suspensión de la libertad de prensa y disuelve la cámara de diputados recientemente electa y el pueblo de París –que venía de soportar las consecuencias de una importante crisis económica y la suba de los precios de los alimentos- se precipita a las calles, derrotando al ejército y reabriendo los periódicos liberales cerrados por ordenanza real. Obreros y artesanos, reunidos frente al Palacio Real, constituyeron el primer núcleo de la insurrección; en el Ayuntamiento, la Bastilla y los suburbios se levantaron barricadas; las estrofas de La Marsellesa resonaban en las calles de París y eran interrumpidas sólo por el grito de “¡Abajo los Borbones!” La movilización involucró a los estudiantes y clases medias; comerciantes y patrones daban asueto a sus empleados para participar de la revuelta. Finalmente, el 30 de julio de 1830, el rey abdica y la Cámara de Diputados eleva al trono a Luis Felipe de Orleáns, a quien se lo bautiza popularmente como “el rey de las barricadas”.
Profundamente impresionada por las movilizaciones populares, Flora Tristán pronto verá sucumbir nuevamente sus esperanzas: la ley de divorcio se discute en la Cámara, pero no será aprobada hasta 1884. El vínculo que la mantenía esclavizada al odiado André Chazal, no puede disolverse aún. La clase obrera había impulsado el movimiento revolucionario, consiguiendo el triunfo del pueblo; pero la gran burguesía, nuevamente, iba a apoderarse de él.
En tanto, el marido reclama la tenencia de su hijo Ernesto, mientras Flora exige, a cambio, la firma de un acuerdo de separación que confía en que podrá transformarse en divorcio, llegado el momento en que las leyes lo habiliten. Finalmente, agotados todos los recursos para sobrevivir ante tantas desventuras, recurre a Mariano de Goyeneche, un primo arequipeño de su padre, que vive en Burdeos y colabora en la preparación de su definitorio viaje a Perú.
El 7 de abril de 1833, Flora emprende su peregrinación a Perú a bordo del buque “El Mexicano”, comandado por el mismo oficial Zacarías Chabrié que había conocido unos años antes. Serán cuatro meses y medio de travesía, en un barco tripulado por veinte hombres y una sola mujer: ella. En los meses que siguen, la clase obrera francesa conoce los más altos niveles de explotación desde la restauración. Mientras Flora navega hacia su destino, los tejedores de seda de Lyon se levantan contra los miserables salarios y las agotadoras jornadas de dieciocho horas de trabajo. Bajo el lema “Vivir trabajando o morir combatiendo”, los obreros se lanzan a la lucha, soportando la feroz represión de las tropas gubernamentales. La derrota, sin embargo, no pasa en vano. Fortalecidos en su conciencia de clase, los trabajadores avanzan en la construcción de sus organizaciones.
Flora está lejos de estos acontecimientos, encontrándose con el misterioso Perú, la tierra de su padre, recientemente liberado del yugo español y sumido en una lucha entre caudillos militares que pugnan por alzarse con la presidencia de la nueva república. En 1834, la ciudad de Arequipa –de donde es oriunda su familia paterna- se convulsiona ante el derrocamiento del presidente constitucional, general José Luis Obregoso, por la acción de otros generales independentistas, Agustín Gamarra y Pedro Bermudes. El ejército de Arequipa es vencido y la ciudad cae en poder de los usurpadores, aunque después, tras un levantamiento popular, se pone fin a la ocupación. Flora Tristán asiste a estas revueltas en tierras americanas, desde una mirada inédita: si en Francia se había transformado en una trabajadora asalariada, condenada a vivir en la ilegalidad por la prohibición del divorcio impuesta por Napoleón, aquí pertenecía a una de las familias más acomodadas de Arequipa, referente de la reaccionaria oligarquía.
Recién en enero de 1834 conoce a su tío Pío de Tristán. Nada consigue de lo que se había propuesto resolver en este largo viaje a través del océano. Su familia le concede una escasa pensión, pero no le reconoce el derecho a la herencia que ansiaba Flora; la abraza entre los suyos, pero sigue estando condenada por el fallido matrimonio no legalizado de sus padres a ser la hija bastarda sin derechos.
Su travesía, sin embargo, como ya señalamos, la convierte en la Flora Tristán que trascendió en la historia de las ideas socialistas y feministas, la convirtió en aquella mujer que expresó sus memorias de ese itinerario en las célebres páginas de Peregrinaciones de una Paria, en cuya última página escribe: “Me quedé sola, completamente sola, entre dos inmensidades: el agua y el cielo.”[13]
De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras
No nos vamos a detener en este viaje iniciático, relatado en Peregrinaciones de una Paria, cuya redacción inicia en 1835, ya de regreso en París. Lo que empieza a escribir durante su viaje de retorno a Europa es su primer ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras. ¿Cuánto hay aquí de la influencia de Anna Wheeler, quien, según la misma Flora Tristán, es “la única mujer socialista que conoció en Londres”?
Anna, junto con William Thompson había publicado, en 1825, una obra feminista de largo título y gran repercusión: La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política y, en consecuencia, civil y doméstica. Como Flora, Anna Wheeler también había sido víctima de la violencia de su esposo, lo que la obligó a abandonar el hogar conyugal con sus hijos; también era autodidacta, también se vinculó a los utópicos y, especialmente, a Charles Fourier, cuyas obras tradujo al inglés. La diatriba contra el matrimonio, escrita por Wheeler y Thompson, incluye un incisivo análisis crítico del contrato sexual por el cual los hombres se convierten en propietarios del cuerpo de las mujeres.
Flora Tristán señala, en el inicio de éste, su primer ensayo, la necesidad de la unidad de las masas para luchar contra las viejas instituciones: “Por todas partes se oye resonar una voz unánime, que reclama instituciones nuevas que se adapten a las nuevas necesidades, una voz que pide asociarse, unirse para trabajar de común acuerdo en aliviar a las masas que sufren y languidecen sin poder reponerse, ya que, divididas, son débiles, incluso incapaces de poder luchar contra los últimos esfuerzos de una civilización decrépita que se extingue.”[14] Analoga la lucha por los derechos de las mujeres con aquella otra gran revolución que empujó al pueblo contra las vetustas instituciones medievales, en una formidable alianza de toda la sociedad contra el trono. Llama a las mujeres, pero también a los hombres, a aquellos que “sienten que hay que mejorar la suerte de las mujeres”; lo hace bajo el argumento de que no pueden seguir viviendo en el dolor aquellas cuya misión es la de “llevar la paz y el amor en el seno de las sociedades.”
Pero ya en De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras se advierte la diferencia que la distancia de los socialistas utópicos: Flora cuestiona la división entre la teoría y la praxis de los fourieristas; señala que los “falansterios”, y otras formas de vida comunitaria ideadas por los utópicos, son meros sueños que no logran resolver los problemas de las masas, condenadas a la miseria. “Nuestro propósito aquí no es crear también una brillante utopía, describiendo el mundo cómo debería ser sin señalar el camino que nos ha de llevar a cumplir el gran sueño de un Edén universal.”[15]
Para Flora, la utopía es una abstracción, la teoría esbozada por los grandes pensadores del socialismo de la época es meramente discursiva, no permite trazar las perspectivas prácticas para alcanzar el progreso humano. Ella no quiere ser confundida “con aquellos metafísicos que sueñan más de lo debido”.[16] Ni tampoco “salvar” a unos pocos elegidos, predestinados a la vida comunitaria en un mar de penurias: “Los límites de nuestro amor no deben ser los zarzales que rodean nuestro jardín, los muros que cercan nuestra ciudad, las montañas o los mares que bordean nuestro país. Desde ahora, nuestra patria debe ser el universo.”[17] Flora Tristán anticipa aquí una idea acerca del internacionalismo, que la ubica más del lado del socialismo científico que del socialismo de sus propios maestros. Sus viajes le han servido para comprobar, en los hechos, que las parias viven bajo el yugo de la misma a opresión en todas partes.
Más tarde, estas mismas conclusiones le servirán para forjar su idea central de la Unión Obrera, un esbozo de internacional proletaria concebida más de veinte años antes que se fundara la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como la Iº Internacional.
En De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, Flora Tristán busca un lenguaje que le permita acercarse a las masas, argumentos que consigan convencer de las ventajas, para el conjunto de la sociedad, de aquello que propone respecto de las mujeres. Flora empieza a convertirse, en este texto iniciático, en una publicista del feminismo socialista. No se dirige a las mujeres, sino a toda la sociedad; no propone una utopía, ni quiere exponer una mera descripción de las miserables condiciones de existencia de las más desdichadas: intenta trazar argumentos convincentes que conduzcan a sus lectores a emprender la tarea práctica que expone. Como dijera Vargas Llosa, “esta mujer poderosa tiene el talento exquisito de hablar a cada cual en su lenguaje.”
¿Por qué no pensar que los viajes, en sí mismos, son fuente de progreso y de unión entre los pueblos, “apresurando el momento en que tantas naciones rivales lleguen a ser una sola familia”? Para eso es necesario implementar reformas a las leyes e instituciones vigentes que rigen el destino de las parias, con el fin de alcanzar “mejoras progresivas”. Por eso, el folleto no incluye sólo una descripción detallada de los males que aquejan a las mujeres inmigrantes, sino también la propuesta de crear una Sociedad a favor de las Mujeres Extranjeras, mostrando la importancia que tenía, para Flora, la dimensión política práctica. Hacia el final del texto propone un estatuto para dicha sociedad, cuyo lema será “Virtud – Prudencia – Publicidad”.
Sus viajes por distintas ciudades europeas y su reciente travesía por el Perú le permitieron conocer los obstáculos y dificultades que se interponen a una mujer cuando se encuentra en un país que no es el suyo. En búsqueda de trabajo o de una herencia que le fue, finalmente, negada, Flora conoce las peripecias de ser una mujer extranjera, cuya identidad depende del padre o del marido, en el caso de estar casada.
¿Qué sucede con las mujeres que viajan solas a París? “Seguramente, lo primero que se le dirá es: ‘¿Está sola Señora?’ (enfatizando la palabra sola), y cuando conteste afirmativamente, se le dirá al mozo o a la moza que la lleve en la peor habitación de la casa. (…). Sin embargo, se le cobrará por su mala habitación 10 F más de lo que se cobraría a un hombre.”[18] Pero estos “disgustos” no son nada comparados con las habladurías que despertará la extranjera sola, a quien se le endilgan todo tipo de bajas intenciones en su visita a la Ciudad Luz. Pero si estos males son comunes a todas, hay otros que son específicos y tienen que ver con la condición de clase de la mujer viajera. Ya en este trabajo, impresiona su intento de conjugar la clase y el género. Aquí señala tres sectores de mujeres, al momento de describir de qué maneras tan diversas se manifiesta la opresión.
Flora Tristán establece una división entre las mujeres “que emprenden viajes con fines de instrucción o diversión”, entre las que se encuentran las “más distinguidas e interesantes”; después están las que son atraídas a la ciudad “por especulaciones comerciales, juicios u otros negocios de esta índole” y, finalmente, la tercera y más numerosa de las clases, la de las mujeres que parecen “reunir todos los dolores” y ser dignas “de la más profunda compasión”. Las primeras sufrirán las dificultades de recorrer París a solas, bajo la mirada prejuiciosa de los hombres; las segundas, correrán el riesgo de ser engañadas en la búsqueda de sus propósitos y las terceras, acudirán a la gran ciudad para buscar perderse en el anonimato, víctimas de una deshonra, de la desigualdad e injusticia de las leyes que la atan a un destino matrimonial que deploran. Estas últimas son mujeres pobres, ya que “muy pocas mujeres ricas se encuentran en la cruel necesidad de separarse de su marido”, según la autora. Y es el rechazo de la sociedad lo que las condena al “sendero del vicio cubierto con los colores más brillantes”. Para ellas, Flora reclama el principio cristiano de hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. No son extranjeras sólo por su patria de origen, éstas son extranjeras de las normas que impone la sociedad injusta, que establece la brutal desigualdad para las mujeres.
Sólo hay un lugar peor que París, para la recepción de las mujeres extranjeras, y es Londres. Pero sobre este asunto, Flora promete detenerse en un próximo trabajo que tiene en mente publicar más adelante: Paseos en Londres. La verdad es que las mujeres extranjeras tampoco son bien recibidas en el nuevo continente, que ella también conoce: “Y en cuanto a América, veremos, cuando publiquemos la pequeña relación de nuestro viaje por esas comarcas, que mientras más avanzan en la civilización europea, más pierden su antigua hospitalidad.”[19] ¿No era, acaso, el progreso el que traería la salvación para las plagas que aquejan a la humanidad? Contradictoriamente, en este texto que se inicia invocando la lucha contra el atraso de las vetustas instituciones de antaño, se señala que el progreso que impone la “civilización”, añade más penurias, bajo sus formas capitalistas: “barbarie de las civilizaciones modernas.”
Para Flora, la tarea de los “visionarios” –los hombres y mujeres que, antes que el resto de la sociedad, avizoran el camino de la emancipación- consiste en unirse, en asociarse en pos de un objetivo común. Describiendo las sociedades que constituyeron los primeros cristianos perseguidos, los judíos durante la Edad Media, los cruzados y los protestantes, pretende demostrar que su fuerza radicó en su espíritu de cuerpo, en su unidad y su propósito de socorrer a los desdichados. Todos sus ejemplos son extraídos de la historia religiosa europea, aunque menciona que lo mismo podría encontrarse en la historia de las revoluciones políticas, si bien no lo desarrolla.
Su sociedad de acogida a las extranjeras, que podrá ser presidida por un hombre o una mujer, nativos o inmigrantes, se propondrá “recibir a las Extranjeras, escuchar sus demandas, satisfacerlas, si ha lugar, presentarlas a la Sociedad, e incluso introducirlas en el mundo; proporcionar a aquellas que vengan a realizar investigaciones eruditas toda la información que puedan necesitar; a las que sean artistas, ponerlas en contacto con artistas; a las que sean extrañas a Francia, ponerlas en contacto con sus compatriotas, si así lo desean; a las que vengan a buscar una ocupación, intentar conseguirles una que sea conveniente a su posición, y también ayudar en todo a aquellas que vengan por negocio, juicio, enfermedad, etc., etc.”[20]
Flora no ahorra en detalles: los miembros cotizarán una cuota para el mantenimiento de la asociación que será del doble de la que deberán abonar las mujeres que integren la sociedad; las quejas que pueda suscitar cualquiera de las extranjeras socorridas por la asociación sólo pueden elevarse en la misma entidad, estando totalmente prohibido hacerlo “fuera de ese recinto”.
Sin embargo, el lenguaje con el que está escrito De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras sigue inflamado por el misticismo que los socialistas utópicos dejaban trascender en sus artículos y discursos: para Flora su propósito es santo y se encomienda a Dios para que inspire, en ella, palabras que encuentren eco en los corazones sensibles dispuestos a escuchar su mensaje.
Petición para el restablecimiento del divorcio
Tres años tumultuosos le siguen a la publicación de su primer ensayo. Con André Chazal se suceden interminables peleas por la tenencia de su hija Aline –quien, más tarde, será la madre del pintor Paul Gauguin-. La pequeña es raptada por el padre y recuperada por su madre en un episodio que culmina con persecución policial y arresto. Nuevamente comparece ante los tribunales, que ordenan que Aline viva en una pensión y que ambos progenitores puedan visitarla. Pero Chazal no se detiene: su venganza contra Flora por el abandono, lo lleva nuevamente a raptar a Aline para impedirle el contacto con su madre. Pero esta vez, la niña escapa del hogar paterno y busca refugio en casa de Flora.
La alegría dura poco: inmediatamente, Chazal envía a la policía a buscarla. Al poco tiempo, una carta de Aline estremece a su madre: la pequeña le escribe de su miedo al padre y deja entrever que éste ha intentado abusar de ella. No hizo falta ir a buscarla por la fuerza, porque Aline vuelve a escapar de la casa de André Chazal, contra el que Flora presenta una denuncia por intento de violación de la menor. Esta vez, los tribunales acudieron al socorro de la madre desesperada, condenando al acusado a sesenta días de prisión; mientras, éste denuncia a Flora Tristán por adúltera e intrigante. Sin embargo, tendrá que esperar hasta febrero de 1838 para que la justicia se pronuncie sobre la separación de cuerpos del matrimonio.
En tanto, moría Charles Fourier, el gran maestro a quien Flora le había obsequiado un ejemplar de su ensayo De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, y visita París el tercer pilar del socialismo utópico, el galés Robert Owen con quien también se entrevista. Envuelta en esta atmósfera de violencia conyugal e ingresando al círculo de los pensadores progresistas más reconocidos de la época, Flora envía a varios diputados liberales su Petición para el restablecimiento del divorcio.
Allí, Flora avanza en sus invectivas contra el matrimonio, al que denomina una “institución contra natura”. Pero si esto es así, es porque se basa en la unión de dos seres que no gozan de los mismos derechos ni la misma igualdad social. Por eso, afirma que “es superfluo demostrar que la concordia entre esposos como en toda especie de asociación no puede resultar sino de relaciones de igualdad; que la unión repugnante del despotismo y de la servidumbre pervierte al amo y al esclavo y que tal es nuestra naturaleza, que no hay afección a la que la dependencia no destruya.”[21] No hay posibilidad de matrimonio basado en el amor, mientras perdure la opresión de las mujeres bajo el yugo masculino. Más tarde, dirá en Unión Obrera: “Entre el dueño y el esclavo, no puede haber más que la fatiga del peso de la cadena que los une el uno al otro. Allá donde la ausencia de libertad se hace sentir, la felicidad no puede existir.”[22]
Descarga también sus críticas al Código napoleónico, denunciando que las reformas a la legislación heredada de la Revolución de 1789, prohibieron el divorcio, “el único remedio a las desgracias extremas”. Si el matrimonio entre seres desiguales en derechos conlleva la desgracia, ésta se ve reforzada más aún con su indisolubilidad. Flora denuncia que ella misma lo ha experimentado, aunque intenta dejar en claro que “el interés personal no es el móvil de la petición que les dirijo a ustedes: he sido llevada por el amor a mis semejantes, convencida por mi propia experiencia, que no puede existir la felicidad en las familias más que bajo un régimen de libertad.”[23]
A diferencia del saintsimonismo, el pensamiento tristaniano se esfuerza por hacer una crítica de la institución matrimonial que espera, en las reformas legales, una solución a las amarguras que genera la imposibilidad de la convivencia bajo el yugo de la opresión. Ella no propugna el amor libre, aunque es conciente del dominio que el marido ejerce sobre la esposa. Reclama el divorcio y que las mujeres puedan elegir libremente a su cónyuge sin la intervención de intereses parentales.
¿Pero qué opina del amor? Según su biógrafa Yolanda Marco, amor y matrimonio son antagónicos en Flora Tristán, que no concibe que el primero pueda asimilarse a los contratos que impone la institución marital y que subordinan a la mujer como objeto de propiedad del consorte. También señala que, en su propia vida, las pasiones fueron sublimadas en un amor genérico a la humanidad, en una pasión social que envuelve a las mujeres y al proletariado, los más oprimidos de la sociedad.
Marco plantea hipotéticamente, una inhibición sexual que demudó en frigidez a raíz de las experiencias sexuales violentas vividas con André Chazal y que llevaron a Flora a no volver a mantener relaciones físicas con ninguna otra persona. Más bien, sus amores –que nunca pasaron de ser relaciones puramente espirituales- sufrieron, en distintas oportunidades, una suerte de “revanchismo” de género, obligados a sufrir decepciones, incertidumbre y falsas expectativas creadas por la inestable Flora.[24] En 1840 escribe una carta a una mujer llamada Olimpia: “desde hace mucho tiempo he sentido el deseo de ser amada apasionadamente por una mujer… quisiera ser hombre para ser amado por una mujer… La mujer tiene tanto poder en su corazón, en la imaginación, tantos recursos en su espíritu. Pero tú me dirás que no puede existir la atracción de los sentidos entre dos personas del mismo sexo… Sí y no, se llega a una edad en que los sentidos cambian de lugar, es decir, en que el cerebro lo engloba todo… Mi alma, por así decirlo, se ha desprendido de su apariencia: vivo con las almas… Desde hace mucho tiempo te poseo, sí, Olimpia, respiro por tu pecho y por todos los latidos de tu corazón… Ves, querida, que para mí, el amor, me refiero al amor auténtico, no puede existir más que de alma a alma.”[25]
Más allá de estas conjeturas sobre la vida amorosa y sexual de Flora, está claro que su experiencia conyugal, y la de sus padres, es la que la incita a reflexionar sobre la institución del matrimonio y a “solicitar a la Cámara el restablecimiento del divorcio y de instituirlo sobre el principio de reciprocidad y a la voluntad de uno de los cónyuges así como lo habían hecho las leyes anteriores al Código Napoleónico”[26], convirtiéndola en una de las más ardientes defensoras de los derechos femeninos del período.
Mientras tanto, publica Peregrinaciones de una Paria y sufre un atentado contra su vida: André Chazal, le dispara un tiro por la espalda en plena calle y es detenido, mientras a Flora la internan gravemente herida. Sin embargo, haciendo gala de un altruismo inigualable, apenas se recupera, eleva otro pedido a la Cámara de Diputados para la abolición de la pena de muerte. A este escrito le suceden otros artículos que publica en las revistas socialistas más importantes de la época, como aquel en el que traza una semblanza de Simón Bolívar en base a las correspondencia que el Libertador mantenía con sus padres, añadiendo sus propios recuerdos infantiles. Muy pronto, se reedita Peregrinaciones de una Paria, algunos de cuyos pasajes se leen durante las audiencias del proceso contra Chazal, y aparece su “novela filosófica y social”, Mephis o el proletario.
Por cuarta vez en Londres, asiste a la Cámara de los Comunes disfrazada de hombre y a las sesiones del movimiento cartista de los obreros ingleses. Sus impresiones de la cuna de la revolución industrial, aparecerán plasmadas en Paseos en Londres, que es muy bien recibido por la crítica, logrando no sólo que la prensa publique algunos fragmentos de la obra, sino también, que la misma sea reeditada en dos oportunidades.
Siendo aún jóvenes, su hijo se enrola como mecánico en la Marina y su hija ingresa al taller de una modista, como aprendiza. Por primera vez se libra definitivamente de la persecución y las agresiones de André Chazal; hubo que llegar al extremo de correr el riesgo de perder la vida en manos de este violento hombre para que la justicia lo condenara a veinte años de trabajos forzados. Ahora, sus hijos llevarán el apellido de la madre: aquella mujer que convivió con la aristocracia criolla, en el seno de su familia peruana, paría dos jóvenes proletarios, Ernesto y Aline Tristán.
Unión Obrera
Flora inicia, entonces, la redacción de Unión Obrera, que el fourierista Víctor Considérant adelanta en su periódico La Falange y será definitivamente publicado en junio de 1843. En setiembre del mismo año, un joven judío alemán de tan sólo veinticinco años le escribe a un amigo: “… a final de mes estaré en París, porque el aire que respiramos en Alemania nos esclaviza y me resulta completamente imposible desarrollar una actividad libre.”[27] Era Karl Marx, el jefe de redacción de la Gazeta Renana, publicación que fue intervenida por la censura y por la cual muy pronto, su editor tuvo que marchar al exilio. El amigo en París era Arnold Ruge, con quien fundará la revista Anales Franco-Alemanes y el que, a su vez, le presentará a Flora Tristán.
Con el inicio de la amistad entre Marx y Friedrich Engels, también en París, se estaba gestando el socialismo científico. Pronto, aunarían sus esfuerzos para resolver sus dudas filosóficas por escrito, en una polémica aguda y punzante con la revista que publicaban los hermanos Bruno, Edgar y Egbert Bauer. En esa polémica, dedican un apartado del tercer capítulo a la Unión Obrera de Flora Tristán. Burlándose de Edgar Bauer y en defensa de Flora, escriben: “La propia afirmación de la crítica –si tomamos esta afirmación en el único sentido que ella puede tener-, reclama, pues, la organización del trabajo. Flora Tristán –en la discusión de las ideas de Flora Tristán es donde encontramos por primera vez esta afirmación-, pide la misma cosa, y esta insolencia de haberse atrevido a adelantarse a la crítica crítica le vale el ser tratada en canaille.”[28]
Profundamente impresionada por las experiencias londinenses, Flora se propone colaborar en la organización del movimiento obrero francés. En la ciudad de la miseria y el hacinamiento, de la máquina a vapor y las brumas sobre el Támesis, Flora se había encontrado también con un movimiento obrero organizado, que realizaba mitines públicos y reuniones clandestinas, que luchaba no sólo por reformas sociales, sino también políticas. En 1838, este pujante proletariado británico había elevado sus peticiones en una Carta al Pueblo, reclamando el sufragio universal masculino para los mayores de edad, circunscripciones de igual tamaño, voto secreto, que no fuese imprescindible ser propietario para obtener un cargo en el parlamento, dieta parlamentaria y parlamentos anuales.
De ahí, Flora concluye que, para aunar esfuerzos y experiencias, para avanzar en la emancipación del proletariado, era necesario unirse internacionalmente; pero también, que era necesario contar con un representante parlamentario, como habían tenido los cartistas ingleses, un Defensor del Pueblo que luche en los estrados por las medidas que benefician a la clase trabajadora: el derecho al trabajo y al salario y el derecho a la organización. Para la necesaria transformación social, el proletariado contaba con un instrumento, la Unión internacional de los obreros y las obreras, que pacíficamente, mediante la persuasión y la presión política en las instituciones del régimen, podría combatir la desigualdad y la miseria.
Eso es lo que pensó Flora Tristán y con este propósito redactó, en seis semanas, la Unión Obrera y planificó su tour por Francia, en el que aspiraba a llevar la buena nueva a los obreros galos. “He comprendido que, después de publicado mi libro, tenía otra misión que cumplir: ir yo misma, con mi proyecto de unión en la mano, de ciudad en ciudad, de un extremo a otro de Francia, a hablar a los obreros que no saben leer y a los que no tienen tiempo de leer. Me he dicho a mí misma que ha llegado la hora de actuar…”[29]
A diferencia de los sindicatos franceses, de la herencia del compagnonnage y los gremios por oficio, la Unión Obrera de Flora Tristán aspira a reunir en su seno al conjunto de la clase obrera, sin distinción. La clase que para Saint Simon era la más numerosa y pobre de la sociedad, adquiere una nueva definición en Flora que, parafraseando al maestro, la sindica como la más numerosa y útil. Su unidad haría su fuerza y esta fuerza social es la que permitiría a su representante parlamentario imponer las demandas del proletariado a la burguesía. Los gremios y el compagnonnage permiten socorrer a los trabajadores ante la enfermedad o los períodos de desocupación, pero advierte que “aliviar la miseria no significa destruirla; suavizar el mal no es extirparlo.”[30] Y la única forma de atacar de raíz el problema es superando las asociaciones particulares en una unión universal que comprenda a toda la clase. ¿Acaso no ha sido la disolución de las fronteras mezquinas que dividían al territorio en pequeños feudos, lo que permitió la constitución de los grandes imperios?
Flora argumenta, ante los obreros, de qué modo conquistó el poder la burguesía, constituyéndose como clase: “Obreros, durante doscientos años o más, los burgueses han luchado valerosa y descarnadamente contra los privilegios de la nobleza y por el triunfo de sus derechos. Pero llegado el día de la victoria, aunque reconocieron la igualdad de derechos para todos, de hecho acapararon para ellos solos todos los beneficios y las ventajas de esta conquista. Después del 89 SE HA CONSTITUIDO la clase burguesa. Observad qué fuerza puede tener un cuerpo unido por los mismos intereses.”[31] Su tesis es contundente: a pie de página aclara que si la burguesía fue la cabeza de aquella revolución, había sabido servirse hábilmente de los brazos constituidos por el pueblo; pero que la clase obrera no tiene a nadie más que vaya en su ayuda, que sea sus “brazos”, lo que la obliga a ser la cabeza y los brazos a la vez. Más tarde, Marx y Engels dirán que el proletariado no tiene más que cadenas que perder, estaba emergiendo en la historia, la clase llamada a convertirse en el sepulturero, no sólo de la burguesía, sino de todas las sociedades de clase existentes.
Como puede observarse, la preocupación de Flora, como la de los fundadores del socialismo científico, no es economicista. Está empeñada en contribuir a la constitución de la clase obrera como un sujeto político y para eso, opina que es necesario empezar por lograr su más amplia unidad. Por eso, su edición de Unión Obrera comienza con una frase del obrero tipógrafo Adolphe Boyer: “Hoy en día, el trabajador lo crea todo, lo produce todo y, sin embargo, no tiene ningún derecho, no posee nada, absolutamente nada.” Que es acompañada con un proverbio salido de su pluma: “Obreros, sois débiles y desgraciados porque estáis divididos. Uníos. La UNIÓN hace la fuerza.”[32] Poco tiempo después de su muerte, serían Karl Marx y Friedrich Engels los que también proclamarían “¡Proletarios del mundo, uníos!”, desde las páginas del Manifiesto Comunista.
El internacionalismo proletario que propone Flora Tristán es profundamente político y traza los lineamientos de una nueva praxis. Por eso, nuevamente comienza con un distanciamiento de los socialistas utópicos: ellos ya lo han dicho todo sobre la causa obrera, sobre su desgraciada situación; es imperioso actuar; “no queda más que una cosa por hacer: actuar conforme a los derechos escritos en la Carta.”[33], dice Flora en alusión a la Carta al Pueblo de los obreros británicos. Contra toda construcción utópica al margen de la sociedad, contra toda forma de unidad gremial, Flora Tristán está propugnando la unión del proletariado para su incursión, por la vía pacífica, en la esfera política. Los demás han hablado de los obreros; “pero todavía nadie ha intentado hablar a los obreros.”[34]
Hay otro aspecto sobresaliente del pensamiento de Flora plasmado en Unión Obrera: además del internacionalismo y la prefiguración del partido proletario, Tristán señala que la emancipación de los obreros será obra de ellos mismos, pero que para alcanzarla deberá establecer una suerte de alianza con otras clases y capas oprimidas socialmente.
Esa opresión es la que se sufre por la existencia de los “privilegios de la propiedad” que pesan sobre los desposeídos y expropiados: artistas, profesores, empleados, pequeños comerciantes “y una multitud de gente diversa, incluso los pequeños rentistas, que no poseen ninguna propiedad como tierras, casas, capitales, sufren fatalmente las leyes hechas por los propietarios que se sientan en la Cámara.”[35] Así enumera, en una nota al pie de página, a los aliados del proletariado en su lucha por la emancipación.
Lejos está su concepción de la de Saint Simon, que consideraba entre las clases productoras, llamadas a conducir el destino de la humanidad, tanto a trabajadores como a industriales. Más cerca, en realidad, del marxismo revolucionario del siglo XX, que propone a la clase obrera acaudillar a la nación oprimida, cobrando hegemonía sobre el conjunto de los explotados, en una alianza con el campesinado y los pobres urbanos, en su lucha denodada contra el sanguinario capital.
Quizás pueda decirse que todo su pensamiento acerca de la emancipación proletaria, plasmado en Unión Obrera, fue ampliado y superado científicamente, por el materialismo histórico y dialéctico de Marx y Engels. Sin embargo, Unión Obrera encierra el descubrimiento de una ligazón inédita que aún encuentra eco en las reflexiones de las feministas socialistas contemporáneas: Flora plantea que la mujer es la proletaria del proletario y que no conseguirá su emancipación si no es de la mano de la clase trabajadora, pero los trabajadores mismos no podrán aspirar a su liberación del yugo de la esclavitud asalariada si no es convocando a las mujeres a luchar junto a ellos bajo la consigna de su propia libertad y la lucha por sus derechos.
El feminismo de Flora Tristán, trazado ya desde su primer ensayo, De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, evoluciona desde el socialismo utópico al científico en los cortos años de producción literaria y política que median entre su viaje a Perú y su temprana desaparición. Este análisis que vincula las categorías de clase y género (“raza”, dirá Flora Tristán) en una única estrategia para la liberación, la convierte en la pionera más ilustre del feminismo socialista de todos los tiempos.
En el tercer capítulo de Unión Obrera, titulado “Por qué menciono a las mujeres”, Flora traza un brillante análisis de la unión entre feminismo y socialismo, entre mujeres y proletarios. Como nadie lo había hecho antes, describe con particular crudeza la inequidad de las relaciones en el hogar, entre el obrero y su esposa. La marginación de las mujeres del progreso y las riquezas sociales la han condenado a ser tratada como una paria por “el sacerdote, el legislador, el filósofo”.[36] Unos la condenaron a representar el pecado de la carne, el mal; otros, la condenaron a la heteronomía, pertenecientes a padres o esposos, las mujeres no podrían acceder a los plenos derechos que otorga la civilización; finalmente, para las ciencias, las mujeres han sido siempre seres inferiores, carentes de inteligencia, lógica y raciocinio. Para ellas no ha llegado aún “su 89”, dice Flora, retomando la analogía con la Revolución Francesa, que le es tan preciada.
La autora deduce que, de mantener estos prejuicios como principios válidos, se refuerza tautológicamente el resultado a todas vistas: se sostiene que las mujeres son ignorantes e incapaces de acceder a los niveles más altos de la educación y la cultura, por eso tienen vedado ese derecho, situación que las convierte en seres ignorantes, sin duda. Pero esa condena de siglos que pesa sobre la consideración que se tiene de las mujeres, puede llegar a su fin, nada tiene de “natural”. ¿Acaso no se consideraba al proletario como una bestia de carga, mientras los príncipes y nobles se presentaban como seres superiores ungidos por Dios? Y, sin embargo, llegó “el 89”, demostrando que “la plebe se llama pueblo, que los villanos y los patanes se llaman ciudadanos.”[37] ¿Qué ocurrirá, entonces, cuando a las mujeres “les llegue su 89”?
Por eso es vital, para Flora, el derecho a la educación. Aunque reconoce magistralmente, que la negativa a enviar a las mujeres a la escuela obedece a la ventaja de contar con el trabajo gratuito de éstas en el ámbito del hogar. También advierte, nuevamente en una nota a pie de página, que la construcción de las mujeres como grupo social subordinado apareja una ventaja para los capitalistas que pueden pagarle hasta la mitad del salario de un obrero, por la misma jornada de trabajo. Y, sin embargo, el rol central de las mujeres en la constitución de la familia proletaria, hace de ellas un factor fundamental en la instrucción de los trabajadores y las nuevas generaciones. Una contradicción insalvable que Flora aspira a resolver mediante la persuasión de los obreros a quienes se dirige. Educadas, las mujeres podrán actuar como “agentes moralizadores” de los hombres sobre los que tienen influencia: hijos y maridos. “¿Empezáis a comprender, vosotros, hombres, que ponéis el grito en el cielo antes de querer analizar la cuestión, por qué reclamo yo derechos para la mujer? ¿comprendéis por qué quisiera que se la situase en la sociedad en un pie de igualdad absoluta con el hombre, y que gozase de ello en virtud del derecho legal que todo ser tiene al nacer?”[38]
Todas las desgracias se originan en este olvido primario de los derechos femeninos. Todas las esperanzas de un futuro diferente se sostienen en la constatación de que las mujeres no han aceptado esta imposición sin rebelarse permanentemente. Una rebelión que, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano no ha hecho más que exasperarse. Pero los obreros deben ser concientes de la situación de las mujeres, para luchar por el cambio que las transformará en sus compañeras, amantes, amigas. A ellos les insiste: “tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios.”[39] Porque mientras las mujeres permanezcan en un estado tal de embrutecimiento, serán presas del conservadurismo, contrarias a cualquier progreso, sometidas a las necesidades más básicas y mundanas, imposibilitadas de tener aspiraciones mayores que las que impone la rutina de la vida cotidiana. En esa situación, las mujeres frecuentemente enfrentarán a sus maridos en cuanto ellos quieran organizarse, abrazar la causa de la emancipación proletaria, luchar con abnegación por los ideales de su clase. Flora Tristán llega incluso a comentar de qué manera ha sido atacada por estas mujeres embrutecidas, que alcanzaron a injuriarla y pegarle en alguna ocasión “porque yo cometo el gran crimen, dicen, de meter en la cabeza de sus hombres ideas que les obligan a leer, a escribir, a hablar entre ellos, todas ellas cosas inútiles que hacen perder tiempo.”[40]
Lejos de romantizar a la familia obrera, Flora describe con precisión las miserias humanas que acarrea la desigualdad al interior del hogar, el malestar que generan los avances en la conciencia de los obreros cuando no son comprendidos y acompañados por las mujeres. Sin escrúpulos, Flora Tristán describe un cuadro de situación que penetra en el corazón de la clase, dejando al desnudo las consecuencias funestas que tiene, para los miembros de la familia, que las mujeres sean “las proletarias del proletario”.
Ella no idealiza al proletariado; sabe que incluso sus propias ideas les resultan extrañas e incomprensibles; en más de una ocasión se lamentará que los trabajadores no entiendan dos palabras fundamentales de su mensaje apostólico: “actuar” y “unión”. Más tarde, en su relato sobre los preparativos que culminaron en este libro y el tour por Francia, se enfrenta a obreros que no quieren que se publique el capítulo “Por qué menciono a las mujeres”; aducen que las miserias allí narradas sobre la vida proletaria no tienen por qué ventilarse ante los ojos atentos de la burguesía. Flora, mística y arrobada por un sentimiento de trascendencia espiritual, no acepta, sin embargo, mentir sobre la realidad que quiere transformar.
La doble alianza queda establecida de este modo: por un lado, no habrá emancipación para los obreros del yugo capitalista si no procuran que las mujeres de la clase trabajadora se sumen a esta lucha y, para eso, es necesario, ante todo, que tengan acceso a la educación; por otro lado, no habrá posibilidad de emancipación para las mujeres si no abrazan la causa de la unión obrera, porque las leyes de la burguesía están hechas a su medida y hay que transformar la sociedad –tarea que le cabe a la clase más numerosa y la única útil- para que todas y todos los parias alcancen la felicidad y la plenitud. “Estáis oprimidas por las leyes, los prejuicios; UNIOS a los oprimidos, y por esta legítima y santa alianza podremos luchar legalmente, lealmente, contra las leyes y los prejuicios que nos oprimen.”[41] Los burgueses y los proletarios son dos clases sociales diferenciables en el pensamiento de Flora, pero es aguda al señalar que mientras las mujeres obreras sufren la explotación, tanto ellas como las mujeres de la burguesía están unidas por un sufrimiento común que es el de estar esclavizadas por las leyes que la convierten en un objeto de propiedad de sus padres y maridos. Anticipándose en más de un siglo a las elaboraciones de la teoría de género de las feministas contemporáneas, Flora pareciera advertirnos remotamente, desde la historia: el género nos une, la clase nos separa.
Flora Tristán no pudo penetrar mucho más allá en la comprensión de esta compleja sociedad que crecía ante sus ojos. Su desconocimiento de la economía política le impidió alcanzar las definiciones que Marx elaborará más tarde. Para Flora, la clase obrera o el proletariado no significan lo mismo que para el autor de El Capital: su concepto engloba a todos los pobres, miserables y marginados, aquellos empobrecidos por la creación de riqueza. Aunque incluye sólo a aquellos que no poseen propiedad (y en esto, se diferencia notablemente del socialismo utópico), su mirada no logra discernir el vínculo que existe entre ambos términos de una ecuación que hunde a las masas en mayores calamidades, no alcanza a desentrañar el nudo de la esclavitud asalariada, la explotación de la fuerza de trabajo, la extracción de plusvalía.
Su mirada, detenida en la “sociedad civil”, separa de manera maniquea la producción y la distribución de las riquezas, confunde causas y efectos en sus diatribas contra la injusticia. En el llamamiento que hace a los amos de fábricas en Unión Obrera, declara: “Amasáis riquezas más o menos considerables. Nosotros, trabajando para vosotros, apenas tenemos para vivir y alimentar a nuestra pobre familia. Esto está en el orden de lo legal.”[42], para culminar haciendo un llamado a los patrones comprensivos a que hagan donativos a la Unión.
Rosa Luxemburgo, en discusión contra el revisionismo dentro de la socialdemocracia alemana, escribirá más de medio siglo después: “¿Qué es lo que distingue a la sociedad burguesa de las demás sociedades de clase, de la sociedad antigua y del orden social imperante en la Edad Media? Precisamente el hecho de que la dominación de clase no se basa en ‘derechos adquiridos’ sino en relaciones económicas reales: el hecho de que el trabajo asalariado no es una relación jurídica, sino exclusivamente económica. En nuestro sistema jurídico no existe una sola fórmula legal para la actual dominación de clases. Los pocos restos de semejantes fórmulas de dominación de clase (por ejemplo, la de los sirvientes) son vestigios de la sociedad feudal. ¿Cómo se puede suprimir la esclavitud asalariada ‘legislativamente’, si la esclavitud asalariada no está expresada en las leyes?”[43] Pero Flora Tristán, imbuida de un profundo pacifismo, apuesta al camino de las reformas legales precisamente para evitar las revoluciones que han traído sólo sangre y muerte para el proletariado lyonés. “Mi misión es sublime; es la de poner a los hombres en la vía de la legalidad, del derecho. Es necesario que llegue a hacerles comprender que la fuerza bruta no puede organizar nada, que sólo puede destruir, y que nosotros hemos llegado a una época en la que debemos soñar en organizar.”[44]
Sin embargo, Flora tiene el mérito de haber pergeñado la idea de que el proletariado es una clase universal y como tal debe organizarse internacionalmente; que su existencia y su fuerza radical se define por su falta de propiedades, por su presencia mayoritaria en la sociedad y, fundamentalmente, porque es la única clase verdaderamente productiva. Que sin embargo, no podrá alcanzar sus metas emancipadoras si no establece una alianza, conduciendo tras sus ideales, a las capas sociales también oprimidas por el capital; pero especialmente, si no llama a su lado a las mujeres de todas las clases, para liberarlas del yugo de la esclavitud que imponen el matrimonio y los prejuicios que la mantienen sometida al poder patriarcal desde su más tierna infancia. Flora Tristán merece, sólo por esto, un lugar destacado entre las grandes dirigentes y pensadoras del socialismo y el feminismo. Como señalara Karl Marx, Flora era una “precursora de altos ideales nobles.”
Unión Obrera, cuyas dos primeras ediciones de 1843 y 1844 fueron pagadas por las suscripciones de amigos y allegados a la autora, es reeditada en Lyon en 1845, con el adelanto provisto por grupos de obreros a través de suscripciones anónimas y colectivas. Un testimonio, quizás, de la adhesión que sus ideas iban ganando en su amado proletariado.
El tour de Francia
La última obra que se presenta en esta antología es una especie de diario que Flora escribe a medida que realiza su gira por distintas ciudades de Francia, para promocionar la Unión Obrera, con el propósito de organizar a los trabajadores y trabajadoras como clase.
Remedando las prácticas iniciáticas del compagnonnage, Flora Tristán inicia esta vuelta en Auxerre, donde estuvo a mediados de abril de 1844, desde donde se dirigió a Lyon, de allí a Marsella y desde aquí a Burdeos, lugar en el que finalmente murió. Pero el diario se inicia en París y consigna, además, un viaje previo a Burdeos realizado en setiembre de 1843. Sin que ella pudiera saberlo, el diario se transforma en un testimonio valiosísimo de los últimos días de la vida de Flora Tristán, que muere, víctima de la fiebre tifoidea, el 14 de noviembre de 1844.
Desde la Edad Media, los artesanos y obreros franceses guardaban la tradición de estas giras en las que se calificaban para ejercer un oficio, aprendiendo en diversas ciudades cuyo recorrido se trazaba en el sentido de las agujas del reloj. Flora también estaba realizando una obra majestuosa e imponente como las catedrales que obreros y artesanos habían sabido elevar hasta los cielos: estaba construyendo la Unión Obrera. Por eso fueron meses de una extenuante actividad: reuniones interminables, citas y encuentros en discusiones acaloradas, conferencias, enérgicos discursos… Flora pretendía continuar su gira por Francia con un recorrido por otros países europeos. Atacada por la fiebre tifoidea y por las autoridades policiales, finalmente no llegará a cumplir su cometido.
Sin embargo, el tour es intenso, como toda su vida. Le permite conocer a obreros de todas las profesiones y oficios, de las más diversas ciudades de Francia, de las más variadas ideologías y sin ellas. Poco tiempo antes de morir, premonitoriamente escribía en su diario: “¡Oh! Qué desdichado es el que nace, vive y muere en la misma situación y posición. Desde esta perspectiva yo soy muy privilegiada. ¡Qué vida fue jamás tan variada como la mía! Además, en estos 40 años, ¡cuántos siglos he vivido!”[45] Y así de gratificante tiene que haber sido para Flora Tristán este tour que le demandó enormes sacrificios, crisis, temores y hasta persecuciones policiales, pero que, sin embargo, no quiso abandonar a pesar de la fiebre, los dolores.
En la gira tuvo que soportar a los provocadores policiales, enterarse de que estaban siguiéndola las autoridades, enfrentar a los sacerdotes que la consideraban una profeta del mal entre las masas proletarias y, peor aún, tener que sobrellevar la desesperanza que le provocaban los obreros y obreras que no entendían o no querían comprender su “Idea”, pergeñada en su provecho. Pero guardaba expectativas por el proletariado lyonés: era una clase obrera culta, que había leído de filosofía y socialismo, sólo había que librarla de esa violenta tradición revolucionaria que, para Flora, era sanguinaria e improcedente.
El tour de Francia es una obra notable que conjuga las confesiones íntimas del diario personal, las impresiones vívidas del diario de viajes, las descripciones detalladas y el análisis de un estudio sociológico y las transcripciones noveladas de las experiencias más insólitas vividas durante el itinerario. Pero, además, entremezcladas entre sus páginas más coloridas, reaparecen aquí algunas ideas siempre presentes en el pensamiento de Flora, expuestas magistralmente: la iglesia, la propiedad y el amor se encuentran entre otros tantos temas desarrollados en estas páginas.
Flora Tristán acusa a la iglesia y los sacerdotes de mantener al pueblo embrutecido para beneficio de las clases dominantes: “¡Hay un pacto infame entre los sacerdotes y los burgueses!”[46], se exalta. El Estado, órgano de dominación de la burguesía también recibe sus improperios; pero el clero le resulta más execrable: “Mientras haya sacerdotes y tengan algún poder sobre el pueblo, es imposible soñar en la liberación de los obreros.”[47] ¿Y el culto a la propiedad, no es también execrable? A partir de un extraño episodio en que, en su habitación del hotel, encuentra un pequeño reloj de oro que duda en quedárselo, reflexiona sobre la propiedad privada. Repite las palabras que Proudhon escribiera cuatro años antes: la propiedad es un robo. “Es necesario que la divisa de la primera revolución sea: ‘No más propiedades de ninguna especie…”[48] Flora tiene en claro que, después de este tour en el que convivió con los seres más explotados y oprimidos de Francia, no podrá soportar ya más estar frente a un burgués, esos seres de una “raza nauseabunda”.
¿Y el amor? La Paria reflexiona largamente sobre el tema del amor: el que ella siente es puramente espiritual, prescinde de la carne; es altruista y social, está destinado a la humanidad toda y no a individuos particulares. En Lyon entabla una relación de cooperación y amistad con la obrera Eléonore Blanc, que la acompañará en sus últimos días de convalecencia en Burdeos. Al dejar Lyon, Flora escribe que ésta será su ciudad sagrada, la del proletariado más avanzado de Francia; pero también habrá que decir que es la ciudad de su última gran pasión: Eléonore, a quien también llama cariñosamente “St. Jean”, porque compara su relación con la que mantenían Jesús y su discípulo Juan. Un profundo amor sublimado destilan las líneas dedicadas a esta joven a la que ama más que a su hija. “¿Qué nombre se dará a este amor? No sé todavía.”[49], escribe Flora después de describir con preciosismo un cruce de miradas entre ella y su discípula que la hunde en un insondable arrobamiento. “Mi alma está tomando posesión de otra alma sin tener en cuenta la envoltura.”[50] Pero ese amor es sublime porque “no tendrá sexo”. Compartir el amor a la humanidad es lo que las hermana y permite esa comunión exquisita de alma a alma, de pensamiento a pensamiento. Y para acceder a esta gracia es necesario estar dispuesta a rechazar los lazos familiares y sociales, “para consagrarse enteramente al servicio de la humanidad.”[51] Olvidarse de la humanidad para dedicar la vida exclusivamente a la crianza de hijas e hijos, a la vida familiar, le parece atroz, inmoral. En los últimos párrafos de El Tour de Francia, antes de caer gravemente enferma, reflexiona nuevamente sobre esto cuando recibe carta de su hija Aline, a quien dice querer y admirar. Pero agrega: “quiero más a mi hija en el espíritu. Es otro amor. (…). Me daría una pena mayor perder a St. Jean que a Aline.”[52]
Esta pequeña “San Juan” estuvo al pie de su cruz secular y mundana, hasta las últimas horas de su existencia. Para ella, hubo una trenza del cabello de Flora como única herencia de aquella enemiga de la propiedad. Su hijo conservó los manuscritos de El tour de Francia, que fueron publicados por primera vez, recién en 1973.
Transcurrieron más de doscientos años de su nacimiento y, sin embargo, la obra de Flora Tristán no pierde vigencia: siguen siendo fuente de inspiración para las jóvenes generaciones de mujeres que hoy continúan la lucha por la liberación de todas las formas de opresión. Flora sostiene debates fundamentales del feminismo y del socialismo que, dos siglos más tarde, mantienen todo su vigor en un recorrido henchido de controversias. La relación entre el matrimonio burgués y la opresión de las mujeres –luego estudiada por Friedrich Engels en profundidad-; la inequidad entre hombres y mujeres ante las leyes y los derechos; las dificultades adicionales que una mujer debe atravesar si está lejos de su patria; la necesaria relación entre la emancipación de las mujeres y la lucha por el socialismo, para acceder a una sociedad liberada de toda forma de opresión y explotación… todos son temas del pensamiento tristaniano que aún se debaten tanto en la academia como en los círculos militantes.
Biblioteca Ayacucho acerca hoy, a las lectoras y lectores, algunas de las obras fundamentales de Flora Tristán, de aquella que dedicara a “los peruanos” su obra fundamental, Peregrinaciones de una Paria, firmando “vuestra compatriota y amiga”. Sin embargo, fueron muchos los años que tuvieron que pasar para que Flora fuera considerada en el acervo de la literatura latinoamericana. Es cierto que Peregrinaciones… fue escrito en francés y dirigido, quizás principalmente, a un público europeo ávido por la lectura de aventuras románticas. Sin embargo, si Flora es Tristán lo debe no sólo a la herencia de sangre de su familia criolla, sino también, y fundamentalmente, a este viaje y este encuentro con las tierras de sus ancestros que le permitieron reconocerse “paria”. Por eso, en estas páginas en las que describe los paisajes, la vida y las costumbres del Perú de mediados del siglo XIX, Flora toca tan íntimamente la fibra de la sociedad peruana que su libro fue quemado públicamente en Arequipa apenas vio la luz.
Más tarde, historiadores peruanos debieron recurrir a esta obra, sin embargo, cuando quisieron trazar la biografía de la Mariscala, Francisca Zubiaga. Recién en las primeras décadas del siglo XX, Flora Tristán es rescatada por los estudios peruanos como una de los suyos. En 1933, Luis Alberto Sánchez –autor, también, de una biografía novelada de Flora Tristán, titulada Una mujer sola contra el mundo- incluye a la Paria en su obra sobre la literatura peruana. En 1945, el municipio de Arequipa le impone su nombre a un barrio populoso de la ciudad. Y en 2003, el premiado escritor peruano Mario Vargas Llosa, la hizo nuevamente célebre, al publicar su novela El paraíso en la otra esquina, donde Paul Gauguin y Flora Tristán son los personajes más destacados. Un reconocimiento tardío, pero absolutamente merecido, para la autora de Méphis, la novela donde la heroína que ansía la libertad y la felicidad, sueña con un viaje a América.
Aquí presentamos, en orden cronológico, dos de sus folletos relacionados con los derechos de las mujeres, De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras (1835) y la Petición para el restablecimiento del divorcio (1837), en traducciones hechas especialmente para esta edición de los originales en francés. Estos opúsculos, poco conocidos en Latinoamérica, son una muestra de gran interés de la evolución del pensamiento feminista de Flora. Las otras dos obras de mayor envergadura, que incluye esta antología –Unión Obrera (1843) y El tour de Francia (1844)-, revelan ya una ideología más elaborada, un mayor conocimiento de la filosofía y las corrientes socialistas de la época, y nos muestran a Flora Tristán en la madurez de su pensamiento innovador que vincula la cuestión de las mujeres a la causa proletaria, en una dialéctica absolutamente inédita y penetrante.
Flora Tristán decía que tenía a los hombres y a los burgueses en su contra porque pedía la emancipación de las mujeres y del proletariado. Quizás, el mejor homenaje que pueda recibir, más de un siglo y medio después de su muerte, es saber que sus palabras aún guardan la vitalidad necesaria para provocar pasiones e iras en su contra, de todos aquellos que pretenden aún mantener sus privilegios obtenidos en base a la opresión y la explotación de la mayoría de la humanidad.
[1] Así titula el peruano Luis Alberto Sánchez, su biografía de Flora Tristán.
[2] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, Terra Incognita, Barcelona, 2003, p. 124
[3] íd., p.16
[4] Ibíd., p.8
[5] Carta a André Chazal de 1821, citada en Lettres, de Stéphane Michaud, Ed. du Seuil, París, 1980.
[6] Luis A. Sánchez, Una mujer sola contra el mundo, UNMSM, Lima, 2004, p.53
[7] íd., p.60
[8] Discurso de Prosper Enfantin a la reunión general de la familia, del 19 de noviembre de 1931, citado por Neus Campillo en “Las sansimonianas: un grupo feminista paradigmático”, Actas del Seminario Permanente “Feminismo e Ilustración” (1988-1992), Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense y Dirección General de la Mujer de la CAM, Madrid.
[9] Flora Tristán, El tour de Francia, UNMSM, Lima 2006, p.27
[10] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, op.cit., p.9
[11] León Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Antídoto, Bs. As., 2005, p.56
[12] Flora Tristán, Peregrinaciones de una Paria, op.cit., p.130
[13] íd., p.444
[14] Flora Tristán, De la necesidad de dar buna acogida a las mujeres extranjeras, p.XX
[15] íd., p.XX
[16] Ibíd., p.XX
[17] Ibíd., p.XX
[18] Ibíd., p.XX
[19] Ibíd., p.XX
[20] Ibíd., p.XX
[21] Flora Tristán, Petición para el restablecimiento del divorcio, p.XX
[22] Flora Tristán, Unión Obrera, p. 126
[23] Flora Tristán, Petición para el restablecimiento del divorcio, p.XX
[24] Yolanda Marco, Feminismo y Utopía, Fontamara, México, 1993, p.19
[25] íd., p.20
[26] Flora Tristán, Petición… op.cit. p.XX
[27] Carta de Marx a Ruge, setiembre de 1843, publicada en los Anales Franco-Alemanes, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1970, p.66
[28] Marx y Engels, La Sagrada Familia, Akal, Madrid, 1981, p.32
[29] Flora Tristán, Unión Obrera, p.77
[30] íd., p.83
[31] Ibíd., p.94
[32] Ibíd., p.51
[33] Ibíd., p.XX
[34] Ibíd., p.78
[35] Ibíd., p.87
[36] Ibíd., p.110
[37] Ibíd., p.112
[38] Ibíd., p.125
[39] Ibíd., p.129
[40] Ibíd., p.131
[41] Ibíd..p.150
[42] Ibíd., p.148
[43] Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución,
[44] Flora Tristán, Tour de Francia, UNMSM, Lima, 2007, p.79
[45] íd., p.332
[46] Ibíd., p.135
[47] Ibíd., p.137
[48] Ibíd., p.387
[49] Ibíd., p.192
[50] Ibíd., p.193
[51] Ibíd., p.192
[52] Ibíd., p.403
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