Ponencia para la Charla-Debate organizada por Socialismo Libertario y En Clave Roja, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2002
Hoy volvemos a plantearnos la lucha sobre el derecho al aborto, una lucha que forma parte de una más amplia que es el derecho de las mujeres sobre nuestro propio cuerpo, la que también se inscribe en una lucha más general contra la opresión.
Hoy lo volvemos a plantear cuando se conmemora el Día Latinoamericano de Lucha por el Derecho al Aborto, pero no es una novedad. Otras mujeres han dado esta pelea en la Argentina y la siguen dando y, en la historia más reciente, reconocemos algunos momentos fundamentales como la década del 70 y las actividades de la Unión Feminista Argentina, el Movimiento de Liberación Femenina, el Movimiento Feminista Popular y otras organizaciones que convergieron en el Frente de Lucha por la Mujer que el 8 de marzo de 1975 se planteaba, entre otros puntos, “Libre elección de la maternidad”.
Luego, en los ‘80, destacamos la aparición de Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer, el Foro por los Derechos Reproductivos, Casa de Encuentro Cultura y Mujer y otros grupos y mujeres que llevaron el tema del aborto a los Encuentros Nacionales.
En 1988 surgió la Comisión por el Derecho al Aborto que llegó a elaborar un anteproyecto de ley de anticoncepción y aborto, que incluía la exigencia de que “todas las mujeres podamos decidir hacerlo libremente y en las mejores condiciones: en hospitales públicos, en forma gratuita”.
En el año 1994, mientras se desarrollaba la Asamblea Constituyente, las compañeras del PTS trabajamos en común con la Coordinadora por el Derecho al Aborto e hicimos algunas actividades que alcanzaron cierta repercusión, en un período en que reinaba el menemismo y la mayoría de quienes se oponían al gobierno depositaban su confianza en el emergente Frente Grande que, en el tema del aborto –como en tantos otros- también defraudó a sus seguidoras, subordinándose al Pacto de Olivos.
Hace unos meses, durante el Encuentro Feminista que se hizo en Ramos Mejía, Martha Rosenberg –del Foro por los DDRR- y Dora Coledesky de la Comisión por el Derecho al Aborto, me recordaban una charla con ellas en la universidad, que impulsamos desde En Clave Roja en 1994. Habían pasado 8 años y ellas se acordaban porque, según me dijeron, no eran muchas las corrientes políticas y organizaciones que quisieran hablar del derecho al aborto y nosotras hasta lo planteábamos audazmente como tema de las campañas electorales nacionales.
Hoy, me encuentro nuevamente en una facultad debatiendo sobre el derecho al aborto. Muchas cosas han cambiado desde aquellas épocas hasta ahora.
En la universidad, las modas académicas –que siempre llegan tarde a la Argentina, lo suficientemente tarde como para estar a destiempo de la realidad social- impusieron mientras tanto, una idea de género inofensiva. Una concepción despolitizada, donde el lugar preeminente en el análisis lo ocupan el lenguaje y la performance.
Según Judith Butler, una de las representantes de la teoría queer, “el género es una forma de travestismo”. Es decir que el género se convierte en “una manera de sostener el cuerpo, un atuendo, una apariencia” de donde se desprende que todas las formas de intercambio de género, como el travestismo o los cambios de roles, son actos revolucionarios.
Este género aséptico difícilmente podamos asociarlo con las formas concretas que adquiere la opresión de las mujeres en la sociedad. Difícilmente podamos asociarlo, por ejemplo, con las víctimas mortales de los abortos clandestinos.
De la mano de las teorizaciones de Foucault, Derrida y otros, las nuevas teóricas del postfeminismo convirtieron el poder en algo flotante y en perpetua reconstitución, sin conexión alguna con instituciones y sujetos reales. Como señala la teórica feminista lesbiana Sheila Jeffreys, para quien la opresión de las mujeres se invisibiliza en este entramado del poder anónimo, “Si un varón cruel maltrata a la mujer con que vive ¿es porque ella ha adoptado el género femenino en su apariencia externa? ¿Supondría una solución para ella adoptar durante un día el género masculino paseándose vestida con una camisa de trabajo?”
Parece un chiste pero no es una discusión menor para quienes estamos dentro de la universidad, para quienes se reivindican feministas y para quienes apostamos a un cambio revolucionario de la sociedad y tenemos la convicción de seguir luchando por nuestros derechos, incluyendo el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo.
En la academia, actualmente, todo es incertidumbres o, como suele decirse, “incertezas”. Los textos feministas postmodernos comienzan siempre con largos párrafos introspectivos de sus autoras angustiadas por las dificultades para definir / definirse, para escribir, para situarse.
Yo, por el contrario, quiero invitarlas hoy a tener algunas certezas, aunque por esto me lleve el insulto de “fundamentalista”. Seguramente este término se utilice, actualmente, para nombrar a quienes conservamos la creencia en la transformación revolucionaria de la sociedad.
Les digo cuáles son mis certezas, entonces.
En primer lugar, tengo la certeza de que el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, que no es legal, es absolutamente legítimo. Por eso creo que debemos impulsar la despenalización y la legalización del derecho al aborto.
También tengo la certeza de que esa prohibición para decidir sobre nuestro propio cuerpo no es vivida de la misma manera por nosotras que por las mujeres de la clase obrera, las mujeres desocupadas, las de los sectores populares.
Las opciones de clandestinidad que están disponibles se eligen con información y se pagan con dinero. Y lo que separa mi aborto clandestino del de Laura, la chica rosarina de 17 años que fue noticia la semana pasada, es que ella murió el miércoles 18 de setiembre y yo estoy aquí charlando con ustedes. Laura era, según el diario, de una familia humilde y los médicos no habían podido determinar exactamente qué hizo para abortar, pero llegó al hospital con un cuadro de infección generalizada muy grave y finalmente murió.
Por eso también tengo la certeza de que nuestra lucha debe seguir siendo por el derecho al aborto libre y gratuito, realizado en hospitales públicos.
Y una última certeza.
Estoy convencida de que la Argentina ha cambiado. No es la misma Argentina en la que las mujeres exigían a la Asamblea Constituyente de 1994 que no se incluyera el Pacto de San José de Costa Rica con carácter constitucional, ya que instalaba la idea de defensa de la vida desde la concepción, imposibilitando toda posterior legislación a favor del derecho al aborto.
Por un lado, no hay menemato. Por otro lado, la Alianza demostró, incluso a sangre y fuego, toda su impotencia para satisfacer las expectativas de quienes depositaban sus esperanzas en la centroizquierda.
Hubo desafío al estado de sitio, saqueos, movilizaciones, enfrentamientos con las fuerzas del orden y caída de gobiernos. Luego siguieron asambleas vecinales, tomas de fábrica, luchas. Hubo y hay cortes de rutas y puentes. Estamos viviendo un proceso no exento de contradicciones, pero que nos obliga a decir que hoy no estamos igual que antes, ni siquiera igual que el año pasado.
Y en este proceso que estamos viviendo, las mujeres somos, indiscutiblemente, protagonistas.
Ocupamos lugares destacados en las luchas actuales como lo revelan las mujeres –muchas de ellas feministas- que están participando de las asambleas barriales, las mujeres que son mayoría en los movimientos de desocupados y están al frente en los cortes de rutas, las mujeres estudiantes que participan de este proceso de democratización en la universidad y que se interesan por el feminismo, insuflando vientos renovados al movimiento, y las mujeres de la clase obrera que hoy luchan contra los despidos o toman las fábricas para ponerlas a producir bajo su control.
No podemos olvidarnos de este hecho: la Argentina no es la misma.
Porque ayer la mayoría de las mujeres de la clase media esperaban que Fernández Meijide no levantara la mano cuando se incorporaba el Pacto de San José de Costa Rica a la Constitución y lo hizo. De la misma manera que aprobó la intervención de la gendarmería en Santiago del Estero y luego, cuando fue gobierno... ya conocemos...
Pero en esos años a los que estoy haciendo referencia, los sectores que empezaban a sufrir las consecuencias de la desocupación iniciaba acciones de lucha, fundamentalmente, en el interior del país mientras el resto le daba la espalda.
Hoy, muchas de esas mujeres de las clases medias participan de las asambleas barriales y cuando la policía asesinó a los jóvenes piqueteros en el Puente Pueyrredón, salieron a la calle contra la represión.
Es distinto...
Quizás con una historia sea más fácil explicarles esta última certeza de que Argentina cambió y de que eso significa algo para la lucha por el derecho al aborto.
Esta historia dice así: Había una vez una señora que después de hacer la escuela primaria, se casó con sólo 15 años y tuvo cinco hijos. Se vino desde la mesopotamia a la Capital. No conoció el DIU hasta que ya era bastante grande.
Su marido era obrero y ella ama de casa, hasta que la crisis la empujó al mercado de trabajo. La crisis también casi la deja sin su fuente de trabajo en diciembre del año pasado.
Hoy ha tomado la empresa bajo su propio control y el de sus compañeras y compañeros. Es dirigente de su fábrica. Habló ante 10.000 personas en Plaza de Mayo para el Día Internacional de los Trabajadores y participó recientemente, por primera vez, del Encuentro Nacional de Mujeres.
Ella dijo, hace poco, que “todo esto es nuevo para mí, pero es grandioso, porque es como que despertó una parte dormida en mí.”
Y también dijo: “es muy bueno que las mujeres salgan a la calle, que estén despertando a la realidad... es realmente algo asombroso y vale la pena vivirlo. Yo pienso que si hoy tuviera que dejar de hacer lo que estoy haciendo, no podría estar en casa tranquila (...).Ya mi casa no es mi lugar favorito (...) Y estoy feliz y contenta de estar donde estoy y estar ayudando a escribir la historia del cambio de nuestro país.”
Esta mujer obrera también suele explicar por qué está a favor del derecho al aborto.
Muchas de ustedes la conocen, trabaja y controla la producción en Brukman, se llama Celia.
Hay otras miles de mujeres como Celia que despertaron a la vida política alrededor de las asambleas barriales, de las tomas de fábricas, de los cortes de ruta. Hay miles de mujeres que empezaron gritando ¡Que se vayan todos! O que empezaron reclamando los planes o que empezaron defendiendo su fuente de trabajo y hoy se cuestionan también, como me dijo alguna vez Celia, que las mujeres estamos para mucho más que lavar la ropa o cocinar... y que ahora que se había dado cuenta de esto, ya nadie la iba a parar.
Esto es algo que no podemos perder de vista no sólo quienes luchamos por el derecho al aborto, sino también quienes luchamos por la emancipación total de las mujeres contra toda opresión y contra toda explotación.
¿Por qué?
Hace un par de semanas en Clarín salió una entrevista a Mary Ann Stephenson, una británica que pertenece a una organización europea por la igualdad de la mujer.
Ella señalaba algo que ya conocemos y es que, en tiempos de crisis, las mujeres salen a pelear por sus derechos. Decía que aunque las acciones de las mujeres pueden ser fruto de la desesperación también pueden ser liberadoras, porque pueden ser el primer momento en que en la vida de muchas mujeres, sienten que tienen poder y que son capaces de causar cambios.
Sin embargo, Stephenson señalaba que cuando las cosas vuelven a su “orden natural”, las mujeres regresan al hogar y a los roles estereotipados.
Entonces, estamos viviendo una realidad social convulsiva como no la hemos visto antes. No sólo para los trabajadores, los desocupados y los vecinos, sino fundamentalmente para las trabajadoras, las desocupadas y las vecinas.
Tengo la certeza, por último, de que quiero ser parte, también, de la escritura de este momento histórico. Fundamentalmente porque deseo hacer todo lo que esté a mi alcance para que las cosas no vuelvan a su orden natural, como augura Mary Stephenson.
Hoy las que estamos aquí, las jóvenes feministas, las estudiantes universitarias combativas, las mujeres de las organizaciones que luchan por nuestros derechos y las que militamos en los grupos de izquierda no podemos perder de vista esta perspectiva.
Tengo la certeza de que, a pesar de algunas diferencias que podamos tener entre nosotras, las que estamos aquí seremos capaces de aunar esfuerzos para unir nuestras elaboraciones, nuestras ideas, nuestras investigaciones, nuestras prácticas, nuestras propuestas y movilización junto a las de aquellas mujeres que hoy sienten, por primera vez, que su casa ya no es su lugar favorito.
Y entonces, estoy segura que, inclusive la lucha por el derecho al aborto, va a tener mejores perspectivas que la que tuvo en los años recientes.
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