En memoria de las catorce víctimas de la mina de Río Turbio, Argentina
¿Y a quién reclamar, señor? Ellos dicen que fue un accidente. Pero yo creo que fue un asesinato. ¿Cómo que quién es el asesino? ¡Si está clarísimo, señor! ¡Los obreros tenemos una larga lista de nombres de asesinos, responsables y cómplices, para el que quiera escucharnos! ¿Pero hay alguien dispuesto a escucharnos?
Mi padre fue minero. Se vino desde lejos, porque aquí había trabajo. Sí, aquí, en el fin del mundo, lejos de todo, un lugar que parece que se cae del mapa. Ya hace sesenta y dos años que se inauguró el yacimiento minero de Río Turbio. En esa época había italianos y españoles, también. Después empezaron a llegar trabajadores chilenos, bolivianos, Pero acá somos todos mineros, ¿entiende? No hay diferencias.
Yo estaba trabajando aquí en el '75, cuando la explosión se llevó a once compañeros. Justo ese día tenía franco, no me olvido más. La explosión se sintió tan fuerte que todo el pueblo corrió a la mina. En esa época éramos cinco mil y teníamos record de producción. Eran otros tiempos. Después vinieron los '90 y parecía que se cerraba. Cuando no quedaban más que mil obreros, el gobierno la privatizó; pero el nuevo dueño no cumplió el contrato, jamás hizo inversiones. Acá no había mantenimiento, por eso pasó lo que pasó otra vez...
¿Y que quería que hiciera mi hijo, señor? No le quedó otra que ser minero, también, como su abuelo y su padre. Para nuestros hijos no hay universidad, ni trabajos en escritorios bonitos. Murió en su ley, señor. Pero no fue un accidente, a mí que no me la cuenten. Lo encontraron con la cabeza adentro de un pozo que había hecho él mismo, en su desesperación por tomar un poco de aire. Imagínese los gases consumiendo el oxígeno en el corazón del cerro, sin esos aparatos que compraron ahora, que te permiten respirar veinte minutos más en situaciones extremas. ¿Pero ahora para qué nos sirven, dígame?
Ahí, al ladito de la Santa Bárbara está la foto. ¿La vio? Las mujeres pusieron las flores y las cartas para sus esposos, sus padres, sus hijos, sus hermanos, sus novios. Ellas no pueden entrar, sabe. Pero ahí nomás, en la puerta del socavón, al lado de la santita; lloran su pena...
El dueño se llevó casi doscientos millones de dólares en ocho años. ¡Doscientos millones de dólares, señor! Pero, además, el Estado le daba otros doscientos millones de dólares en subsidios. ¿Sabe quién gobernaba la provincia cuando se privatizó la mina? Sí, ése mismo, el que ahora es presidente del país. Entonces, ¿no es cómplice del patrón en este asesinato? Y los otros cómplices son los del sindicato, señor. Porque ellos nunca dijeron nada, aceptaron que trabajáramos hasta diez horas ahí abajo... y esto se veía venir.
Si, doblemos por acá. Allá en la otra cuadra es la iglesia. Mire, si casi no vamos a poder llegar a la puerta de tanta gente.
Los obreros cargaron los catorce féretros sobre sus hombros y se encaminaron en dirección al cementerio. Un paisaje duro, como los mineros, enmarcaba la procesión de todo el pueblo de Río Turbio. Alguien gritó los catorce nombres de los muertos al viento. El cantor, con la voz entrecortada por la emoción, arrancó con su copla: "A ver si se saca el sombrero, señor, que va a pasar un obrero... a ver si se saca el sombrero, señor, que va a pasar un minero."
Mi padre fue minero. Se vino desde lejos, porque aquí había trabajo. Sí, aquí, en el fin del mundo, lejos de todo, un lugar que parece que se cae del mapa. Ya hace sesenta y dos años que se inauguró el yacimiento minero de Río Turbio. En esa época había italianos y españoles, también. Después empezaron a llegar trabajadores chilenos, bolivianos, Pero acá somos todos mineros, ¿entiende? No hay diferencias.
Yo estaba trabajando aquí en el '75, cuando la explosión se llevó a once compañeros. Justo ese día tenía franco, no me olvido más. La explosión se sintió tan fuerte que todo el pueblo corrió a la mina. En esa época éramos cinco mil y teníamos record de producción. Eran otros tiempos. Después vinieron los '90 y parecía que se cerraba. Cuando no quedaban más que mil obreros, el gobierno la privatizó; pero el nuevo dueño no cumplió el contrato, jamás hizo inversiones. Acá no había mantenimiento, por eso pasó lo que pasó otra vez...
¿Y que quería que hiciera mi hijo, señor? No le quedó otra que ser minero, también, como su abuelo y su padre. Para nuestros hijos no hay universidad, ni trabajos en escritorios bonitos. Murió en su ley, señor. Pero no fue un accidente, a mí que no me la cuenten. Lo encontraron con la cabeza adentro de un pozo que había hecho él mismo, en su desesperación por tomar un poco de aire. Imagínese los gases consumiendo el oxígeno en el corazón del cerro, sin esos aparatos que compraron ahora, que te permiten respirar veinte minutos más en situaciones extremas. ¿Pero ahora para qué nos sirven, dígame?
Ahí, al ladito de la Santa Bárbara está la foto. ¿La vio? Las mujeres pusieron las flores y las cartas para sus esposos, sus padres, sus hijos, sus hermanos, sus novios. Ellas no pueden entrar, sabe. Pero ahí nomás, en la puerta del socavón, al lado de la santita; lloran su pena...
El dueño se llevó casi doscientos millones de dólares en ocho años. ¡Doscientos millones de dólares, señor! Pero, además, el Estado le daba otros doscientos millones de dólares en subsidios. ¿Sabe quién gobernaba la provincia cuando se privatizó la mina? Sí, ése mismo, el que ahora es presidente del país. Entonces, ¿no es cómplice del patrón en este asesinato? Y los otros cómplices son los del sindicato, señor. Porque ellos nunca dijeron nada, aceptaron que trabajáramos hasta diez horas ahí abajo... y esto se veía venir.
Si, doblemos por acá. Allá en la otra cuadra es la iglesia. Mire, si casi no vamos a poder llegar a la puerta de tanta gente.
Los obreros cargaron los catorce féretros sobre sus hombros y se encaminaron en dirección al cementerio. Un paisaje duro, como los mineros, enmarcaba la procesión de todo el pueblo de Río Turbio. Alguien gritó los catorce nombres de los muertos al viento. El cantor, con la voz entrecortada por la emoción, arrancó con su copla: "A ver si se saca el sombrero, señor, que va a pasar un obrero... a ver si se saca el sombrero, señor, que va a pasar un minero."
Publicado en el libro Microrrelatos Minero,de Fundación Juan Muñíz Zapico, Ediciones Madú, Asturias, 2006. Ganador del II Concurso de Microrrelatos Mineros - Premio Accésit Testimonio Histórico
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