Después de haber asistido, en cadena internacional, al más grande espectáculo montado por el Vaticano en su historia, con la agonía, muerte y sepultura de Karol Wojtyla, ahora presenciamos el nombramiento de su sucesor. El alemán Joseph Ratzinger, que presidía hasta la semana pasada la Congregación para la Doctrina de la Fe1 ha sido consagrado Papa con el nombre de Benedicto XVI.
Contra los pronósticos de quienes señalaban que sería elegido un Papa “de transición”, que no perteneciera ni al sector reformista ni al ultraconservador, se mantuvo la línea trazada por el Papa polaco, y hasta se ha reforzado. Es necesario destacar que el ala ”reformista” de la iglesia agacha la cabeza y se subordina al sector más conservador, demostrando así que su objetivo es darle una fachada modernizante a ésta reaccionaria institución.
A Ratzinger, que alguna vez estuvo enrolado en las filas de las Juventudes Hitlerianas ejerciendo la vigilancia en la fábrica de BMW entre otras “tareas”, muchos lo llamaban Cardenal NO, porque le dice no al aborto, no al matrimonio para personas del mismo sexo, no a los anticonceptivos, no al preservativo, no a la comunión para gente divorciada, no a la Teología de la Liberación, no, no, no...
Un nombre que es todo un programa
Mucho se especula sobre el nombre con el que decidió autodenominarse Ratzinger. Benedicto XV fue Papa entre 1914 y 1922, durante la Iº Guerra Mundial, tiempo en el que se pronunció por la paz entre los pueblos a través de la encíclica Pacem Dei Munus (La paz, regalo de Dios); sin embargo, muy pocos analistas señalan que el Benedicto “pacifista” fue el mismo que escribió Spiritus Paraclitus (Espíritu intercesor) defendiendo la idea de que no hay ninguna posibilidad de error en las sagradas escrituras y atacando ferozmente a quienes intenten interpretarlas históricamente, a través de un análisis sociológico o introduciendo una visión diferente a la que decide el Vaticano.
Éste parece ser el aspecto más relevante de Benedicto XV en el que Ratzinger planea ser su continuidad.
El otro Benedicto en el que se inspiró el cardenal alemán es nada menos que el patrono de Europa, también conocido como San Benito. Su gran mérito consistió en extender el catolicismo, a comienzos de la Edad Media, por todo el mundo occidental. Para ello construyó un gran monasterio en Monte Casino sobre las ruinas de un templo pagano.
Poco antes de que muriera Juan Pablo II, Ratzinger advirtió sobre la demolición de la cultura cristiana europea. El pasado viernes santo había dicho que “el hombre actual no cree en nada y se deja arrastrar por un nuevo paganismo”. Hace pocos días, durante la misa anterior al cónclave que lo eligió Papa, señaló: “Vamos hacia la dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo”, preocupado por el cuestionamiento a las verdades dogmáticas de la fe, de quien fue su custodio durante los últimos veinte años.
¡A la hoguera, a la hoguera!
Una de sus primeras campañas fue contra los sacerdotes que se enrolaron en la militancia política como el nicaragüense Ernesto Cardenal, ministro del gobierno sandinista, y contra la teología de la liberación propugnada por los obispos latinoamericanos Gutiérrez y Boff. Éste último, por ejemplo, fue obligado por Ratzinger a guardar silencio por el resto de su vida como castigo por sus críticas a la Iglesia.
También calificó a la homosexualidad como un mal moral y se ha manifestado en contra del aborto y la contracepción, al punto de instar a que no se permita comulgar a los políticos que estuvieran a favor del aborto en las últimas elecciones presidenciales de EE.UU. También rechazó la posiblidad de que las mujeres pudieran ordenarse como sacerdotisas, respondiendo que la “Iglesia no tiene el poder para tomar esa decisión”.
Si bien sus ideas no son muy amistosas, ha conquistado amigos muy poderosos. Los mismos sectores ultrarreaccionarios con los que se rodeó su antecesor son los que mantienen excelentes relaciones con Ratzinger: el poderoso Opus Dei y los Legionarios de Cristo, una secta creada por un sacerdote mexicano que consiguió gran influencia entre empresarios y políticos al punto que, investigado por el Vaticano por las acusaciones de abuso sexual y adicción a la morfina que había en su contra, salvó el pellejo y fue una de las congregaciones más estimadas por Juan Pablo II.
Todo el poder a... Ratzinger
En uno de sus trabajos escribe: “Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres. Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que ‘una religión es tan buena como otra’. Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos.”
En eso consiste su tarea: en imponer las archirreaccionaria ideología de la Iglesia Católica en todo el mundo, en combate contra otras religiones y otras ideas no religiosas. Como San Benito, evangelizador de Europa. Para ello, ya empezó, hace años, a acallar las disidencias en el interior de la misma Iglesia, inspirándose en Benedicto XV que odiaba la libertad de opinión.
Un legítimo heredero de Wojtyla. Un fundamentalista a ultranza dispuesto, en medio de la decadencia de la Iglesia católica, a encabezar la última cruzada contra los infieles.
1 La Congregación para la Doctrina de la Fe, originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fue fundada en 1542 para defender a la Iglesia de las herejías. Por decisión del Papa Wojtyla, su tarea es “promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico.” También debe promover iniciativas para “difundir la sólida doctrina y defender aquellos puntos de la tradición cristiana que parecen estar en peligro, como consecuencia de doctrinas nuevas no aceptables”.
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